Un acercamiento histórico al posgrado en México

Juan Bello Domínguez
Asesor de la Unidad UPN 094

Iliana Muñoz García
Mario Alberto Reyes Téllez

Estudiantes del Posgrado en Pedagogía

 

El Sistema Educativo en México ha sufrido múltiples cambios a lo largo de la historia y en gran medida en el nivel básico, sin embargo, no es el único nivel, ni necesariamente el más importante. Entre otros, el nivel del posgrado (especialización, maestría y doctorado), no ha quedado exento de la transformación educativa que se ha llevado a cabo en este país, y estuvo sujeto a diversos contextos tanto políticos como sociales en las distintas épocas del país.

Hablar históricamente del posgrado en México es hablar de la historia de posgrado en la Universidad Nacional Autónoma de México porque éste, se constituyó principalmente en la máxima casa de estudios.

En la Universidad colonial y en la universidad moderna, los grados eran otorgados sin correspondencia alguna con los estudios realizados y los títulos que para el ejercicio profesional se expedían en México, de tal forma que el posgrado es posterior al otorgamiento de los grados de maestro y doctor en la UNAM.

El grado de doctor era el más alto y traía consigo todos los privilegios de la corporación, por lo que podían participar en el gobierno de la institución y tener múltiples privilegios dentro de la Universidad. Como cualquier gremio, la Universidad controlaba el perfil académico de sus miembros. El doctorado era costoso y conllevaba un ceremonial opulento, poca gente logró el grado de doctor: era necesario pertenecer a una familia con dinero o contar con un buen padrino para costear la ceremonia; un cargo de poder también facilitaba dispensas en la pompa y en las propinas (Antón, M. 2000).

En 1910, Justo Sierra encontró una coyuntura favorable para retomar su idea de crear la Universidad Nacional. El Congreso conoció la iniciativa y promulgó la Ley Constitutiva de la Universidad de México sin mayor demora (Antón, M. 2000).

La Universidad integraría a las escuelas profesionales existentes: la Preparatoria, varios institutos de cultura e investigación y la nueva Escuela de Altos Estudios; de tal suerte que no significaba una gran inversión de recursos en construcciones. En ese momento fue un poco más complicada la selección de funcionarios universitarios, pero se resolvió de manera conciliadora entre los diversos grupos. La integración del primer Consejo Universitario no ofreció, tampoco, mayores dificultades, pero la creación de un auténtico profesorado de tiempo completo resultó más difícil, pues la mayoría vivía de la práctica de sus profesiones. Sin un cuerpo magisterial de este tipo era complicado mejorar la educación superior, por lo que se requería aumentar los salarios y reducir el número de profesores, conservando a los más capaces y dúctiles. No había condiciones políticas ni económicas para hacer tal depuración, de tal suerte que Justo Sierra y Ezequiel A. Chávez propusieron un mecanismo para hacer frente a este problema, con el fin de incrementar el sentido de pertenencia a la nueva universidad y contar con los indicadores propios de dichas entidades en otras partes del mundo.

Se concedieron grados honoríficos a un número exagerado de profesores, buscando fomentar así la lealtad a la nueva institución, por ello, a finales de junio de ese 1910 la Secretaría de Instrucción solicitó a cada escuela que enviara una lista con los nombres de hasta una cuarta parte del total de sus profesores, siempre y cuando tuvieran varios años de buenos servicios y concibieran las obligaciones magisteriales como uno de los aspectos más importantes de su vida. La integración de las listas de profesores a los que se les concedería el grado de doctor, fue encomendada a las Juntas de Profesores de cada escuela. Para evitar que hubiese problemas de autoridad interna, los directores de todas las escuelas fueron hechos doctores ex oficio. Con todo ello se buscaba dignificar y dar más lustre a la nueva institución, que nacería con numerosos académicos así premiados, los cuales en realidad no eran siquiera profesores de tiempo completo. Sierra, y sobre todo Chávez, tenían en mente un modelo de universidad que cristalizaba en la Universidad de Berkeley que en ese momento era el mejor modelo de universidad. El planteamiento que sacaron como conclusión era que Berkeley, entre otras cosas, tenía profesores de tiempo completo y un buen número de ellos con grado de doctor; por lo tanto, si había que construir una universidad en México que valiera la pena y que fuera moderna, era menester contar con doctores en relativa abundancia. Y los generaron del modo ya relatado, concediéndoles el grado en la ceremonia de inauguración en septiembre de 1910 (Antón, M. 2000).

