Chiapas: El conflicto entre el derecho y la liberación

Juan Bello Domínguez

Mariana del Rocío Aguilar Bobadilla

La historia de la modernización ha sido la lucha permanente por eliminar concepciones y valores socioculturales, con el propósito de homogeneizarlos en favor de una mayor participación económica dentro del modelo triunfador concebido como moderno. La visión globalizadora se orienta fundamentalmente, hacia el seguimiento de aquel modelo de modernización implementado en los países donde se detenta la influencia de las principales modificaciones tecnológicas y culturales y, fuerzan a la definición única de aquellos países con los que mantienen una relación unívoca.

El cambio y el desarrollo incesante se conciben como un ascenso lineal y progresivo. Lo moderno es inseparable del progreso entendido como un despliegue de la razón tanto en la historia como en la ciencia, la técnica y la producción. Es así, que la modernización se caracteriza por su vocación universalista, puesta de manifiesto en la ilimitada expansión de las fuerzas productivas y de la economía de mercado que disuelven modos tradicionales de producción, fronteras nacionales, etc. En nombre de los valores universales de la civilización occidental se trata de modernizar a viejas o extrañas civilizaciones, aunque esto signifique la disolución o destrucción de sus valores propios. (Cfr. Sánchez Vázquez, 1993:26)

El producto del proceso modernizador ha dado cabida a dos tipos de desarrollo contrapuestos que se manifiestan en el ámbito económico como:

La mutilación y la «infrasatisfacción» del sistema de necesidades de la población en regiones periféricas (…) siendo que, la expansión «sobresatisfactoria» del sistema de necesidades se da mediante un sacrificio sistemático de las grandes necesidades colectivas en beneficio de una proliferación desbordada de necesidades puntuales inconexas y una hipertrofia del microconsumo masificado. Por el otro lado, junto a la destrucción incontenible de la Naturaleza, obligada a cumplir un papel de simple «fuente de recursos», se da igualmente la ineficiencia real de un proceso técnico sometido a los caprichos absurdos de un proceso económico de producción de rentas y valores especulativos. (Echeverría,1995:18-19)

El desarrollo económico se manifestó como una ofensiva de opulencia y derroche, contrastando con la pobreza y la escasez, que en ambos casos permite avizorar la imposibilidad de modificar esa tendencia a futuro. Este modelo ha probado ser incapaz de generar abundancia permanente de bienes a la sociedad y menos aún, en ya no digamos acabar, sino disminuir la tasa de pobreza, miseria y marginación porque su esencia genera contradicciones contando entre ellas la oposición entre el desarrollo y la conservación del medio.

El proyecto hegemónico insiste en mantener una línea que parte del supuesto de ignorar la diversidad, situación que se expresa en las restricciones gubernamentales sobre los derechos lingüísticos y culturales de las minorías, generalmente expresan la incapacidad del Estado para permitir la diversidad étnica, en especial cuando identifica el nacionalismo y el proyecto de construcción nacional con un único modelo cultural y una lengua, es decir, con su propia identidad étnica. Así, cualquier otra identidad cultural amenaza a la unidad nacional.

La organización comunal se enfrenta hoy en día a serios peligros y amenazas, en una Era en que se tiende a identificar la modernidad con una globalización que pretende excluir las particularidades, la pluralidad étnica y las maneras distintas de vivir. Época en que se preconiza nuevamente la homogeneidad, los sistemas políticos unificados y centralizados, los bloques económicos multinacionales, los grandes marcos de estandarización. Esta oleada «avanzadora» no concede ninguna oportunidad a las pequeñas comunidades cohesionadas por una identidad étnica distinta.

