Luz dorada Excitación
Maricela
Castillo Fernández
Asesora de la Unidad UPN 094
Los dioses contemplan satisfechos el equilibrio que reina en el cosmos. De pronto, un pequeño sol en una insignificante galaxia centellea, luz dorada llamando su atención, pidiendo ayuda. El planeta Aneg está intoxicado por una plaga de animales llamados sonamus, se han reproducido hasta contaminarlo, amenazan el ecosistema y con ello toda vida en el astro.
Los dioses contienden si es favorable exterminar la plaga o simplemente fumigar la especie más nociva de sonamus. Arua, diosa regente del planeta Aneg, sugiere fortalecer a la especie de sonamus en su conformación mental y ampliar su capacidad de supervivencia en colectivo. Olopa, oponente de Arua, propone un exterminio casi total a fin de que la especie no desaparezca, pero tampoco cause más daño al resto de la flora y fauna del planeta.
Mientras tanto, en Aneg, los sonamus pululan por todas partes exterminando especies menores de animales y plantas, dañan las fuentes principales de alimento y practican el canibalismo de manera repugnante. Desarrollan una rara habilidad por el exterminio de su especie; sin embargo, la población lejos de disminuir crece en forma geométrica con el consabido daño al ecosistema de Aneg.
Saidif, Dios rector, escucha con atención y decreta el exterminio progresivo de sonamus, desde sus especies más nocivas hasta las menos dañinas. Espera, aprendan cada vez que se vean disminuidos, a convivir con el resto de los seres que habitan el planeta.
Primera prueba, holocaustos graduados, la especie a exterminar paradójicamente a lo que se espera, fortalece sus instintos destructivos, son cada vez más agresivos entre sí, el canibalismo se hace rutinario. Ante el fracaso, Saidif ordena a Olopa aniquilar a la población nociva de sonamus en un setenta por ciento como segunda prueba. El mejor método, un juego inventado por los sonamus: ¡La guerra!
¡Misión cumplida! Declara Olopa. ¡El juego mata a quien lo juega! La población menguada de sonamus parece haber entendido el mensaje. Arua expone: lamentablemente el exterminio no se reduce a la especie perniciosa. ¡El juego mata a quien no juega! El ¿aprendizaje? fue por muy corto tiempo; las especies sobrevivientes de sonamus, salvo un par, son mucho más nocivas y destructivas con el resto de los seres vivientes de Aneg.
Decepción para los dioses, particularmente para Arua, quien tiene cierta debilidad por estos bichos ignorantes. Para evitar el canibalismo, intenta ayudarlos enviando alimentos que la plaga devora de inmediato. Reinciden, continúan la guerra a la que se aficionan y parecen vivir para jugarla.
Acuerdo unánime de los dioses, tercera y última prueba antes de la extinción. Menguar la población en un noventa y nueve por ciento; el método, plaga contra plaga. Los dioses crean una especie similar aún más agresiva que se alimente de los sonamus nocivos. Exterminio al noventa y nueve por ciento. Increíblemente los sonamus sobreviven a sus oponentes.
El planeta Aneg ahora es muy grande para los miembros de la especie de sonamus que restan. El ecosistema parece recuperar su equilibrio Pasado un tiempo, a los dioses los sonamus les parecen simpáticos y los adoptan como mascotas. Poco a poco el germen del juego preferido de los sonamus se extiende a los dioses: ¡la guerra!
La guerra se pone de moda en el universo, las mascotas siguen reproduciéndose, ahora están en todas las galaxias. Saidif advierte el peligro y ordena el exterminio total de los sonamus. Los dioses se rebelan, quieren a sus mascotas, nadie cumple la orden.
Mientras tanto, los soles iluminan con insistente luz dorada el universo clamando atención y ayuda. Las mascotas observan impasibles cómo los dioses se exterminan entre sí y a sus dominios, al punto de quedar exiguas estrellas. Poco a poco, las especies desaparecen y los agujeros negros invaden el cosmos; una calamidad sobrevive ¡los sonamus! alimentándose de sí misma y jugando a lo que los dioses de antaño jugaban: ¡La guerra!
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y en el final,
que es el principio,
la nada contiene al todo