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La juventud y sus virtudes

Flor Alejandrina Hernández Carballido

En este inicio de siglo XXI, un artículo que hable de la juventud y sus virtudes puede ser recibido con escepticismo, considerarse, tal vez, fuera de lugar, por no decir «ingenuo, utópico», o un adjetivo menos agradable. Sin embargo, educadores, padres y los propios jóvenes podemos argumentar y confiar en que en esta etapa de la vida es posible poseer, desarrollar y expresar ciertas virtudes, apoyándonos en la perspectiva del filosofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) quien realizó, hace muchas décadas, un escrito al respecto. Por ende, en este ensayo quiero compartir con ustedes un pequeño homenaje a la juventud, al periodo de tiempo que viven muchos de los estudiantes con quienes convivimos y reflexionar sobre las cuatro virtudes que, de acuerdo con Ortega, los jóvenes poseen: la risa, la amistad, el amor y el entusiasmo.

A manera de introducción, precisemos qué entiende nuestro filósofo por virtudes y por juventud. Nos dice que, así como cada hombre tiene sus virtudes propias, también sucede lo mismo con las virtudes que corresponden a cada edad. Para Ortega, las virtudes son formas de plenitud de la vida y en cada edad la vida toma una forma peculiar que necesita de sus virtudes afines.

Al referirnos a la juventud, hagamos un esfuerzo por dejar de lado las respuestas que podamos ofrecer apoyándonos en los especialistas de Psicología, Pedagogía, Sociología, e incluso las de los hombres y mujeres adultos que reflexionan sobre esta etapa vivida. De acuerdo con Ortega la juventud se explica de la siguiente manera:

Como la explosión es la forma que toma la fuerza cuando es excesiva, como el borboteo es el semblante que el agua toma cuando fluye demasiada por un cauce estrecho, así es la juventud el conjunto de ademanes que hace la vida cuando rebosa, cuando sobra. El joven vive fuera de sí, atraído a toda hora por cuanto le rodea... La juventud es el lujo vital y sus virtudes, las virtudes de la vida en reboso.1

Así pues, lo propio o característico de la juventud es el ímpetu, la intensidad, la energía vital. Y a pesar de las muchas críticas que pueden recibir los jóvenes, con o sin razón, por ese vigor que los caracteriza, es una constante sobresaliente en esta etapa, el estar llenos de vida, el pretender vivir como si la vida fuera a acabarse. Aclarados los conceptos de virtud y juventud, iniciemos entonces la explicación y reflexión de las virtudes propias de esta etapa, que si bien puede estar encasillada en cierta edad, habemos algunas personas que aún rebasando el límite nos seguimos considerando jóvenes y, desafortunadamente existen jóvenes, por edad, que no sienten y piensan como tales.

La risa: primera virtud de la juventud

La primera virtud de la mocedad, dice Ortega, es la risa, por ahí comienzan sus virtudes. Para nuestro filósofo, la risa del joven es expresión de vida, de alegría; es una cualidad necesaria que ha de desarrollar pues luego vendrán los años que acumulen sobre ellos amarguras, intranquilidad, zozobra, desesperanzas, fracasos (no ignoramos que existen algunas personas para los que la vida les es muy difícil); pues al término de esta etapa, el corazón de los jóvenes se irá cerrando para no dejar entrar más que sólo aquello que se considera conveniente y útil para el negocio o la ambición. Como este proceso de transformación es irremediable, se pregunta Ortega, quién se salva, quién puede estar exento del paso de los años, los jóvenes –en esta etapa de su vida- deben procurar que la madurez les llegue cuando tengan «bien llenos de risa los sótanos del alma.»

Para nuestro filósofo, la risa nos prepara para entrar en trato con las cosas, pues quien no es capaz de reír, es decir, el preocupado, el hosco, no deja que le llegue nada dentro de su campo visual, huye de hombres y cosas de antemano, se muestra hostil a todo y no acierta mirar a nada.

Por el contrario, un alma que ríe, que ríe hasta el fondo de si misma es una alma sana y limpia. Afirma Ortega, si algo dentro de los jóvenes se resiste a entrar en la «danza de la risa» hay que desconfiar de ello, es algo enfermizo, tal vez una envidia, una turbia emoción. Porque así como la risa abre los labios, también abre las puertas de la conciencia, la dispone a fluir, a introducirse de la forma más sencilla en el mundo.