De 1929 y de manera más estricta desde 1945, la UNAM ha transitado por un largo y sinuosos camino, donde hubo grandes aciertos y algunos problemas, sobre todo derivados de la masificación, el abatimiento de la calidad y la dispersión en los objetivos y el desarrollo de los posgrados.

En la UNAM, las primeras disposiciones legales para el desarrollo formal de los estudios de posgrado se establecieron en 1929 y los grados de doctor y maestro se comenzaron a otorgar de manera continua a partir de 1932, por lo que su labor fue pionera en América Latina. En aquellos momentos, la Facultad de Filosofía y Letras definió un conjunto de lineamiento para otorgar los grados de maestro y doctor, aunque es importante señalar que el grado no era equivalente al título profesional. De manera tal que bastaba con tener un título de licenciatura, haber ejercido la docencia por más de cinco años, tener obra publicada y presentar una tesis para obtener el grado de doctor, mientras que para obtener el de maestro, eran necesarios los requisitos anteriores y el título de bachillerato.

Unos años después, hacia 1945, la Facultad de Ciencias estableció, por primera vez en la UNAM, dos ciclos de estudios: el profesional y el de graduados. A partir de ese momento, en las carreras de Biología, Física y Matemáticas, el otorgamiento del grado de maestro requirió del grado académico y el título de licenciatura, por su parte el grado de doctor exigió el grado y el título de maestro, estableciéndose con ello una similitud entre título y grado, tal como existen hoy en las universidades contemporáneas (Rojas A, 1992).

Desde aquellos años, finales de los treinta y mediados de los cuarenta, las facultades de Filosofía y Letras y la de Ciencias, se convirtieron en dos de los pilares del posgrado.

En 1946 se estableció la Escuela de Graduados, integrada por diversos Institutos de la UNAM (Biología, Estudios Médico-Biológicos, Física, Geología, Geofísica, Matemáticas y Química), así como El Colegio de México, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, el Hospital General, el Hospital de la Nutrición, el Instituto de Salubridad y Enfermedades Tropicales, el Instituto Nacional de Cardiología, el Observatorio Nacional y el Observatorio Astrofísico de Tonanzintla, estas últimas como instituciones afiliadas (Plan de Desarrollo del Posgrado de la UNAM, 2002).

La Escuela de Graduados se funda con el propósito de unificar criterios, otorga los grados de Doctor en Ciencias y Doctor en Filosofía, y la Maestría en Ciencias y la Maestría en Artes, con el propósito de reunir en ella todos los estudios superiores de ciencias y humanidades y la necesidad de ofrecer estudios de posgrado en disciplinas distintas al ámbito de la Filosofía y las Ciencias, así como las Humanidades y las Médico-Biológicas.

La Escuela de Graduados funcionó hasta el año de 1956, año en que se efectuaron amplias reformas al Estatuto General de la UNAM, mediante las cuales, entre otros asuntos, se incorporan las facultades como los espacios donde los estudios de posgrado deberían tener lugar. Aquellos centros académicos que sólo eran escuelas, y que a partir de entonces ofrecen estudios de posgrado, se convierten en facultades (Plan de Desarrollo del Posgrado de la UNAM, 2002). Con ello se buscó dotar de una nueva figura institucional a los programas de posgrado, pero todavía con la carencia de un marco estatutario preciso y capaz de dotar de una identidad institucional al posgrado, lo que ocasionó que cada facultad estableciera requisitos propios, lo que a su vez contribuyó a dispersar aún más los distintos programas.

Las reformas al Estatuto General de la UNAM, aprobadas en 1957, hicieron posible que las escuelas se transformaran en facultades al momento de impartir el nivel de doctorado y generaron independencia con respecto a las escuelas y el desarrollo de nuevos grados. Igualmente, propiciaron una nueva reglamentación de los estudios superiores en algunas facultades.

