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Una visión socio-histórica en el concepto de infancia

G. Lourdes Mondragón Pedrero

Asesora de la UPN 094

En este artículo se parte del supuesto de que tanto la infancia como los niños pueden ser conceptualizados con provecho, como constructos sociales con un significado y un valor variables a lo largo del tiempo y espacio. Esta premisa se encuentra en la línea de la investigación socio histórica impulsada por la obre de Philippe Ariés, Centuries of Childhood (1962).

En la antigua Roma, se produce una revolución sobre los derechos y obligaciones de la persona, tanto en el orden jurídico, como en el concepto de ciudadano del Estado.

Pareciera ser, que en un primer momento, (a la persona) sólo se le percibe como una figura abstracta. Más tarde, bajo la influencia, sobretodo, del cristianismo se incorpora a ésta la noción de la existencia del inconsciente, es decir, de una vida interior.

Como resultado de la evolución de esos principios, se le concebirá como poseedora de una conciencia e identidad cívica, sentándose las bases de las modernas instituciones políticas, sociales y jurídicas. (Carrithers, Collins y Lukes, 1985).

Ahora bien, las críticas hacia la sociedad occidendental y su supuesta incapacidad para aceptar y tratar a los niños como personas y ciudadanos de pleno derecho, nos trasladan frecuentemente a una perspectiva social construccionista ( p. Ej. Illich, 1970).

En la línea de tales consideraciones, en este artículo abordarán: el problema social de los niños en peligro, la institucionalización de la infancia, la posición de la mujer, los derechos individuales, civiles y políticos de la infancia.

Es necesario decir, que si bien el concepto de «los niños en peligro» es mucho más amplio de lo que aquí se expone, ya que incluye, entre otros, el problema de los niños desnutridos, el fracaso escolar, el aumento de malos tratos y la violencia contra ellos; lo que más me preocupa, es la idea de que la infancia como tal, se ha quedado fuera, ya que únicamente se le toma en cuenta, cuando reporta problemas a consecuencia de los «desacomodos» y las necesidades sociales.

Ni las imágenes de crisis que difunden los medios de comunicación, ni los debates políticos sobre una infancia desprotegida y victimada, han podido colocar en su justa dimensión a los niños.

La visión que ofrecen sobre los niños hace evidente el resurgimiento de abusos y violencia tanto de la sociedad, como de los propios hogares. La justificación o explicación acerca esos comportamientos indeseables, se asocia paralelamente a las presiones de la vida diaria y resquebrajamiento de la personalidad de la gente ordinaria.

En 1979, Año Internacional del Niño, se reedita la «Declaración de los Derechos de los Niños», de las Naciones Unidas, sentándose las bases para el reconocimiento nacional e internacional, como problema social, el abuso y la violencia ejercidos sobre los niños. El informe elaborado por la UNICEF, pretende ayudar a la comprensión del por qué se han constituido los niños y sus problemas en una cuestión social de consenso unánime, enmarcada por las siguientes premisas:

Estas premisas se han convertido progresivamente en parte integrante de lo que Berger y Lukman (1966) llamaron conocimiento lógico, reflejan la tendencia ascendente tanto en el significado social de la infancia como en la posición social de los niños. Cabe decir, que esta evolución, y no un incremento de la proporción de niños maltratados, es lo que ha impulsado la ideología de los niños en peligro.

A medida que la infancia adquiere mayor importancia social, lo que les sucede a los niños en esa etapa, deja de ser tratado como un asunto familiar para convertirse en un rubro público transfamiliar. Es en ese sentido que se dota a los niños de mayores derechos, pero también aumentan las posibilidades para incumplirlos o infringirlos.

De este modo, el debate sobre los derechos de los niños opone a los abogados especialistas en temas infantiles, contra pedagogos teóricos progresistas, acusando a estos últimos de haber creado una generación de analfabetos culturales. ( p. ej., Ravith, 1985)

Ciertamente existe un fuerte desacuerdo sobre el tipo de derechos que deberían reconocerse a los niños, sobre los colectivos que deberían actuar en su nombre, sobre las actividades y las políticas que redundan más en interés de los niños. Sin embargo, hay que reconocer que sí existe un amplio acuerdo implícito sobre el significado social de la infancia: nadie afirma seriamente que los debates sean triviales o que el camino emprendido como adultos no tenga relación alguna con las experiencias vividas durante la infancia.

La infancia se considera importante no sólo para los niños y los adultos relacionados directamente con ellos, sino también para la sociedad en general tanto en el presente como en el futuro.

No obstante, los niños no son relevantes para la sociedad simplemente como otra forma productiva, baste recordar la pregunta retórica formulada por Zelizer (1985) «además de asistir a la escuela... ¿qué otra cosa hicieron los niños, en otro tiempo en que eran útiles, cuando dejaron de trabajar?» ... La respuesta es: un niño económicamente inútil. Los niños se convierten en alumnos y apenas hacen algo que tenga consecuencias públicas, sólo adquieren la identidad pública de alumnos. No me detendré demasiado en éste punto, ya que más adelante lo retomaré al hablar de la institucionalización de la infancia.