Ante esta propuesta de Ortega, consideramos conveniente hacer una aclaración. La risa, como virtud, no debe llevar a los jóvenes a querer ser o hacerse «los chistositos», «el bufoncito de la fiesta», los que nada toman en serio, los que se burlan indiscriminadamente de las personas, de sus actos e ideas. La risa no es la carcajada vulgar, hiriente, resultado de la simpleza y de la tontería.

La risa es sinónimo de la capacidad intelectual que también llamamos «sentido del humor», capaz de liberar la mente de la solemnidad hipócrita, de la rigidez e intolerancia de ciertas costumbres, de los mitos que se asumen como verdades absolutas, de la falsedad que subyace en ciertas palabras y acciones. Si pensamos en nuestro momento y situación concreta, existen algunos ejemplos, donde la risa de los jóvenes es muestra de sentido del humor:

Reírse del profesor que se siente satisfecho de su curso porque sólo aprobó a algunos.

Reírse del compañero que está frustrado por su promedio de 9.9.

Reírse de sí mismo cuando se ve al espejo y se siente guapo como David Beckham, o tan sexi como Britney Spears.

Reírse del presidente de la República cuando muestra «su alegría» por el triunfo de Ana Guevara.

Reírse de los jóvenes que se asumen adultos porque fuman y toman, o se visten de traje y corbata, de ropa formal, para mostrar su seriedad ante la vida.

Reírse del granito o barro que les sale arriba de los labios, justo el día en que tienen una cita con un «prospecto» amoroso.

Reír de la verdad absoluta que supone tener el comentarista de televisión, o alguno de los profesores e incluso de la que consideran única y perfecta: la propia.

La amistad: segunda virtud de la juventud

Continuando con la exposición de Ortega, debemos tener presente que la risa en la escala de las virtudes jóvenes ocupa el grado inferior, nos orienta hacia afuera pero es resbaladiza.

La segunda virtud en importancia es la amistad. Para nuestro filósofo, sólo en la juventud hay ocio y humor para que nazcan las verdaderas amistades, pues las personas adultas, afirma Ortega, son entre sí: socios, colaboradores, en ocasiones, cómplices. La verdadera amistad no suele nacer sino en la juventud, en largas conversaciones que no tratan de nada utilitario. Los amigos hablan de sí mismos, se muestran «trozos» de su espíritu y van aprendiendo que el otro es también un yo, con los mismos derechos que uno a sí mismo se otorga y exige.

La amistad, dice nuestro autor, enseña el respeto a las demás porque descubrimos que sobre la tierra no sólo hay uno, el yo, sino que hay otro, el tú. Y así iniciamos la comprensión de lo que nos rodea.

Sin embargo, aclara Ortega, tener una amistad no debe determinar (que no es lo mismo que influir) las acciones que la otra persona realiza o las de uno mismo. La amistad no debe fundir o confundir las personalidades. Esto lo entendemos mejor con la analogía que hace el filósofo al señalar que los amigos son como dos ruedas dentadas que fielmente giran la una sobre la otra pero siempre la una fuera de la otra. Es decir, por mucho que dejemos o entreguemos de nosotros mismos en el alma amiga, siempre hay que aprender a reservarnos algo.

Para nuestro autor, es en la juventud cuando nos damos el tiempo para platicar de los anhelos, de las aspiraciones; sacamos provecho espiritual de las espacios libres para planear el futuro, para criticar el presente, sin las ataduras de un pasado que nos limite, es la etapa de «volar», de soñar, en compañía, descubrir que el mundo es más que la familia, el edificio o la calle en la que vivimos.

Haciendo algo de memoria, contar con amigos, dentro del círculo de la escuela, en esa época de la juventud permite que la vida e intereses de cada uno de nosotros se engrandezca y adquiera la forma, las dimensiones, los anhelos y preocupaciones de aquellos a quienes estimamos. Permítanme rememorar su nombres: Atonatiu, Jorge, Pepe, Marga, Martha, Ana Luisa, Patricia...

La juventud es el periodo de vida donde compartimos con los amigos el interés por la música, el deporte, los cuestionamientos morales y, en algunos casos, también el deseo de adquirir conocimientos.

Pero sobre todo, la juventud es la etapa donde la amistad nos descubre la necesidad de ser mejores, de ayudar sin esperar nada a cambio, pues como dijera el gran filósofo Aristóteles: la amistad nos lleva a comportarnos con el amigo como con uno mismo, ver en él «otro sí mismo».

