Arturo Corzo Gamboa
Unidad UPN 094, D. F. Centro
La poesía como expresión literaria ha sido, desde los tiempos de la Colonia, uno de los géneros más y mejor cultivados en nuestros países hispanoamericanos. Decir poesía es recordar los magníficos poemas de Gabriela Mistral y de Pablo Neruda, ambos laureados con el Premio Nobel de Literatura (1945 y 1971, respectivamente); o pensar en la creación poética de Octavio Paz, quien también mereció la distinción (1990) que cada año otorga la Academia Sueca. Evocar a López Velarde, Díaz Mirón, Nervo, Gutiérrez Nájera, Darío, Chocano, Lugones, José Asunción Silva, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, es arriesgarse a cometer la injusticia de la omisión (Sabines, Álvaro Mutis...), pero es de sobra satisfactorio comprobar que la nómina se extendería con bastante amplitud.
Tan válida es la aclaración anterior que, entre los pocos poetas mencionados, falta nada menos que la «Décima Musa», la inspirada y genial Sor Juana Inés de la Cruz, honra y prez de la Nueva España desde el mismo siglo en que vivió: el XVII. El prestigio literario del que gozó la monja jerónima, y que sus contemporáneos reconocieron abiertamente, fue una lisonja, un cumplido o, quizás, un poco de vanidad —al fin que la monja era más humana que santa—; pero eso fue en su siglo. El tiempo, con su paso inexorable, empolvó su memoria; sus poesías ya no fueron leídas ni comentadas con el entusiasmo de antaño, no obstante su indiscutible calidad. Y pasaron así los años del siglo XVIII y más de la mitad de los del XIX, con tan sólo algunas referencias y alusiones esporádicas a la celebérrima poetisa, aunque también con irreverencias increíbles como las que le infligió el maestro Ignacio Manuel Altamirano, en 1871, en su artículo «Carta a una poetisa», en el que «aconseja [...] a la poetisa los modelos que debe seguir, las inspiraciones nacionalistas que debe emplear. En cuanto a las mujeres poetas le recomienda a Safo y a Santa Teresa...»(1) No le sugiere que siga los pasos de Sor Juana, sino que le dice:
[...] no seré yo quien recomiende a usted a nuestra Sor Juana Inés de la Cruz, nuestra Décima Musa, a quien es necesario dejar quietecita en el fondo de su sepulcro [...] sin estudiarla, más que para admirar de paso la rareza de sus talentos y para lamentar que hubiera nacido en los tiempos del culteranismo, de la Inquisición y de la teología escolástica.(2)
Dos años después, en 1873, como un desagravio involuntario, apareció, bajo el rubro de la Imprenta Nacional de Quito, el libro titulado Obras selectas de la célebre monja de México, Sor Juana Inés de la Cruz, precedidas de su biografía y juicio crítico sobre todas sus producciones, de Juan León Mera (1832-1894), notable escritor del Ecuador, quien destacó «tanto en el campo de la crítica como en el de la creación literaria. [León Mera] fue también [un] excelente pintor de paisajes [y escribió el] Himno Nacional ecuatoriano».(3)
León Mera, el ecuatoriano, al contrario de Altamirano, el mexicano, admira y «elogia [...] el talento y la sabiduría de Sor Juana, su variedad y facilidad poéticas; le encanta su lírica amorosa...»(4) El Dr. de la Maza se pregunta, intrigado: «¿De dónde le nació a León Mera el amor a Sor Juana? Primero, la atracción del sexo: una mujer escritora; una mujer poetisa; eso ganó el corazón del hombre. Segundo, esa mujer era americana; eso ganó la voluntad del ecuatoriano.(5)
En reciprocidad, la obra de León Mera se reimprimió en Puebla (1972), por la Editorial Cajica, con el título de Biografía y Selecciones de Sor Juana Inés de la Cruz.(6) De la Maza aclara que antes de la edición de Cajica no existía en México un solo ejemplar del libro de León Mera y que sólo logró conseguir «un microfilm de la única biblioteca que posee un ejemplar: la de don Marcelino Menéndez y Pelayo, de Santander».(7) En tono recriminatorio, pero más que comprensible, agrega de la Maza: «La "cultura" hispanoamericana es tan cuidadosa de lo suyo que no guarda libros de sus hijos».(8)
Los nexos culturales entre nuestros pueblos hispanoamericanos han sido, en cierta forma, constantes; pero hoy son, por fortuna, más sólidos y frecuentes. De ahí la importancia de acercarnos a la obra de ecuatorianos como León Mera o Henry Kronfle.
Konfle , poeta que, al decir de Germán Pardo García, «abre las alas desde un Chimborazo imaginario de su patria y da sombra con ellas y resplandor inerme tanto a las dimensiones geográficas cuanto espirituales y mentales de su vegetal país».(9)
De Kronfle dijo el excepcional escritor argentino Jorge Luis Borges que «es uno de los valores de América»,(10) reconociendo la calidad y la profundidad de su estro poético. Entre las obras de Kronfle se cuentan: 25 poemas en la mitad del mundo, Vibraciones del alma, Más allá de mi voz, Entre el tiempo, el espacio y el amor y Los sonetos de las definiciones, cuyo mensaje espiritual dio lugar a que la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou, afirmara que «Kronfle es un gran poeta ecuatoriano que domina magistralmente el arte de hacer poesía», y que la mexicana Rosario Sansores escribiera: «Me complace ser compañera en el verso del admirable poeta ecuatoriano Henry Kronfle, quien trata con gran altura cualquier tema que lo inspira». También Guadalupe Appendini y León Felipe han apreciado su talento. La primera expresó: «Hay en su poesía fascinante inspiración que admira por su humanidad y sentido crítico [...] Sus poemas tienen la hondura y el encanto que llegan sutilmente al alma de los lectores», y el poeta español señaló: «Kronfle, un gran poeta del Ecuador, donde yo quisiera volver para encontrarme con gente valiosa como este Henry, a quien con gusto le abrazo aquí, y le estrecho la mano».(11)
ROMANCE DE UN PESCADOR Y UNA SERRANA
Era el alba hecha mujer.
