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Discurso pronunciado el 1º. de julio de 2003 en el Auditorio «Lauro Aguirre» de la Universidad Pedagógica Nacional, Ajusco. Generación 1999-2003 de la Licenciatura en Educación

Profra. Ana Luisa Torres Nava

Egresada de la UPN-094

«Los hombres han nacido
los unos para los otros;
edúcales o padécelos.»
(Marco Aurelio).

Buenos días a todos los presentes: autoridades, maestros asesores de la Universidad Pedagógica Nacional, compañeros y compañeras de la Unidad 094, familiares y amigos que nos acompañan hoy, en este día que parecía no llegar nunca, y que cada uno de nosotros sabe cuánto trabajo nos costó el poder estar aquí y el compromiso que ello implica.

No puedo dejar de sentirme privilegiada por poder dirigir estas palabras a nombre de mis compañeros, quienes aún a pesar de cuatro años, me confiaron este micrófono (espero no fallarles), y quienes al igual que yo, terminamos una etapa de estudios, que tal vez pudiera representar para las familias el final de sus sacrificios. Pero esto no es así, en realidad el significado de esta ceremonia es una iniciación. Una iniciación porque nuestro concepto de educar no puede ser ya la enseñanza de la matemática, del español, de la biología, o de la historia simplemente; sino que en palabras de Montaigne

«el niño no es una botella que hay que llenar,

sino un fuego que es preciso encender»

No podemos ir de regreso a la escuela a hacer lo mismo que hacíamos hace cuatro años; la propuesta de la Universidad nos ha llevado a transformar lo que antes creíamos que no podía cambiar. ¿Y todo por qué y para qué? Simplemente porque nuestros niños merecen mucho más que sumas y restas, mucho más que leer y copiar lo que otros han escrito; en nuestros niños, debemos rescatar nuestra categoría humana; ellos, merecen, primero, ser felices en las escuelas, desarrollar todas sus capacidades creativas para poder enfrentar al mundo inteligentemente, simplemente merecen ser felices y libres, meta de todo ser humano.

Educar, hoy para nosotros, como bien lo ha conceptuado Paulo Freire, no puede ser otra cosa que un acto de amor, y es así, porque la situación que viven los oprimidos, clase a la que pertenecemos los maestros, es irracional, mítica y alienante, lo que los deshumaniza, los mantiene domesticados para preservar el «orden» social, en el que tener más, significa ser más.

Los profesores no podemos seguir domesticando, seguir convirtiendo a los hombres en «cosas», en seres inanimados que pierden la cualidad esencial de la vida: LA LIBERTAD. La consideración de la educación como un acto de amor tiene su esencia precisamente en el derecho a «ser» de todos los hombres, en la transformación de la realidad que los humanice, pero al mismo tiempo, en una relación dialéctica en la que conceptuemos nuestra actividad como educadores, condicionada por el contexto social del cual forma parte, y sin embargo, como una actividad que no puede ser considerada neutral: o reproduce la ideología dominante a través de su práctica o busca transformarla, asumiendo con conciencia y compromiso, que la educación es política y la política es educación; esa es la tarea del educador.

En estos cuatro años hemos compartido, profesores-alumnos con nuestros asesores, y tal vez también con nuestras familias, nuestras ignorancias, limitaciones, miedos y frustraciones. Pero también, hoy podemos decir al mundo, compañeros maestros, que empezamos a superarlas, que entendemos que educar no puede tener otro significado que el de una elaboración crítica, consciente de nuestro quehacer, que las escuelas pueden ser algo más que reproductoras ideológicas de la clase dominante, es decir, si su objetivo es que los estudiantes adquieran conocimientos, habilidades y facultades críticas a través de la indagación, también crítica y el diálogo significativo, consecuentemente, nuestros alumnos adquieren un papel transformador, que nosotros, los educadores podemos obstaculizar o quitarle el cerrojo.