No es sino hasta 1967 cuando se produce el primer Reglamento de Estudios Superiores con el que se dota de criterios únicos a todos los programas de posgrado y se sientan las bases para el crecimiento de la oferta de estudios y de la matrícula. El nuevo Reglamento se centró en el desarrollo de planes y programas académicos, en el fortalecimiento de la planta docente, en el establecimiento de un Consejo de Estudios Superiores como la instancia superior de dirección, en donde estaban representados todos los sectores que convergían en el posgrado. Algunos de los aspectos que se introdujeron en ese periodo fueron que los estudiantes tuvieran la posibilidad de cursar estudios en facultades diferentes a la suya y se fijaron plazos para la conclusión de los estudios. Dichos criterios, con las adecuaciones necesarias, siguen vigentes hasta la fecha.

En los años setenta, la tendencia fue hacia la centralización administrativa, pero al mismo tiempo hacia la dispersión de los programas y de las entidades. Debido a las necesidades del crecimiento, se desbordaron los procesos de institucionalización, lo que llevó al extremo de establecer programas de estudio de la misma área de conocimiento en dos entidades diferentes, con dos criterios distintos y con grados diferentes. Los programas crecieron de 102 a 234, la matrícula de 4,444 alumnos a 8,266, lo que acarreó un desbordamiento de planes de estudio, planta docente e instituciones (Plan de Desarrollo del Posgrado de la UNAM, 2002).

A mediados de los años ochenta se logró atemperar ese crecimiento a través del establecimiento de nuevos y mucho más rigurosos criterios para crear nuevos programas de estudio. Además, se promovió activamente la unificación de planes y programas dispersos, al mismo tiempo que se inició la institucionalización del sistema tutorial. Sin embargo, al no vincular el proceso de unificación de los programas de estudio dispersos con una política de articulación entre las entidades participantes, no hubo el éxito esperado en la reforma, ya que se redujo el ritmo de crecimiento de los programas de especialización, maestría y doctorado, pero no se pudo avanzar en la articulación de los mismos y continuó el proceso de crecimiento. La reforma de 1986 se propuso poner fin a la dispersión de esfuerzos y recursos, pero sólo pudo hacerlo en pocos casos. Ello se debió, en gran parte, a que los programas dependían de las entidades académicas, de sus políticas concretas y de sus dinámicas.

Como consecuencia de la expansión del posgrado en los últimos veinte años, la matrícula creció mas del 200%. En 1984 se tenía una población de 35,390 estudiantes en los tres niveles de (especialización, maestría y doctorado) y para el año 2000 se contaba ya con 118,099 (ANUIES y CONACYT, 2002).

A principio de los años 90, el sistema nacional de educación superior mexicano entró en un proceso de modernización educativa. Esta modernización desde sus inicios se vinculó con la idea de actualización y de cambio de la educación superior; a partir de ella se generaron diversos programas y acciones concretas.

El posgrado no estaba al margen de la política educativa, sino que se encontraba involucrado, se requería un cambio de estructura para dotar al posgrado de una unidad institucional y de una autonomía administrativa que incluyera a todas las entidades académicas: institutos, centros, escuelas o facultades, y cuyo centro fueran los programas, más que las entidades. De esta manera, en 1996 surge el nuevo Reglamento General de Estudios de Posgrado (RGEP), que es el resultado de políticas de modernización.

Uno de los principales propósitos del RGEP es lograr que los programas de posgrado funcionen de manera acorde con las necesidades del país, salvando los principales obstáculos que se presentan en la mayoría de los programas. (Arredondo, Reynaga, Méndez, Piña, Ponton, Mireles, Jasso, 1997). Como resultado de esa propuesta, el posgrado es hoy el espacio donde se juntan, colaboran y dialogan las distintas entidades académicas de la UNAM y éstas con las instituciones de enseñanza superior del país y de fuera del mismo, en donde los estudiantes de posgrado llevan a cabo estancias de intercambio académico-escolar.

El espíritu de la nueva propuesta, mantiene varios de los aciertos y logros ya obtenidos en los programas de posgrado, como la articulación que propone la interacción entre las distintas entidades académicas en el desarrollo de los programas de posgrado, la flexibilidad para que los estudiantes tomen cursos en más de una entidad, dentro y fuera de la UNAM y de México, la figura de los Cuerpos Tutorales, la toma de decisiones académicas y académico-administrativas en cuerpos colegiados, como los comités académicos, además de apoyar e incentivar el desarrollo de los enfoques inter y multidisciplinarios, en consonancia con las potencialidades de la institución y acorde con las necesidades del país (Plan de Desarrollo del Posgrado de la UNAM, 2002).