Era una flor muy temprana
con un aroma de sierra;
toda tersa, toda intacta,
cuando descendió hasta el puerto
donde era casa mi barca.
Ella, al fin, conoció el mar
–su sueño desde la infancia–
y yo un verdadero cielo
en la luz de su mirada.
Me habló de su abrupta senda
y retornó a su cabaña.
Y su candor de capullo
quedó eternizado en mi alma.
¡Cómo pescarla en mis redes
si era su mar las montañas!
¡Cómo vencer, de mi anhelo,
el aguaje y la resaca!
Sediento, en mi fantasía,
bebí del mar toda el agua,
y embriagado de recuerdos
abandoné red y barca.
Tomé otra red invisible
tejida por mi esperanza,
sin principio y sin final,
y la eché sobre mi espalda.
¡Ah, mi luna marinera
de sal, de espuma y de playa,
poco a poco en el camino
se fue volviendo serrana!
Vapores de ebullición
le dieron forma a mi estampa
y ascendió en la ingravidez
mi paso de nube y alas,
hasta encontrarse en la cima
mi pasión y su cabaña.
Al aire tiré mi red
–que fue un abanico de ansias–
y se envolvió en su cintura,
y se enredó en su mirada;
y mostró aquel pececillo
su limpidez de montaña,
de páramos y de nieve
que jamás se vio pisada,
de oxígeno enrarecido.
¡Así de pura y de casta!
¡Nunca una espada sin filo
calzó tan bien en su vaina!
Atrás quedaron los muros.
Y de esa senda estrenada
aprendí, por sus contornos,
que adquieren forma las almas;
que se encienden como leña
más allá de las entrañas;
que el infierno es frío, es hielo;
que el cielo es calor y es llama.
¡Bendito aquel fuego eterno
que ha incendiado nuestras almas!
¡Que en él se quemen mis redes
y se incinere mi barca!
¡Ya mi proa echó cadenas
para anclar en sus entrañas!
PADRE
Raíz y tronco y sangre y apellido.
Recio ciclón y brisa de ternura.
Presencia de criador y de criatura.
Sus años yo los guardo. No se han ido.
Compañero de vuelo desde el nido.
El calor de su amparo aún perdura.
Él ha sido mis alas en la altura
y red de contención cuando he caído.
La existencia se esfuma inadvertida.
La juventud de pronto queda lejos
cual estrella remota y extinguida.
También los hijos nos hacemos viejos;
y hoy me apoyo, avanzando por la vida,
en su bastón de amor y de consejos.
¡QUIERO ESCRIBIRTE, MÉXICO!
Hoy mi alma es tinta azul y forma un río.
Un Ecuador en versos traigo ufano.
No quisiera escribirte con la mano,
y rechazo el papel porque es muy frío.
Que mi aliento te escriba –así lo ansío–
en el poncho de un indio ecuatoriano,
en el mero sarape mexicano
o en la miel de un jarabe tapatío.
«¡Yo te quiero y te admiro por igual!»:
que mi aliento lo escriba en un nopal
o en la imagen del Guayas12 que me alcanza.
Y porque entre tu gente me diluyo,
tú estás en mi interior y yo en el tuyo,
¡Oh México de amor y de esperanza!
MI SENSATEZ Y EL TIEMPO
Al ilustre poeta universal
Germán Pardo García
Soy sensato al decir que en el mañana
se encuentra la esperanza de la vida;
que el pasado fue punto de partida;
que la existencia es muerte cotidiana.
Soy sensato al decir que una semana,
un milenio o, de tiempo, otra medida
que pueda ser mil veces repetida,
será frente a lo eterno fracción vana.
El enigma del tiempo está en mi verso.
Mi sensatez, por tanto, se aligera
y vuela hacia el azul de una quimera.
Y advierto estando en el azul, inmerso,
que hoy es mañana y que el ayer espera.
¡Y descubro el revés del universo!
Notas:
1 Francisco de la Maza, Sor Juana Inés de la Cruz ante la historia, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, 1980, p. 393.
2 Ibidem.
3 Ibidem, p. 399.
4 Ibidem, p. 397.
5 Ibidem, p. 394.
6 Ibidem, p. 395.
7 Ibidem.
8 Ibidem.
9 Pardo García en la presentación del libro de Kronfle, Vibraciones del alma, México, edición del autor, 1987, p. 8.
10 Henry Kronfle, Más allá de mi voz, edición del autor, México, 2000, p. 5.
11 Kronfle, Vibraciones del alma, México, edición del autor, 1987, pp. 11-18.
12 Río de Ecuador que desemboca en el golfo de Guayaquil.
Articulo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 D.F. Centro, México. Se permite su uso citando la fuente. Dirección u094.upnvirtual.edu.mx