EL ORIGEN DEL DIA DE MUERTOS
Pablo Sandoval Hernández
Asesor de la Unidad Centro
Sin duda alguna la celebración del día de muertos en México, es una de las fiestas más importantes en muchas comunidades indígenas y mestizas, sin embargo, no se trata de una fiesta con rasgos netamente prehispánicos, sino por el contrario, es la fusión de dos tradiciones: la indígena y la española. Es en sí, es una mezcla de elementos culturales, misma que da por resultado una de las fiestas mexicanas que más trascendencia tiene, con un toque característico que la diferencia de cada comunidad.
Los días en que se lleva a cabo la celebración no son para todos los pueblos el 1 y 2 de noviembre, como lo marca el calendario católico; pues muchos grupos indígenas comienzan la conmemoración a sus familiares fallecidos desde el 28 de octubre y la terminan el 3 de noviembre.
Como ya se mencionó, ésta festividad tiene dos raíces, la prehispánica y la española y para tener claro los elementos de una y otra cultura que a la fecha se presentan en las celebraciones hechas a los muertos en diversas regiones del país, es conveniente hablar un poco de las tradiciones prehispánicas dedicadas al culto a los muertos y de la influencia española que éstas recibieron a raíz de la Conquista.
Antecedentes prehispánicos a este culto
Dentro de la cosmovisión que tenían los antiguos nahuas de los diversos fenómenos naturales, vida y muerte eran temas de gran importancia; así, en este sentido, la muerte era concebida como una transición entre la vida en la tierra y una nueva vida en el más allá, en compañía de los Dioses.
«Para los antiguos mexicanos la oposición entre la muerte y la vida no era tan absoluta como para nosotros. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso cósmico, que se repetía insaciable.» (1)
En este contexto, se puede apreciar la idea de que el hombre era un intermediario entre el cielo y la tierra y el responsable de la conservación del cosmos, cuya misión radicaba en perpetuar la creación. «La vida no tenía función más alta que desembocar en la muerte, su contrario y complemento; y la muerte a su vez, no era un fin en sí; el hombre alimentaba con su muerte la voracidad de su vida insatisfecha...(2)
La creación continua del universo dependía del hombre, de la energía vital que era liberada en sacrificios, penitencias, heridas y muertes; rituales que liberaban la sangre humana: «Agua Preciosa», Chalchiuatl, sustento del sol.
Para Eduardo Matos el sacrificio era «... el pago que el hombre da a la deidad por el sacrificio que ésta realizó en el tiempo mítico para dar vida al hombre». (3)
Octavio Paz refiere que «... El sacrificio poseía un doble objeto: por una parte, el hombre accedía al proceso creador (pagando a los dioses simultáneamente, la deuda contraída por la especie); por la otra, alimentaba la vida cósmica y la social, que se nutría de la primera.» (4)
Los lugares a donde iban los muertos eran diversos y no dependían de cómo había sido su comportamiento en la tierra, sino del tipo de muerte que habían sufrido. Estos lugares eran la morada de diferentes deidades, de tal manera que las almas de los difuntos se incorporaban al acompañamiento de los dioses, a los que pertenecían dichas moradas.
Los lugares eran: el Tonatiuhichan, el Cihuatlampa, el Tlalocan, el Mictlan y el Xochatlapan o Tamoanchan. El Mictlan o lugar de los muertos era la morada de Mictlantecuhtli (el dios de los infiernos y la oscuridad) y de Mictecacihuatl. Este sitio se asociaba con el lado norte y contaba con una serie de inframundos dispuestos en nueve niveles; en el más bajo residían los dioses del infierno y los muertos. A este sitio iban los difuntos por muerte natural, ya sea por vejez o por enfermedades ordinarias. El difunto debía emprender su viaje por los nueve infiernos, pasando diferentes pruebas hasta alcanzar, después de cuatro años, el descanso definitivo; es decir, su desaparición total; por eso se dice que el Mictlan era el lugar donde se acababan y fenecían los difuntos.
El cuerpo de estos muertos se cremaba y con los restos se preparaba un bulto que se enterraba en la casa del difunto. Junto a él se depositaban varias ofrendas y objetos necesarios para que el muerto llegara a su destino, el Mictlan. El muerto tenía que cruzar un río, el Chicnahuapan (Nueve Aguas), que corría por debajo de la tierra de occidente a oriente y conectaba las aguas del mar sobre el que estaba la tierra. Para el cruce era necesaria la ayuda de un perro que sacrificaban para enterrarlo con el finado, cuando éste llegaba al río, le estaba esperando su perro para pasarlo a la otra orilla, cargándolo en el lomo.