Pollock (1983) se opone abiertamente a Zelizer, defendiendo la teoría de que la infancia ha sido reconocida desde siempre como una etapa específica del desarrollo humano y de que los padres han estado ligados a sus hijos por lazos afectivos. Esta autora, hace hincapié que a partir del siglo XVIII, los padres empezaron a ocuparse cada vez más de que los niños recibieran una « formación» en valores y creencias, para de que este modo se convirtieran en ciudadanos modelo. Tanto las madres y los padres se cuestionaban sobre si la forma de cuidar a los hijos era la correcta y si estaban suficientemente capacitados para educarlos. Lo que presupone que no sólo la infancia se reconoce como una etapa socialmente importante, sino también que existe un mayor consenso sobre lo que significa ser buen padre.

Durante la primera parte del siglo XIX, los adultos exigieron mayor obediencia y conformidad sobre todo en las escuelas.

Regresando a Zelizer, esta transformación de la identidad social no fue una mera cuestión sentimental. Al estar sujetos al rito institucional de aprobar los cursos, los niños adquirieron la identidad común de alumnos. La infancia como tal comenzó a mostrar una homogeneidad mayor a medida que un nivel de edad más o menos universal empezó a diferenciar a los niños en edad escolar de los más pequeños. La edad escolar se convirtió así en una parte concreta de la vida. (Erikson, 1968). Esta estandarización de la infancia vinculaba a los niños con la autoridad pública, a menudo, a través de la creación de ministerios de educación y de la promulgación de leyes obligatorias en materia de escolarización. En el contexto del modelo occidental de sociedad nacional, los niños se convirtieron en alumnos para ser mejores personas y mejores ciudadanos.

Al margen de cualquier análisis causal, es posible suponer que la mejora de la posición pública de las mujeres debe asociarse positivamente con el aumento del significado social de la infancia y la posición de los niños. A principios del siglo XIX, la mujer carecía de una posición política autónoma en la mayoría de los países del mundo. En 1980 había ganado el derecho a votar. No obstante, ello no significa que las mujeres hayan conseguido la igualdad total, sino que han alcanzado cierto grado de igualdad formal frente al Estado, lo que induce a pensar que las desigualdades persistentes entre el hombre y la mujer serán consideradas públicamente injusticias. Del mismo modo tanto las desigualdades persistentes entre niños y adultos como la calidad asimétrica de sus interacciones han perdido parte de su legitimidad tradicional a través de un proceso similar (Boulding, 1979).

Si la incorporación política de los niños se hace atendiendo básicamente a su condición de individuos, las investigaciones y debates tendrán que ver sobre la extensión de los derechos de los adultos a los niños. Si los adultos tienen derecho a un nombre y a una nacionalidad, los niños también deben tenerlo. No obstante, se corre el riesgo de no prestar tanta atención a sus derechos de plena libertad para jugar y divertirse.(Ambos derechos recogidos en la Declaración de los Derechos de los Niños de las Naciones Unidas).

Habría que pensar, que si el interés se centra en sus derechos civiles y políticos y por tanto, en las pautas de participación de los niños, y en la forma de liberarles de las coacciones ancladas en las costumbres o las leyes, desembocarían debates sobre si las juntas escolares o los bibliotecarios deben prohibir a los niños que lean determinados libros y sobre el tipo de sanción que lo padres u otras autoridades puedan imponer a los niños que presentan comportamientos indeseados. Ya que, esta perspectiva no exigiría que el Estado actuara directa o indirectamente en nombre de los niños, sino que limitaría el tipo de acciones que el Estado u otras organizaciones puedan imponer a los niños.

Es importante expresar, que la naturaleza del discurso sobre la infancia y los niños, se verá modificada en función de cada régimen político; en algunos casos se dirigirá hacia lo intelectual, es decir, a la formación y titulación de profesionales especialistas en cuidados infantiles, mientras que en otros se dará prioridad al establecimiento de, en qué forma y a qué edad los niños son más parecidos a los adultos o diferentes a ellos; lo más probable es que los estudios se centren en la aplicabilidad a los niños de las teorías sobre la personalidad adulta (Thoresen y Pattillo en preparación).

A pesar de lo expuesto, no debe darse excesiva importancia a las diferencias. El mundo de la infancia y la posición de los niños son temas que preocupan a los adultos. Queda abierto un debate público en el que abundan las referencias a los derechos individuales, a la autoridad estatal, a la socialización de la infancia, a la participación y productividad de los adultos y a progreso nacional, económico y político.

Es evidente que para evaluar los cambios y la estabilidad en la posición de los niños a lo largo de la vida, se precisarán investigaciones transnacionales e históricas sistemáticas.

Articulo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 D.F. Centro, México. Se permite su uso citando la fuente. Dirección u094.upnvirtual.edu.mx