El proceso de modernización ha convertido al desarrollo sustentable en una «aspiración social» y el ámbito de la cultura se piensa como una amplia gama de posibilidades. Es justamente en este punto donde a los criterios del desarrollo: productividad, sustentabilidad, estabilidad y equidad deben agregarse otros que reflejen la participación de actores sociales y no sólo factores de la producción para incorporar a la noción de desarrollo otras formas de pensar y organizarse en la sociedad. Esto supone concebir diferentes vías de desarrollo que se correspondan a cada grupo y su cultura como «…universo de sentidos que no se comunica ni existe independientemente de su modo de producción, circulación y de recepción, consumo o reconocimiento.» (Brunner, 1992:42)

De acuerdo con lo expuesto ¿es posible adoptar una vía de desarrollo que en sus formas de producción, consumo y reproducción considere el respeto a los derechos humanos, conocimientos, usos, costumbres y a su vez de los recursos, tierras, territorios y capacidades regenerativas del ambiente? Creemos que sí. El desarrollo no tiene por qué estar reñido con las culturas, tendría que ser nutrido por éstas pensándolas como vetas de creatividad, lo cual implica que el término desarrollo debiera ser dinámico, cambiante, flexible a cada espacio y situación.

«La cultura no es pues un instrumento del progreso material: es el fin y el objetivo del desarrollo, entendido en el sentido de realización de la existencia humana en todas sus formas y en toda su plenitud.» (UNESCO, 1997:32)

Estamos convencidos de que una de las posibles alternativas para establecer una relación entre el desarrollo y la cultura es el ejercicio de la autonomía. En el caso de los pueblos indios es importante retomar el planteamiento inicial, reconociendo a la nación como una conformación pluricultural, al sentar esta premisa resulta inconsistente el principio organizador que rige o «regula» a la sociedad, y que exige no sólo su modificación, sino la sustitución de la actual estructura organizativa y de poder no solamente en el ámbito administrativo pues ésta comprende también los ámbitos económico, social, político y cultural. Considerar todas las esferas sociales supone el tránsito hacia una sociedad que siente las bases para establecer relaciones diferentes a las que prevalecen en términos de respeto y diálogo, lo cual necesariamente lleva a replantear la función del Estado, y la relación entre el Estado y su proyecto de modernización con la nación, reconocida por éste — por lo menos a nivel formal–- como multicultural y multiétnica.

Considerando esta amarga realidad, la autonomía no constituye sólo una opción más por ensayar, un camino que puede tomarse o no. Puede plantearse que es la vía que mejores perspectivas ofrece a las etnias indígenas para su permanencia y florecimiento. Si la comunidad es el núcleo actual de la etnicidad india, las amenazas contra la primera ponen en peligro a la segunda. La autonomía regional, en tanto supone no sólo la consolidación de la comunidad sino además la ampliación de la territorialidad (y en condiciones nuevas, incluso la actualización de antiguas territorialidades regionales, aunque no los mismos territorios anteriores) es probablemente la última oportunidad u opción histórica para los pueblos indios de Latinoamérica. (Cfr. Díaz-Polanco, 1997)

La modernización de los Estados latinoamericanos
–como sistemas– no han tomado en cuenta al indio al interior del proceso, en su caso se le piensa vía la asimilación, o desindianiación, porque desde el punto de vista del «mundo moderno» el desarrollo se concibe como un proceso lineal, ascendente y continuo que debe ser impulsado «desde arriba» para de una vez y para siempre acabar con lo «tradicional». Sin embargo, con la inclusión de la cultura en el marco de la sustentabilidad se plantea la posibilidad de un desarrollo diferente al que se ha venido imponiendo, que implica no postergar más la incorporación a éste la diversidad de ideas y formas de pensar a través de todos los grupos que conforman la nación. Esto ha generado la necesidad – convertida en demanda – de establecer canales de comunicación efectivos, que propicien la participación en la toma de decisiones en torno al «estilo» de desarrollo que las etnias decidan adoptar en forma autónoma que tenga como fundamento y punto de partida a la comunidad, su cultura e identidad. Para que esto suceda, la participación y la concertación son indispensables con el propósito de plantear, sobre todo, diferencias y desacuerdos en relación con el modelo hegemónico que deberán dirimirse y respetarse como parte de una nueva relación con el Estado, espacio en donde no sólo las etnias, sino todos los actores sociales puedan expresarse y manifestarse en la búsqueda no de una sociedad armónica y equilibrada, sino simplemente democrática, que tenga como base la diversidad. Sin pretender llegar a un «lugar común», neutral y objetivo, sino a un espacio de diálogo en el que seguramente nacerán nuevas diferencias con la certeza de que podrán ser escuchadas y discutidas, que propicien la ocasión de tejer la intersubjetividad.