El muerto debía también cruzar los vientos de obsidiana (Itzeheccayan) donde éstos soplaban tan helados que cortaban como navajas de obsidiana; para esto se le enterraba con ropas de papel que lo cobijaran. Además, se enterraban con el muerto provisiones para su viaje y ofrendas para que las diera a su llegada a los dioses dueños del lugar. (5)
Estos difuntos habitaban en este inframundo de manera similar a la vida que habían llevado en la tierra, por lo que se les enterraba con sus herramientas de trabajo. Si la persona era noble, se le ponía una piedra preciosa llamada chalchihuitl (jade) y se sacrificaban con él esclavos para que le sirvieran en el otro mundo.
"Y para los señores que se morían hacían muchas y diversas cosas de aparejos de papeles, que eran un pendón de cuatro brazas de largura, hecho de papeles y compuesto de diversos plumajes; y así también mataban veinte esclavos y otras veinte esclavas, porque decían que como en este mundo habían servido a su amo, así mismo han de servirle en el infierno; y el día que quemaban al señor, luego mataban a los esclavos y esclavas con saetas, metiéndoselas por la olla de la garganta, así mismo podrían quemarlos junto con su Señor". (6)
A la gente común le ponían una piedra de menor valor texoxoctli (piedra de navaja) que debía servirle de corazón. El Tlalocan (lugar de Tláloc -dios de la lluvia- y de la diosa Chalchiuhtlicue «Naguas de Jade») estaba situado en el primero de los cielos, por encima de la superficie de la tierra, en él también estaba la luna y era identificado como el oriente.
A este lugar iban aquellos que morían ahogados, por la acción de un rayo durante una tormenta o por enfermedades como la hidropesía, la lepra, afecciones pulmonares y fiebre. Las víctimas que se sacrificaban a los dioses del agua también iban a este sitio. En este lugar vivían eternamente. A estos muertos no se les cremaba sino que eran enterrados con un bastón, adornos de papel típicos del dios de la lluvia y semillas de bledo, como lo refiere Sahagún:
La otra parte donde decían que se iban las ánimas de los difuntos es el paraíso terrenal, que se nombra Tlalocan, en el cual hay muchos regocijos y refrigerios, sin pena ninguna; nunca jamás faltan las mazorcas de maíz verde, calabazas y ramitas de bledo, ají verde y jitomates, y frijoles verdes en vaina, y flores; y allí viven unos dioses que se les llaman Tlaloque, los cuales se parecen a los ministros de los ídolos que traen cabellos largos. Los que van allá son los que matan los rayos o se ahogan en el agua, y los leprosos, bubosos y sarnosos, gotosos e hidrópicos; el día que se morían de las enfermedades contagiosas e incurables, no los quemaban sino enterraban los cuerpos de dichos enfermos, les ponían semillas de bledos en las quijadas, sobre el rostro; y más, poníanles color de azul en la frente, con papeles cortados, en el colodrillo, poníanles otros papeles, los vestían con papeles y en la mano una vara. Y así decían que en el paraíso terrenal que se llamaba Tlalocan había siempre jamás verdura y verano. (7)
El Tonatiuhichan y el Cihuatlampa, eran cielos ocupados por el Sol. Al primero iban los guerreros muertos en combate o sacrificados. Residían en la parte oriental del cielo y acompañaban al sol todas las mañanas desde este punto hasta el cenit. Se le daba el nombre de Cuauhteca «Gente del Águila». En su recorrido hacían simulacros de combate y entonaban cantos de guerra. Al pasar cuatro años regresaban a la tierra transformados en colibríes y mariposas, para andar chupando las flores del cielo y de la tierra.