La UNAM ofrece 36 programas de maestría y doctorado que incluyen diversos campos de conocimiento. De ellos, 32 se han integrado bajo la modalidad de maestría y doctorado. De las cuatro restantes, tres programas son de maestría y uno de doctorado (Datos proporcionados por el Dr. Emilio Aguilar Rodríguez Jefe de la División de Posgrado e Investigación en la ENEP Aragón).

En este momento, la UNAM no es la única universidad que ofrece posgrados de calidad en México, existen diversas instituciones públicas y privadas donde ha crecido la oferta y la demanda en este nivel de estudios. Así, la matricula del posgrado en el ámbito nacional se distribuye por niveles en la forma siguiente: 21.9% en especialización, 71.1% en maestría y 7 % en doctorado. Las instituciones publicas atienden al 59.4% de la matricula y las instituciones privadas al 40.6% restante. En el año 1999 se ofrecieron 3,895 programas y en el 2000, 4,101. En este nivel existe una alta concentración geográfica, pues más del 61.2% de la matricula se localizan en el Distrito Federal, principalmente y en los estados de Nuevo León, Jalisco, Puebla y México. El 55% de los estudiantes de doctorado están inscritos en instituciones del D.F.

El desarrollo del posgrado ha sido desigual, tanto en la calidad de los programas como en la atención de las distintas áreas de conocimiento. Ante esta situación, el Programa de Fortalecimiento del Posgrado Nacional (SEP-CONACYT, 2001) tiene como propósito impulsar la mejora continua de la calidad de estos programas.

La historia del posgrado en la UNAM sirve como una perspectiva de análisis desde donde se puede dar cuenta de la evolución de éste. A lo largo de su formación ha habido grandes cambios que de ninguna manera han sido lineales, pero al mismo tiempo, los estudios de posgrado tienen características propias, debidas a factores internos del desarrollo educativo e institucional y se ha configurado poco a poco una identidad del sistema universitario de posgrado, definido como una instancia de formación y generación de conocimiento original, que tiene su propia misión, visión, objetivos, dinámica y planes de desarrollo. Sin embargo a pesar de que se ha hecho énfasis a la expansión de este nivel de estudios poco se ha hablado de la calidad y la eficiencia del posgrado.

De esta manera, la unificación y creación del Sistema Universitario de Posgrado (SUP) de la UNAM ha avanzado sobre todo en siete grandes principios: Múltiple participación de entidades académicas; constitución de cuerpos colegiados que realizan la conducción académica de los programas, establecimiento de un sistema tutoríal; flexibilidad en cuanto a la realización de cursos en entidades académicas diversas; desarrollo de la ínter disciplina y la multi disciplina; vinculación con otros programas nacionales e internacionales; y la evaluación permanente (Reglamento General de Estudios de Posgrado, 1998).

En el SUP de la UNAM participan un total de 3,527 tutores que atienden una población total de 9,192 alumnos, 2,836 de doctorado y 6,356 de maestría, con el propósito de fortalecer la formación de profesionales, investigadores y docentes de calidad.

Desde la transformación del posgrado en 1996 a la fecha, han transcurrido 7 años; en este tiempo probablemente no se pueda hacer una evaluación muy profunda de los logros en los posgrados en la UNAM, sin embargo, creo que si se podrían hacer algunas consideraciones y evaluaciones de tipo preliminar para saber que está pasando con el posgrado en la actualidad.

 

Bibliografía

Antón, M. (2000) Un siglo buscando doctores. Revista de la Educación Superior Vol.29, No.1; Enero – Marzo.

ANUIES y CONACYT, 2002.

Arredondo, A., Reynaga, J., Méndez, A., Piña, J., Ponton, C., Mireles, O., Jasso, E., (1997) Transición del Modelo Académico del Posgrado en la UNAM. Estudio de casos sobre las practicas y procesos de formación. OMNIA No. 36-37 Año 13.

Plan de Desarrollo del Posgrado de la UNAM 2002-2006 (2002) Dirección General de Estudios de Posgrado. UNAM.

Reglamento General de Estudios de Posgrado (1998). Universidad Nacional Autónoma de México.

Rojas Argüelles, Graciela. (1992) El posgrado en la década de los ochenta: Graduados, planes de estudio, población. México, Universidad Nacional Autónoma de México. Coordinación General de Estudios de Posgrado. UNAM.