Relación entre padres e hijos, una incógnita
José
Arturo Vázquez H.
Trabajador de la Unidad 094
Dice el gran poeta hispano León Felipe: "no hay otro oficio ni empleo mejor que aquel que enseña al hombre a ser un hombre". Siempre ha sido una gran batalla intentar que las relaciones entre padres e hijos sean cada día mejores. ¿Dónde está el problema? ¿Quién tiene la razón? Si la tenemos los padres, ¿damos la explicación conveniente? Si la tienen los hijos, ¿acostumbramos a dársela?
Dice el gran Premio Nobel de Literatura Jacinto Benavente que "el que nos consideren mejores de lo que somos, nos obliga a serlo".
Qué importante es saber que los hijos serán aquellos que nosotros queramos que sean, como lo decía Napoleón Bonaparte "los hijos se educan veinte años antes de nacer".
Creo que el verdadero problema está en tener muy en cuenta los siguientes tres principios, para que la relación entre padres/hijos sea la mejor posible: COMPRENSIÓN, AMOR y PACIENCIA.
Comprensión: Los niños y jóvenes como personas individuales, con derechos y deberes, tienen que conocer claramente cuáles son sus obligaciones y los padres respetar siempre sus derechos, porque son de ellos, no se les regala nada.
Amor: No es ninguna tontería decir que el amor es un principio fundamental en el trato con los hijos, pero me refiero al amor verdadero, al que da sin esperar otra cosa a cambio, el que brota del corazón generoso y desprendido. Hay un gran libro llamado "Lo que importa es amar", de Rauol Follerau, en el que se encuentra el quid de la cuestión: creemos que amamos lo suficiente y sólo esperamos de nuestros hijos "que nos comprendan y nos obedezcan". Mikis Theodorakis, el autor de "Zorba el Griego", tiene una preciosa obra corta que trata de un hombre solitario que pide en su oración de todos los días saber el nombre de Dios y éste le responde que su nombre es nunca es bastante, "pues eso es lo que digo a los que osan decirme que me aman". Por eso nunca será bastante el amor que demos a los hijos; además, sabiendo que "el amor y la felicidad es lo único que seguimos teniendo una vez que lo hemos dado". Valdría la pena hacer de la Bondad la única Pasión de la Vida.
Paciencia: Hay que buscar la comprensión, el amor, el interés por sus cosas y pedir a Dios la paciencia suficiente para entenderlos.
¡¡Existen etapas en la vida de los hijos que son difíciles, no se las hagamos más difíciles aún!!
Papás, educadores, patronos, autoridades, sacerdotes... debemos admitir que: hemos cometido errores de proceder con nuestros hijos, no hemos prestado suficiente atención a los jóvenes, HAY QUE VOLVER A COMENZAR TODOS LOS DÍAS, con espíritu de humildad y verdadero servicio, disponiéndonos a un trabajo minucioso, largo y sin brillo, como el loco que rompió cristal y cosas en una tienda. Mientras la calle se llenó de curiosos que comentaban y miraban, llegó a la tienda un viejecito con una maleta de la cual sacó pegamentos y herramientas, dedicándose durante penosas y largas horas a componerlo todo y nadie se detuvo a mirarlo ni se interesó por su trabajo.
Algo semejante pasa con los jóvenes, arman jaleo, protestas, discusiones, berrinches... todos miran y hablan, pero poco a poco, con paciencia y dedicación los padres y educadores tendremos que ir ayudándolos y preparándolos, llenando lagunas en su saber, rectificando ideas y actitudes. Este trabajo nadie lo ve ni lo aplaude, pero allí queda... al final de cuentas es el que trasciende.
No olvidemos que los jóvenes plantean siempre la protesta, nunca la propuesta, plantean el problema, nunca la solución; no se la exijamos, mejor preparémosles a lo largo de toda su vida para que su crítica sea constructiva, porque nosotros así lo habremos hecho siempre; pues el ejemplo aunque antiguo, sigue siendo el método educativo más eficaz.
Los hijos y los alumnos se fijarán siempre en lo que hacemos los mayores, por eso si para nosotros el principal problema está en tener más, en querer más, y así lo ven en sus casas, pensarán que en la vida lo único importante está en pasarlo bien; no en hacer el bien, por eso, qué mala educación reciben a veces nuestros hijos, hasta el punto que muchos jóvenes de hoy en día si no pecan o no gastan, ya no se saben divertir, su vida no tiene sentido.
Ojalá tomáramos ejemplo de lo que San Buenaventura decía a los padres, educadores, políticos y responsables de los jóvenes: "no teman ni a la fatiga, ni a las justas reformas, ni a los sacrificios, ni al diálogo, con tal de ayudar a estas criaturas y esto por su bien y también por el de ustedes, el que hoy teme a las fatigas y a los sacrificios lo puede pagar caro mañana".