La otra parte a donde se iban las ánimas de los difuntos es el cielo, donde vive el sol. Los que se van al cielo son los que mataban en las guerras y los cautivos que habían muerto en poder de sus enemigos: unos morían acuchillados, otros quemados vivos, otros acañavereados, otros aporreados con palos de pino, otros peleando con ellos, otros atábanles teas por todo el cuerpo y poníanles fuego, y así se quemaban. Todos éstos dizque están en un llano y que a la hora que sale el sol, alzaban voces y daban gritos golpeando las rodelas, y el que tiene rodela horadada de saetas por los agujeros de la rodela mira al sol, y el que no tiene rodela horadada de saetas no puede mirar el sol. Y en el cielo hay arboledas y bosques de diversos árboles; y las ofrendas que se les daban en este mundo los vivos, iban a su presencia y allí las recibían; y después de cuatro años pasados las ánimas de estos difuntos, se tornaban en diversos géneros de aves de pluma rica, y de color, y andaban chupando todas las flores así en cielo como en este mundo, como los zinzones lo hacen. (8)
A los mercaderes que morían en sus travesías se les comparaba con los guerreros por lo que se creía que también iban a este lugar. A estos difuntos no se les incineraba sino que se les colocaba en una armazón que se exponía en la copa de un árbol.
Al Cihuatlampa «Hacia el Rumbo de las Mujeres» o Cincalco «La Casa del Maíz», iban las mujeres muertas de parto y muertas en la guerra. Este era el cielo del oeste. Miguel León-Portilla dice al respecto: «Y equiparándolas a los guerreros que aprisionan un hombre en combate, asignaban igual destino a las mujeres que morían de parto con un prisionero en su vientre». (9)
Estas mujeres eran enterradas a la hora de la puesta del sol en los patios de los templos dedicados a una diosa que se llamaba Cihuapipiltin o mujer celestial y al cuarto día llegaban a su morada. A ellas les era entregado el sol en el cenit para acompañarlo hasta el ocaso. Se les conocía como las cihuateteo, «Mujeres Divinas».
El esposo de la difunta y sus amigos debían montar guardia en su tumba, armados durante cuatro días para protegerlas de los buscadores de amuletos (hechiceros, llamados Temamacpalitotique); pues se creía que el brazo de éstas daba poderes especiales para dejar paralizada a la gente y así poder cometer fechorías. De igual modo, los jóvenes guerreros pensaban que el dedo de su mano izquierda o sus cabellos les darían suerte en la guerra.
Sin embargo, algunos días se consideraban peligrosos, ya que después de dejar al sol descendían a la tierra, llevando en la cabeza una calavera y garras en las manos y en los pies, ocasionando terror y enfermedades como la parálisis y la epilepsia, especialmente a los niños.
Por último, al Xochatlapan o Tamoanchan. (Lugar de Nuestro Origen) iban los niños pequeños, en este lugar se encontraba el Chichihuacuauhco o chichihualcuahuitl (árbol nodriza), que amamantaba a los niños, ya que de sus ramas goteaba la leche.
Otros autores comentan que «Los niños que morían en la infancia iban al Tonacacuauhtitlan (Árbol de los Mantenimientos), situado en el cielo de la pareja creadora, el Señor y la Mujer de los Mantenimientos. Era un lugar donde abundaba toda manera de árboles y frutos, y las almas de los niños andaban allá en forma de colibríes chupando flores.» (10)
Sahagún relata:
Oye otra manera de gente, que son bienaventurados, y son amados y los llevan los dioses para si, y son los niños, que mueren en su tierna niñez, son como unas piedras preciosas: estos no van a los lugares, de espanto del infierno, sino van a la casa del dios, que se llama Tonacatecutli, que vive en los vergeles, que se llama Tonacaquauhtitlan, donde hay todas maneras de árboles, y flores, y frutas, y anda allí como zinzones, que son avesitas, pequeñas de diversos colores, que andan chupando las flores de los árboles, y estos niños y niñas cuando mueren, no sin razón los entierran junto a las troxes donde se guarda el mahiz, y los otros mantenimientos... (11)
En opinión de Eduardo Matos, permanecían en ese lugar hasta su reencarnación. Otros piensan que allí vivían por siempre: «Se dice que los niñitos que mueren como jades, turquesas, joyeles, no van a la espantosa y fría región de los muertos. Van allá a la casa de Tonacatecuhtli; viven a la vera de él árbol de nuestra carne. Chupan las flores de nuestro sustento; viven junto al árbol de nuestra carne, junto a él están chupando». (12)
Ceremonias dedicadas a los muertos
Son muy pocas las referencias de las festividades dedicadas a los muertos en la época prehispánica, según las diferentes fuentes, estas se realizaban en diversos meses ya que al mismo tiempo se rendía culto al dios de la fiesta. Estas festividades eran muy solemnes, se entonaban cantos, se danzaba, se ofrecían todo tipo de ofrendas a las imágenes de los dioses y a las sepulturas de los muertos: flores, frutas, gallinas, maíz, vestidos, mantas, legumbres e incienso. Sacrificaban jóvenes doncellas o esclavos de acuerdo al carácter de la fiesta y al dios al cual se dedicaba.
