Ante la globalización la Fortaleza del estado nacional
Alonso Toledano Moo
Asesor de la Unidad UPN 094 D.F., Centro
Raúl Camacho Muñoz
Además de vigilar la observancia de la ley y usar la violencia legítima, según la célebre definición de Weber, el Estado cumple con encargos que se derivan del pacto social, tales como la educación, salud, comunicaciones, infraestructura económica, abasto, seguridad. Para efectuar su encargo, el Estado necesita recursos, que obtiene de la aplicación de normas impositivas y fiscales, de la explotación y administración de bienes puestos bajo su custodia y el crédito internacional e interno. El ahora llamado estado benefactor, es decir, el propio del capitalismo de la primera mitad del siglo, tenía un alto control de la economía, intervino casi unilateralmente en la distribución del poder y la riqueza; sin embargo, el neoliberalismo y sus tesis economicistas presionaron para reducir la influencia y el poder del Estado, el resultado fue que se limitó el autoritarismo, se permitió el acceso de procesos políticos más democráticos y se fomentó el crecimiento de la economía, sobre todo la de los grandes consorcios y de los grupos financieros más fuertes. Por todo ello se puede argumentar en favor del neoliberalismo, empero, podemos señalar como aspectos negativos, que se deterioró la capacidad de los gobiernos para enfrentar los problemas sociales, creció el desempleo, se concentró la riqueza en pocas manos, la pobreza y la pobreza extrema alcanzaron grandes proporciones, se lesionó, en algunos casos de forma irreversible, al medio ambiente.
El neoliberalismo, crítico del estado benefactor, ha roto algunos estancamientos políticos y económicos, adelgazó al pesado estado burocrático, pero al mismo tiempo se convirtió, fría y cruelmente, en una verdadera fábrica de pobres.
Un Estado débil produce a la larga, problemas más graves de los que resuelve, el capital y las fuerzas del mercado acaban por imponer su imperio, manipulan a las economías nacionales, explotan irresponsablemente recursos humanos y naturales, la ley de la ganancia se coloca por encima de cualquier otra ley, se agudizan las contradicciones y la lucha de clases, aumenta la inseguridad y la violencia. Esto explica el retorno de posturas socialistas que buscan replantear el papel de la institución estatal, por un lado mediante un mayor control de los recursos y por otro lado a través de acuerdos y alianzas internacionales que impongan límites a la frialdad y ambición de capitalistas y financieros. La contienda entre capital y Estado ha llevado a una situación riesgosa. El dominio del capital transformó las tecnologías de la producción, los hábitos de consumo, las relaciones de poder y la cultura. Nuestras sociedades se acercan a un punto que lo mismo puede conducir a la salvación que a la catástrofe. Las secuelas negativas del conflicto obligan a plantear varias preguntas: ¿cuál es el papel del Estado en las comunidades actuales y futuras? , ¿cuáles son los límites a la ambición del poder y riqueza? , ¿cómo revertir la deshumanización de la sociedad guiada por los valores de la utilidad y la ganancia? , ¿cómo diseñar una ética que promueva la justicia, la tolerancia y la convivencia armónica? Es evidente que un Estado débil, carente de legitimidad y recursos económicos, será incapaz de contrarrestar las fuerzas irracionales e injustas del mercado tanto nacional como internacional, de cumplir con sus encargos sociales, de regular los intereses en conflicto, de manera que se busquen soluciones satisfactorias para todos y no sólo para la clase económicamente dominante. Por esto, los estados nacionales buscan hoy fortalecerse mediante la legitimación democrática y el aumento de sus recursos económicos, de aquí que los gobiernos de la federación y de las entidades diseñen estrategias políticas, fiscales y económicas para recuperar parte de la fortaleza perdida durante los años del neoliberalismo salvaje. Sin embargo, la crítica neoliberal, en retirada pero todavía no muerta, exige a cambio de los recursos, mayor adelgazamiento del aparato de gobierno, la denuncia de la inmoralidad del Estado, su burocratismo, gasto excesivo y altos sueldos. Como si los intereses de los capitalistas, basados en la especulación, la ganancia desmedida, la concentración de riqueza y el uso excesivo de recursos, fueran muy morales. El problema es que muchos señalamientos de la iniciativa privada son certeros, no se puede volver a un Estado obeso, burocrático, ineficiente y corrupto. El monto de los salarios de los funcionarios públicos ofende no por el dinero en sí, sino cuando se acompaña de dispendio, prepotencia e ineficacia. Ofende la lentitud y el despotismo en el trato con el público, los gastos suntuarios, ofende la dilapidación y el desperdicio. Creo que todos los indicios orientan hacia la necesidad de fortalecer al Estado, de hacer que tome un papel mucho más activo en el desarrollo industrial, económico y sobre todo en la búsqueda del bienestar social, de que se constituya en elemento para el diseño de una racionalidad humanitaria y en contrapeso a la lógica de la utilidad y la ganancia. Para lograrlo se deben recorrer tres vías: la democracia, la orientación de las finanzas y el gasto público para efectuar una distribución de la riqueza más racional y equitativa, y, finalmente, la creación de un aparato administrativo menos burocrático, sin corrupción ni dispendios, más sano, eficaz, profesional y moderno. Antes de concluir hay que recordar que tras las decisiones políticas y administrativas, tras la discusión teórica o ideológica como la que aquí se realiza, están los seres humanos concretos, con rostro, con gustos y disgustos, los que marcan los días de quincena en el calendario, los que festejan la Navidad y su cumpleaños, los que comparten el pan y la sal con los amigos, los que abordan un camión por la mañana y prenden un televisor al terminar el día.