La modernización en América Latina y en particular en México dependerá, no de priorizar el desarrollo como una meta universal, sino de establecer un vínculo entre éste y las culturas definidas como una selección de valores y principios que den cauce a estrategias más específicas de desarrollo económico y cambio social. Esto es, definir la modernidad al interior del cambio y organización social, sin confundirlo con la modernización, que es una movilización tradicional de un tipo de sociedad a otra, definido estructuralmente como el manejo de los recursos pero no exclusivamente desde el punto de vista cuantitativo sino en términos de niveles que lleve a la transformación social con la capacidad de responder no únicamente en términos materiales sino también en bienes culturales.(Cfr. Touraine, 1995)

Hoy asistimos a un proceso de globalización que mantiene en lista de espera —en el mejor de los casos— a la diversidad cultural y dentro de ella, a la cultura de los pueblos indios, mediante un poder que se ejerce de arriba hacia abajo en todos los ámbitos de la vida, también es un proceso desigual, pero nos permite concebir la utopía de movilizar a la sociedad para construir una racionalidad social y productiva, que considere opciones diversas a un proceso de participación democrática. Para ello, no basta con la formulación de políticas orientadas al respeto mutuo y a la libertad cultural; lo indispensable es el ejercicio de la libertad cultural como base de la coexistencia de la diversidad de las colectividades en el marco del Estado que tenga como base un verdadero compromiso social, porque finalmente los pueblos indios y su diversidad cultural han luchado por encontrar espacios para permanecer y manifestarse para ser escuchados, para acceder al diálogo, espacios negados pero que les permiten definirse, movilizarse, afirmar su cultura, su identidad y dar sentido a su vida.

La actual configuración mundial conlleva hacia una hegemonía con tendencias hacia la homogeneización en la que se erige como uno de los grandes retos el desarrollo sustentable, como una vía para concebir una «racionalidad» donde todos los ámbitos confluyan y tengan cabida no sólo las expectativas del proyecto dominante, sino también se incluyan como parte de éste, las necesidades de las comunidades y de sus saberes sobre el medio y sus recursos; de las condiciones de apropiación de su ambiente como medio de producción y del producto de sus procesos de trabajo; de la asimilación de la ciencia y la tecnología moderna a sus prácticas tradicionales para construir medios de producción más eficientes, respetando sus identidades culturales. (Leff, 1992:132-133)

En esta perspectiva prevalece la idea de que el propósito del desarrollo no es solamente el crecimiento económico sino, que el desarrollo debiera estar estrechamente relacionado con los niveles de bienestar, por ello surge la noción de desarrollo humano en la que por primera vez parece tener cabida la cultura. Esta noción ha sido adoptada y enriquecida por intelectuales de diferentes ámbitos que hoy más que nunca – rebasando la perspectiva ecologista — reconocen a la nación con una conformación plural y diferenciada que impone la dimensión cultural en la conceptualización del desarrollo.

A pesar de los procesos de globalización y de mayor interacción económica, social e informativa a escala mundial, las experiencias recientes en los ámbitos nacionales enfatizan la prevalencia de procesos de identificación cultural emanados de referentes étnicos, los cuales pueden adquirir importantes connotaciones de resistencia que nos hacen repensar la relación entre los procesos de globalización aludidos y las formas de creación y recreación de las identidades culturales a partir de una mayor interacción global, lo que está produciendo importantes efectos sobre al construcción de un orden social significativo entre la población, y la configuración de proyectos de nación.

Como dice Braudel, casi «resultaría infantil» pensar que la modernización o el «triunfo de la civilización en singular» llevaría al final de la pluralidad de las culturas históricas encarnadas durante siglos en las grandes civilizaciones del mundo. La modernización, por el contrario, fortalece esas culturas y reduce el poder relativo de Occidente. En muchos aspectos, el mundo se está haciendo más moderno y menos Occidental. (Huntington,1997:91 Apud.)