Fray Diego Durán dice que en el ritual indígena nahua había dos fiestas en que se realizaba el culto a los muertos, estas eran; en primer lugar, el Miccailhuitontli o Fiesta de los Muertecitos que se conmemoraba en el noveno mes: y repartidas las flores» (agosto de Tlaxochimaco, que quiere decir «cuando son dadas nuestro calendario), donde se recordaba a los niños muertos: con ofrendas y sacrificios en su memoria. Además se realizaban otros rituales dedicados al dios Huitzilopochtli, en las que se le ofrendaban flores, incienso y comida. La segunda celebración se conocía como la Gran Fiesta de los Muertos Hueymihcailhuitlsignifica «cuando cae y , que se realizaba en el décimo mes del año Xocotl Huetzi, que acaba la fruta». Estas fiestas además de dedicarse a los muertos también eran propiciatorias de la debido al hielo se temía agricultura ya que, la muerte de las sementeras, por lo cual se hacían ofrendas y sacrificios.
Al respecto, Fray Juan de Torquemada dice:
...la conmemoración pequeña de los difuntos, porque en ella la hacían de ellos en los templos, cantándoles cantares tristes y funestos, y asistían a ellos con mucha tristeza; y los ministros llamados Tlamacazque se hacían de mantas negras de ichtli, que son mantas que llaman de nequén, y llevaban a ofrecer muchas ofrendas de maíz y chile, calabaza y frijol y muchas otras legumbres en memoria de sus difuntos. (13)
Esta festividad se consideraba antecedente de la Fiesta Grande de los Muertos al siguiente mes, donde:
...solemnizaban la memoria de los difuntos con grandes clamores y llantos y doblados lutos y se tiznaban toda la cara; y así, las ceremonias que se hacían de día y de noche, en todos los templos y fuera de ellos eran de mucha tristeza, según que cada uno podía hacer su sentimiento; y en este mes daban nombre de divinos a sus reyes difuntos y a todas aquellas personas señaladas que habían muerto hazañosamente en las guerras y en poder de sus enemigos, y les hacían sus ídolos y los colocaban con sus dioses, diciendo que habían ido al lugar de sus deleites y pasatiempos en compañía de otros dioses. (14)
Durán pudo observar que después de la Conquista, las celebraciones del mes de agosto se comenzaron a realizar el Día de Todos los Santos con ofrendas para los niños muertos, y el siguiente día para los difuntos adultos, aparentando así el festejo de las celebraciones cristianas.
Existían también otras celebraciones para los difuntos en los meses Toxcatl, Quecholli, Tititl e Izcalli (quinto, decimocuarto, decimoséptimo y decimoctavo meses respectivamente).
En el mes Toxcatl, poco antes del solsticio de verano, la fiesta principal estaba dedicada a Tezcatlipoca y en este mes también se hacía una fiesta en memoria de los muertos. Según un manuscrito de 1553 que se conserva en el Escorial: (15)
...esta fiesta era general en toda esta tierra, y en este día hacían la fiesta de los difuntos, porque ofrecían por ellos ante el demonio muchas gallinas y maíz y mantas y vestidos y comida y otras cosas y en particular cada uno hacía en su casa gran fiesta y a las imágenes que tenían de sus padres y papás y difuntos sahumaban con incienso y sacrificábanse las lenguas y orejas y piernas, y brazos y sus partes, y con la sangre como dios de la cacería; aunque también se honraba al dios Huitzilopochtli, untaban estos ídolos de sus pasados y cubríanlos con un papel, y cada un año hacían lo mismo...