Llegamos a la Universidad Pedagógica Nacional, buscando lo que todos los maestros de nuestro país necesitan para sí mismos y para sus niños: además de mejores condiciones materiales, llegamos buscando respuestas para ser mejores maestros; aunque para los apologistas de las clases dominantes, la política educativa esté alejada de nuestro ámbito de injerencia, aquí, en la Universidad Pedagógica Nacional, hemos encontrado respuestas revolucionarias que nos hacen asumir compromisos que no han podido quedar en el discurso, porque las hemos llevado a la práctica, aún a pesar de las consecuencias familiares, sociales, profesionales, laborales y personales que ello ha implicado.

Nuestras vivencias en el salón de clases de la Universidad han sido siempre significativas. Por un lado, está el planteamiento de transformación de nuestro quehacer que se pretende desde esta licenciatura, ya que se parte de la idea de que es el análisis y la reflexión de la práctica docente de nosotros mismos, como profesores en servicio, lo que caracteriza el proceso que ha debido impactar en nuestra identidad y doble condición, es decir, como alumnos y maestros al mismo tiempo.

Pero, por otro lado, y aún a pesar de las condiciones en las que se da este quehacer docente en la Unidad 094, es decir, a pesar de las carencias que persisten en este centro, (nuestra generación es de las que anduvo escuela por escuela y zona por zona), contamos con la ética, la profesionalidad y la resistencia de nuestros maestros asesores (aunque en ocasiones se les «haya pasado la mano»), quienes en general, nos demostraron tolerancia, respeto e interés (y hasta cariño) en nuestra formación y actualización, nos desafiaron a que lográramos asumir el compromiso de no sólo asistir a una actualización más de las que abundan en nuestro sistema educativo, sino de involucrarnos en el proceso de valoración y revaloración de nuestro propio quehacer, y por lo tanto de transformar transformándonos. Gracias maestros, sinceramente gracias, por compartir toda su experiencia y conocimientos.

A los padres, esposos, esposas, hijos, hijas, a todas las familias y amigos, gracias también por su tolerancia y su apoyo, porque seguramente han tenido que sufrir el abandono de todos nosotros, abandono que no crean que ha terminado, pero que tratando de no ser egoístas, hoy aceptarán que nuestra labor docente, que nuestro compromiso, va más allá de cumplir en el trabajo con un horario, y que haber terminado una etapa de estudios, también significa mucho más que simplemente ir a tomar clases los sábados.

Finalmente, compañeros, si bien al principio mencioné que hoy, debíamos considerar este evento como una ceremonia de iniciación, no podemos dejar de sentirnos satisfechos, porque recibimos un grado de licenciados en educación, que ¡claro que debemos festejar! porque parecía muy lejano este día y al fin llegó; LLEGAMOS después de cuatro años en que compartimos nuestras limitaciones, nuestras tristezas, nuestros miedos, nuestros problemas (y hasta nuestras tareas), pero también compartimos grandes momentos de realización personal y profesional, nuestros éxitos, nuestras experiencias, nuestras emociones, nuestros sueños; nos dimos aliento y apoyo, lo importante cada sábado, era salir fortalecidos y motivados para hacer algo diferente en nuestras aulas y en nuestras vidas al día siguiente; continuar con la doble, y para algunos la triple, responsabilidad de ser padres, maestros y alumnos al mismo tiempo.

Gracias compañeros por compartir toda la riqueza de sus experiencias personales y docentes, que estaban allá encerradas en las cuatro paredes de las aulas, y que en la colegialidad de cada sábado, nos lograron enriquecer a todos como maestros, pero sobre todo, como seres humanos.

Vaya pues este mensaje con mucho cariño, con el corazón, el cual he tratado de expresar a través de estas palabras y que cerraré como lo haría Jaime Sabines:

Estamos haciendo un libro,

testimonio de lo que no decimos.

reunimos nuestro tiempo, nuestros dolores,

nuestros ojos, las manos que tuvimos,

los corazones que ensayamos:

no traemos al libro,

y quedamos, no obstante,

más grandes y más miserables que el libro.

El lamento no es el dolor.

El canto no es el pájaro.

El libro no soy yo, ni es mi hijo,

Ni es la sombra de mi hijo.

El libro es sólo el tiempo,

Un tiempo mío entre todos mis tiempos,

Un grano en la mazorca,

Un pedazo de hidra.

Muchas gracias.


Articulo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 D.F. Centro, México. Se permite su uso citando la fuente. Dirección u094.upnvirtual.edu.mx