La globalización económica y la internalización de la cultura, lejos de conducir a la liquidación de los particularismos locales y culturales, contribuirá (como ya está ocurriendo) a su reafirmación y revitalización. No se ha prestado suficiente atención al hecho de que la «globalización» ha engendrado también en todas partes, a escala mundial, su antídoto y su anticuerpo: la tendencia a la «retribalización», o más bien a la «re-etnización» —diríamos nosotros— ya que las identidades sociales cuya reactivación observamos por doquier, son generalmente de naturaleza étnica y se presentan frecuentemente en forma de nacionalismos étnicos. (Cfr. Gellner, 1988 )

La permanencia y resistencia de los pueblos indios ha representado históricamente un problema para la consolidación del grupo hegemónico y para el desarrollo de la sociedad propuesto por ellos, siempre con la tendencia hacia el "progreso y la modernización". En el marco actual la globalización, el uso de nuevas tecnologías, la informática, la internacionalización de métodos organizativos de la producción y la mirada vuelta hacia la promoción del desarrollo sustentable que haga posible satisfacer las necesidades básicas de la población y superar la pobreza sin comprometer los recursos de las futuras generaciones, representa el reto para los estadistas modernos con el siguiente cuestionamiento: ¿cómo fomentar el desarrollo en un contexto que permita la participación democrática de todos los grupos que conforman la sociedad y considere no sólo la posibilidad sino el derecho de los pueblos indios a decidir y participar de manera autónoma en el desarrollo y modo de vida de sus comunidades?

La lucha por la autonomía, es parte de la historia de los pueblos indios porque en ella de alguna manera se concentran gran parte de sus demandas, como son: El derecho a la libre determinación y de establecer su condición política, su desarrollo económico, social y cultural; derechos sin discriminación e igualdad y protección ante la ley; libertad de pensamiento, conciencia y creencias religiosas, derecho a tener su propia vida, cultura y emplear su propio idioma; derecho a la seguridad social, vivienda, vestido, educación y nivel de vida adecuados, reconocimiento y derecho a existir, mantener su identidad étnica; derecho de propiedad de tierras que han ocupado tradicionalmente, derecho a mantener dentro de sus asentamientos estructuras económicas y modos de vida tradicionales; derecho a participar en la vida económica, política y social del Estado. (Cfr. Sánchez, 1996)

Hoy más que nunca es urgente la definición y el reconocimiento de la propiedad de los recursos y las tierras de las comunidades indígenas, la consolidación de la organización comunal como gestora de su desarrollo para incrementar la calidad de vida y el respeto hacia el estilo de vida que asuma, esto implica tomar en cuenta las expectativas de la comunidad respecto a su problemática y posibles soluciones, y el territorio pensarlo como parte y esencia de la configuración de la comunidad.

Chiapas: El Conflicto entre el Derecho y la Liberación.

No es posible explicar y comprender Chiapas sin mencionar a los pueblos indios que representan cuando menos el 33% de su población total. Cabe hacer notar que se está haciendo referencia a "minorías" que representan a la tercera parte de su población.

En 1990 el censo registró 716’012 chiapanecos de 5 años y más que hablaban alguna lengua indígena. De estos cuales 453’508 hablaban también español, y 228’889 no lo hablaban, es decir, el 32% era monolingüe, el mayor porcentaje del país. Existe monolingüismo en indígenas mayores de 35 años, situación que a pesar de fortalecer su identidad cultural, los ubica en desventaja social para el establecimiento de relaciones justas, con el resto de la población.

Después de Oaxaca, Chiapas presenta la mayor concentración de hablantes de lengua indígena en el país, con el 13.6%. Las lenguas principales que se hablan en la entidad son el tzetzal, tzotzil, chol, zoque, tojolabal y mame.

Los tzetzales son, por su número, el principal grupo indígena de Chiapas. En efecto, los datos de 1990 aseveran que existían 317’608 habitantes que hablaban tzetzal. Los tzotziles sumaban en 1990, un total de 281’677 habitantes, siendo el segundo grupo más numeroso del Estado.