Pero, en todo momento se corre un peligro, que es necesario prevenir: convertir la amistad en una relación equiparable a la de la vida de los siameses. Por ello, los jóvenes deberán aprender a aceptar la individualidad del amigo, así como exigir que se respete la propia, hay que buscar la autonomía, la autenticidad; la amistad no está en ser idénticos, sino en compartir las semejanzas y respetar las diferencias; si bien es de desearse que las primeras sean mayores no hay que perder los rasgos propios.

Aunque Ortega es escéptico respecto a la amistad en la edad adulta, considero que uno de los beneficios que nos permite obtener esta virtud en la juventud, es desarrollar esta cualidad cuando se es una persona madura. Si bien, las dificultades para practicarla son mayores, pues hay de por medio los requerimientos de un trabajo, de una familia que exige atención constante. Sin embargo, la capacidad y virtud de la amistad supera esos contratiempos, porque una de las mayores alegrías que tiene la vida es fortalecer la capacidad de interesarnos por el otro, por el «otro sí mismo», y así la vida nos permite como adultos, si los amigos de la escuela -de nuestros años de estudiantes- se quedaron en el pasado, darnos nuevamente la oportunidad para que el mundo vuelva a tener los nombre de la amistad: Elsa, José Luis, Martha Silvia...

El amor: tercera virtud de la juventud

La otra virtud de la juventud, dice Ortega, es el amor. El amor nos lleva a concentrar nuestra máxima atención sobre una persona en particular y, dicho con las palabras del autor, envueltos en esa plena luz de nuestro espíritu, el amor revela los más delicados detalles del otro. El amor es esa luz que nos «hace ver» lo que otros no alcanzan a observar ni a sentir. El amor enseña, es: «el absoluto abandono de nosotros mismos y nuestro tránsito a otro ser, sin resto alguno, sin reserva ninguna».

Vale la pena preguntar: ¿podrá equipararse esta propuesta de Ortega sobre el significado del amor, escrita hace casi un siglo, con lo que hoy los jóvenes llaman y sienten como tal?

Hay muchos aspectos que considerar, para responder a esta pregunta, pero hablaré de uno de los más significativos: el vínculo y la diferencia entre el amor y la sexualidad. Hoy día, en el 2004 Siglo XXI, los jóvenes tienen menos inhibiciones y un poco más de conocimientos respecto a la sexualidad y esto repercute (para bien y mal) en la expresión del amor.

Consideramos que es benéfico el hecho de que muchos jóvenes estén conscientes del placer que sus cuerpos necesitan y el que él o ella puede otorgar. Hemos comprendido que la sexualidad y su expresión, vinculada con el sentimiento de amor, no es sólo cuestión de personas maduras y/o casadas. Sin embargo consideramos que, en la juventud la decisión de establecer o no relaciones sexuales no es muestra de una virtud o un defecto en sí misma. Los adultos debemos hacer ver a los jóvenes que si van a tomar la decisión (pues lo más seguro es que no avisen o pidan permiso a sus padres) tengan conciencia de por qué quieren hacerlo, con quién, cuándo y dónde.

Desde nuestro punto de vista, si el jóvenes que ama es capaz de concentrar su máxima atención en la persona elegida, representándole esa luz que le enseña a abandonarse y darse al otro en su totalidad, sin reserva ninguna; entonces es decisión de cada joven, de acuerdo con su razonamiento, sensibilidad y creencias morales, tomar una elección: ejercer o no su sexualidad, pues apoyando la propuesta de Ortega, el amor no conduce irremediablemente a una relación sexual, pero tampoco la excluye.

Desafortunadamente, en la mayoría de los casos, los jóvenes establecen relaciones sexuales, justificando o no estar enamorados, de manera despreocupada, a veces, cínicamente, por el hecho de presumir que ya se es «hombre» o que no se quiere seguir siendo la «niña buena» el hijo o hija de familia, creyendo que tener esa experiencia es «la prueba de amor» que ha de ejercerse en la práctica, consideran que de esa manera se accede al mundo del adulto, olvidándose de las responsabilidades que ello implica.

Desde nuestra perspectiva, creemos que el amor, como lo precisa Ortega, pueda surgir y desarrollarse en la juventud. Ser joven es anhelar el amor, es buscar la belleza y la bondad en la persona amada que nos permita ilusionarnos con sentir y vivir plenamente. Rechazar que este anhelo es propio de la juventud, suele llevar a comprender por qué, cuando se es adulto, hay matrimonios que no se aman o que nunca se amaron.