Durante el mes Quecholli, la festividad mayor era en conmemoración de Mixcoatl, y otros dioses del inframundo. Para esta celebración se fabricaban armas de guerra y mataban a muchos esclavos para ofrecerlos a Mixcoatl. (16)
Al cuarto día llamaban calpan nemitilo, que quiere decir el día que se hacen saetas particulares para jugar con ellas, para ejercitarse en el tirar, y ponían por blanco una hoja de maguey y tirábanla; aquí parecían quienes eran más certeros en tirar. Al quinto día hacían unas saeticas pequeñas, a honra de los difuntos; eran largas como un jeme o palmo y poniánles resina en las puntas, y en el cabo el casquillo era de un palo; de por aquí ataban cuatro saeticas y cuatro teas con hilo de algodón flojo, y poniánlas sobre las sepulturas de los difuntos; también ponían juntamente un par de tamales dulces; todo el día estaba esto en las sepulturas y a la puesta del sol encendían las teas, y allí se quemaban las teas y las saetas. El carbón y ceniza que de ellas se hacía, enterrabánlo sobre la sepultura del muerto, a honra de los que habían muerto en la guerra.
Durante el mes de Izcalli se hacía la ceremonia al dios del fuego que llamaban Izcozauhqui o Xiuhtecuhtli. Cada cuatro años se le hacían sacrificios en el fuego a este dios. También se celebraba a Tláloc y a Matlalcueye para los que se sacrificaban niños. Era un mes en que se celebraba el Huauhquiltamalqualiztli que consistía en comer tamales y ofrendarlos a los muertos «...ofrecían al fuego cada uno en su casa, cinco huauhquiltamalli puestos en un plato, y ofrecían así mismo sobre las sepulturas de los muertos, donde estaban enterrados, a cada uno un tamal. Esto hacían antes que ellos comiesen, después se los comían todos; y no dejaban ninguno para otro día; esto era por día de ceremonia». (17)
En el mes Tititl, dedicado a Ilamateuctli y a Yacteuctli, también se realizaban ofrendas a los muertos. Las ceremonias de estos tres meses (Quecholli, Izcalli y Tititl), coincidían con el periodo del año en que el sol está más bajo sobre el horizonte, y las noches son más largas que los días, por lo que se creía que el sol pasaba más tiempo en el inframundo. Así se daba culto al sol en su paso por el río del Mictlan. Por lo anterior, en el mes Atemoztli, se sacrificaban perros al sol, para que ayudaran a los muertos a pasar este río.
Los muertos de Cosoltepec, una historia actual
De las distintas celebraciones que se realizan en esta población de origen mixteco, dos son las más importantes: la primera de ellas, es la festividad que se rinde a la Patrona del lugar, Santa Gertrudis Magna, del 7 al 19 de noviembre y la de Todos Santos, mejor conocida como Día de Muertos. En seguida me referiré a la segunda tradición.
Es interesante señalar que la festividad destinada a los difuntos tiene especial importancia dentro de la localidad, por ello muchos de los habitantes empiezan a hacer sus ahorros económicos para dicha fiesta, pero esto no basta, puesto que los muertos no vienen a ver cuánto dinero se tiene, sino a compartir los productos producidos por los vivos.
Para esos días, en los hogares cosoltepecanos, existe una gastronomía diferente: frijoles de olla con epazote, el tradicional mole, ya sea con carne de gallina o de guajolote, con carne de chivo o una rica barbacoa, los elotes hervidos, la calabaza hervida u horneada con miel, sólo por citar algunos ejemplos.
Los vecinos de la comunidad empiezan los preparativos varios meses antes; éstos consisten, principalmente: en la elaboración de velas, búsqueda de la goma de copal que servirá de aromatizante, el cuidado de los animales que serán sacrificados en esas fechas, la siembra y el cuidado de la flor de cempasúchil, mejor conocida como la flor de muertos; la cosecha del elote, la elaboración de la tortilla de maíz tierno, conocida como los shatos, los cuales serán ofrendados a los difuntos.
Cabe citar aquí que para los nativos del pueblo no es la única fecha en que se recuerda a los muertos, también el difunto es recordado cada vez que cumple un año más de fallecido, celebrándose con una misa o simplemente con rezos, o el 10 de mayo, en memoria de aquellas personas que fueron madres, o el día del niño, si fueron infantes los fallecidos.
Las ofrendas
La festividad del Día de Muertos se divide en dos partes. Una destinada a los niños o «angelitos» {Oct. 31 y Nov. 1} y la de los adultos {Nov. 1 y 2}. La colocación de las ofrendas se empieza a hacer dos días antes de las fechas indicadas, pues se tiene que preparar un altar adornado en forma de arco con rama de sauce, ya sea sobre una mesa o en la ausencia de esta, la ofrenda se pondrá en el suelo.