No digamos nunca cuesta demasiado, si no queremos que nuestros hijos yerren el camino, no le demos largas a la solución de los problemas, al sacrificio, al diálogo. Hablemos con estos jóvenes y tratemos de ayudarles con métodos nuevos, adaptados a los tiempos, el tiempo pasa y sólo queda el bien que hemos hecho.
Por eso debemos mostrarnos muy abiertos y comprensivos con los jóvenes y hacia sus fallos. A los fallos, sin embargo, hay que llamarlos por su nombre. Hay que saber decir las cosas con caridad, pero también con claridad. Los jóvenes desean que se les diga la verdad e intuyen el amor tras las palabras cordialmente francas y amonestadoras, incluso a través de los castigos. En alguna ocasión recriminé a mi esposa que le estaba pegando a uno de nuestros hijos, a lo que el niño me dijo "déjela padre que me pegue, que para eso es mi madre": Bien... pero no olvidemos que se puede ganar mucho más con miel que con hiel.
Tendremos que aceptar también una evidencia ante la que frecuentemente permanecemos ciegos, que los jóvenes son distintos de nosotros adultos en sus concepciones del hombre, de la vida, de la sociedad, de ellos mismos, en el modo de juzgar, de comportarse, de amar, de orar... También ellos tienen una palabra que decir al mundo, una palabra digna de ser oída y atendida con respeto. Será preciso compartir con ellos la tarea de conducir a la sociedad por caminos de progreso, pero teniendo en cuenta que ellos aprietan más el acelerador, y nosotros en cambio, apretamos más el freno.
Y, en todo caso, el problema de los jóvenes no puede separarse del problema de la sociedad, de su crisis, que es en parte la crisis de la sociedad en la que viven, la que les damos como "modelo a seguir" en la vida y sobre todo al interior de nuestras casas y escuelas.
Para intentar ayudarles lo mejor posible, podemos -creo yo- seguir estos caminos:
- Estimular siempre a los hijos: Todo ser vivo se alegra con el estímulo positivo, mucho más una persona. Cuidemos los detalles sencillos y cariñosos hacia ellos, que tanta seguridad les produce. No olvidemos que amor se escribe con hache.
- Confiar en sus buenas cualidades que todos las tienen, es necesario procurar describirlas y hacérselas saber, y sobre todo, necesitamos estimularlos con frases positivas y adecuadas: tú tienes buen corazón..., si tú quisieras..., sabes que a pesar de todo confiamos en ti... entre otras.
- No recalcar sus defectos: No recordemos sólo sus faltas, que las tienen, sí, pero no sólo eso: eres un fracaso... no tienes remedio..., no haces nada que valga la pena..., eres un bueno para nada..., jamás serás nada en la vida..., no olvidemos que un padre que nunca alaba a su hijo no tiene derecho a reprocharle nada. Y cuando hablemos con ellos procuremos sacar nuestra mejor sonrisa y hablar de cosas bonitas, no hagamos como el conferencista de Chesterton, que fue invitado para hablar del mar... y sólo habló del mareo!!.
- Alentar sus esfuerzos: No nos quedemos sólo con un barniz de lo que a ellos les interesa. Que cuando nos expongan sus problemas no nos burlemos de ellos, ni los minimicemos. Hagamos como nos narra en su biografía el gran futbolista Zarra, quien nos dice como siempre tuvo seguridad de alcanzar la fama porque cuando era pequeño su mamá le veía jugar fútbol, le decía emocionada y orgullosa "hijo, sin duda eres el mejor".
- Celebrar sus triunfos: Con alegría y júbilo, hacerles sentir grandes. Y hacer efectiva la convivencia, que ya sabemos que significa vivir-con.
No exigirles nunca más de lo que puedan dar y si hay que llamarles la atención, no ser "ogros", recordemos la oración que aquella niña rezaba todas las noches: diosito, haz que todos los malos sean buenos y que todos los buenos sean.... simpáticos!!
- Aceptarlos tal y como son y no como nos gustaría que fueran: Con sus pros y sus contras, con sus habilidades y torpezas. Nunca comparándolos con los otros, es necesario recordar que el amor -como en la bella y la bestia- les hará cambiar lo que deban cambiar. Por último, no debemos olvidar que hay que quererse sin esperar a morirse, que no pase como la niña que visitaba el cementerio, que tras ver las flores frescas y los epitafios cariñosos en las tumbas le preguntó a su mamá ¿es que debemos esperar a morir para decir que nos queremos? así una buena relación entre padres e hijos es cuestión de COMPRENSIÓN, AMOR y PACIENCIA.