Por ahí aprendí que en la juventud –aunque también en la edad adulta- «hay que besar muchos sapos antes de encontrar a la princesa o al príncipe», por eso mismo, considero que en esa etapa de la vida el amor, como dice Ortega, es una virtud, aunque también lo es en la edad adulta; el amor es el esfuerzo continuo de perfección. Nada asegura su «éxito», y en la juventud ha de aprenderse –con sufrimiento- a amar y desamar y seguir intentando amar y ser amado; por ello, no podemos ignorar que es en ese periodo de la vida donde se debe aprovechar la oportunidad de sentir amor, de expresarlo. Es una mentira creer que el amor llega sólo cuando se concluye una profesión o se tiene un trabajo seguro, suponer esto anula la capacidad de ser jóvenes, de la calidad de vida que en esos momentos tenemos y la que desea lograr.

Dice Ortega que nada puede superar la virtud del amor, sin embargo es preciso ampliar tal virtud, pues suele suceder que tal sentimiento es exclusivo y riñe con otros amores. De ahí, que sea necesario pasar a la última virtud de esta etapa.

El entusiasmo. máxima virtud de la juventud

Para nuestro filósofo, el amor a todas las cosas, o el entusiasmo, es la virtud más concluyente y poderosa de la mocedad. Tener la virtud del entusiasmo es otorgar a manos llenas y en toda su pureza el sentido y significado de la vida. Entusiasmarse implica pedir sobre el ayer un mañana, sobre las viejas ideas exigir nuevas ideas. Sólo los jóvenes se encienden, se entusiasman, saben vibrar hasta el fondo de su ser.

Esta virtud es la más alta y probablemente las más difícil de realizar, pues sintetiza el amor a la vida. Expresar entusiasmo, contagiarlo, compartirlo, a pesar de todas las dificultades y carencias, constituye una razón más que suficiente para admirar y añorar la juventud, pues es en esta edad donde se tienen y pueden expresar las máximas capacidades.

Si estamos de acuerdo con Ortega, respecto a la importancia que representa la virtud del entusiasmo, tenemos razón para decirles a los jóvenes: no se asuman indiferentes o impávidos ante la realidad, es en esta etapa de la vida donde pueden, actuar, luchar, sentir, pensar, estudiar, criticar, proponer.

Hacemos también una aclaración necesaria: el entusiasmo de un joven no se reduce a la expresión de júbilo por realizar al máximo un deporte o por gustar de él. Tampoco es sinónimo de la alegría desbordada por haber aprobado una materia o acreditar el año escolar. Al hablar del entusiasmo como una virtud, hemos de entenderlo como la manera decidida y gustosa de enfrentar los retos y aprender nuevos aspectos de nuestra vida y del mundo. Entusiasmarnos implica tener ideales que permitan conducirnos a una vida mejor, sin caer en manipulaciones o aventurarse a utopías sin fundamentos. El entusiasmo va de la mano con la capacidad de razonar y de sensibilizarnos por la justicia, la verdad, la belleza, la moral.

Por ende, queremos concluir nuestra artículo pidiéndoles a los jóvenes que reafirmen el periodo de vida en que se encuentren, que confíen y mantengan estas virtudes, a pesar de que pase el tiempo y en sus rostros se dibujen arrugas y tristezas, no quieran correr a la etapa posterior, no sean adultos, ni adustos, antes de tiempo. Recuerden y crean firmemente en lo que dice Ortega sobre las virtudes de la juventud:

« La risa abre el corazón,
la amistad lo fija,
el amor lo llena y
el entusiasmo lo
multiplica.»


Este es un pequeño homenaje a la juventud, a sus virtudes, es una invitación a que los jóvenes estén conscientes de que tienen capacidad de expresar tales cualidades y también de que deben procurarlas. Contando con tal convicción, entre otras cosas que también son importantes, los jóvenes podrán hacer realidad muchos de sus sueños; pero sin virtudes, tales sueños pueden convertirse en pesadillas de personas insatisfechas. Por ello, como padres y educadores les decimos a los jóvenes: Vivan al máximo su edad: rían, sean amigos, amen y entusiásmense, aprendan a vivir, no desaprovechen esta etapa de la vida, mantengan y acrecienten sus virtudes, ellas les permitirán enfrentar la vida, aún con sus sinsabores, con fortaleza espiritual y alegría, ser personas queridas, dignas de amor, capaces de dar y compartir con otras personas lo bueno y lo malo que aún nos quede por vivir.


Notas

1. José Ortega y Gasset, «Las Virtudes de la Mocedad» en Misión de la Universidad. p. 156. Madrid, Revista de Occidente. 1982.

Articulo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 D.F. Centro, México. Se permite su uso citando la fuente. Dirección u094.upnvirtual.edu.mx