Los niveles de educación para la población de 15 años en Chiapas presentan 3 analfabetos por cada 10 habitantes y 7 de cada 10 son analfabetos funcionales; en los municipios de mayor conflicto social y político (Las Margaritas, Altamirano, Chanal, San Juan Chamula) el porcentaje de analfabetismo es superior al 50%. La situación es crítica pues de 930,739 niños entre 5 y 14 años de edad, el 33% no asiste a la escuela. Esto refiere que el proyecto educativo destinado hacia este sector tiene como gran ausente al indígena.

El analfabetismo, en gran parte de las comunidades indígenas supera el 50%, correspondiendo a las mujeres la tasa más elevada por el papel de subordinación que desempeñan en la estructura de la organización tradicional y familiar; debido a  la manera en que la  educación formal se ha impartido, poco ha servido para satisfacer las necesidades de los grupos étnicos, ya que al no haber podido llevar a la práctica los ideales de la enseñanza bilingüe y bicultural se ha distorsionado la transmisión de los valores propios de la niñez y la juventud.

A nivel nacional el valor más alto de analfabetismo corresponde a Chiapas con 533’998 analfabetos, el 30% de la población de 15 años y más.

Realizando un análisis retrospectivo y comparando los resultados censales de 1970 con los de 1990, resaltan aspectos muy interesantes. Se observa una reducción del analfabetismo, en 1970 era del 45.4%, en 1990 fue el 30%;

Por el nivel de instrucción, se registró que de la población de 15 años y más (1’779’514 habitantes) el 29% (516’121) carecían de instrucción alguna; el 31% (551’544) tenían la primaria incompleta, el 13.8% (246’234) habían concluido la primaria y el 22.8% (405’891) recibieron instrucción post-primaria. En este aspecto, Chiapas también ocupa el primer lugar por el nivel más bajo de instrucción.

Según estudios nacionales (CONAPO y la Comisión Nacional del Agua), 94 de los 111 municipios de Chiapas, es decir el  84.7% están clasificados  como de muy alto grado de marginación;  los índices de pobreza y subdesarrollo son los más altos entre los estados del país. Lo cual revela un crecimiento económico nacional que continúa con características de enclave y que tiende a seguir polarizando a la sociedad generando niveles de marginación cada vez más graves.

Su tardía integración política a México, y las formas permanentes de marginalidad que la caracterizan (...) le han dado un color particular, una luz propia. El accidentado proceso de su integración ha teñido también su territorio de manera discontinua y desigual formando poco a poco una situación económica y social que semeja la piel de un inmenso jaguar: con manchas irregulares, en donde se combinan partes claras, de una mayor penetración de las relaciones capitalistas, con las partes oscuras y profundas que vienen de un pasado inmemorial. Pasado que en las diversas formas de explotación, coerción y control, se ha convertido en un presente de miseria e injusticia para los más desposeídos, para los pequeños hombres de maíz. (García de León, 1995:11)

El reto es grande si consideramos lo significativo que es su población y diversidad étnica para el Estado, porque su importancia no radica en su número, sino en la existencia de grupos lingüísticos, con indicadores de marginación y extrema pobreza. En Chiapas hay 38 municipios con niveles de «muy alta» marginación, donde habita alrededor del 80% del total de la población indígena del Estado, el resto se encuentra entre los municipios con nivel de «alta» marginación y que más allá del "conflicto" armado hay otro conflicto, el estructural, generado por el impulso de un proyecto modernizador que ha pasado por alto las condiciones regionales y locales en el que la población pasa de actor de su propia historia a espectador de la misma, porque no tiene cabida; en dicho proyecto se llevan a cabo reformas a contracorriente de sus necesidades y esto ha dado lugar al rasgo más característico de la historia de los pueblos indios: la resistencia. Estos grupos han mantenido un espíritu de lucha que los mantiene activos y presentes ante esa historia que no sólo ha atentado en contra de ellos negándolos, incluso ha pretendido su desaparición.

Bibliografía

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