El altar estará adornado con flores de cempasúchil, flor de cacalosúchil, de diferentes colores y la flor de muertos, estas dos últimas de origen silvestre; además, se colocarán los alimentos que preferían los difuntos.
En el caso de los niños, quienes llegarán primero, la comida que se ofrendará será sin picante, acompañada con refrescos, atole, chocolate, café y el tradicional pan de muerto, este en su generalidad tiene forma humana, además se pondrán frutas, elotes hervidos o asados; dulces, por lo general con figuras de animalitos o angelitos, vasos con agua, veladoras y/o velas encendidas. Para darles el recibimiento adecuado, se tendrá que quemar la goma de copal tres o cuatro veces al día en un candelabro recipiente de barro exclusivo para este rito propiciando un aroma agradable que servirá como relajante y así puedan descansar los visitantes, pues se tiene la creencia que el recorrido debió ser agotador; todo lo anterior, será acompañado con el repiquetear de las campanas que se localizan en la torre de la iglesia del pueblo.
Por lo que respecta a las ofrendas destinadas a los adultos, éstas no variarán mucho, pero los alimentos ahora contendrán picante y serán acompañados con bebidas alcohólicas: aguardiente, mezcal, tequila, cervezas o brandy, además de refrescos y cigarros. Los preparativos y las ofrendas van de acuerdo a las condiciones económicas de las personas, ya que muchas de las cosas ofrendadas no se dan en la comunidad, lo que hace que los abitantes concurran a los mercados de Huajuapan, Oax., o Tehuacán, Pue., para adquirir los elementos faltantes, sin duda este desplazamiento hará que se gaste más de lo previsto.
Los muertos se van, y ahora, ¿qué sigue? Pues nos vemos en el panteón.
Uno de los aspectos de esta tradicional fiesta es la concentración de los vecinos del poblado en el panteón municipal para arreglar las tumbas de sus muertos, pues las almas de sus difuntos retornan a su lugar.
En este bullicio encontramos que las sepulturas se encuentran cubiertas con flores de cempasúchil, veladoras encendidas, algunas frutas y comida. También se da el trueque de los artículos que se llevan o simplemente se comparten con las personas que se acercan a saludar.
También es característico que la banda de música del pueblo se haga presente en el panteón, tocando marchas fúnebres en algunas sepulturas, aclarando que sólo es en algunas, dado que los integrantes sólo lo hacen a cambio de una remuneración económica, un cartón de cerveza o a cambio de unos litros de aguardiente.
Este vaivén inicia desde las 5:00 de la mañana del dos de noviembre y culmina hasta ya entrada la noche. Para despedir a los muertos, las campanas de la iglesia repiquetean toques fúnebres todo el día.
Entre los alimentos que se consumen o intercambian en el cementerio, están: los elotes, las frutas, los shatos {tortillas de forma triangular hechas con maíz tierno, pueden llevar azúcar o no} con miel y bebidas alcohólicas, entre los más destacados.
En los hogares se da principalmente comida; ésta consiste en lo que se haya preparado: mole, barbacoa, frutas y bebidas.
No hay de otra, creo que los muertos cada que se hacen presentes nos dejan la billetera sin billetes y comienza de nuevo el rito para el año próximo, ya que la celebración no termina aquí, pero tampoco empieza allá; sino, a manera de círculo, estas tradiciones se vuelven a reafirmar de generación en generación y año con año.
Es pertinente citar una alusión popular referente a la fecha y que a la letra dice:
Dicen que la distancia es el olvido,
pero yo no concibo esa razón,
porque los muertos están vivos,
siempre en nuestro corazón.
Aportes hispanos en la celebración del Día de Muertos
Al igual que de las culturas prehispánicas, es poca la información que se tiene de las celebraciones dedicadas a los difuntos antes de la Conquista; sin embargo, algunos autores aportan datos de estas celebraciones en el siglo XVI. Los españoles tenían la creencia de que las almas de los muertos regresaban a la tierra a visitar y compartir los alimentos con sus parientes vivos, por lo cual era necesario instalar una ofrenda alimenticia para ellos a fin de mostrarles que se les recordaba con amor y no provocar su enojo, igualmente para pedirles su protección.
Cabe destacar que esta creencia no es totalmente española, se trata de costumbres chinas y egipcias del siglo VIII que les fueron heredadas a través de los árabes. Esta creencia estaba tan arraigada en la antigüedad que, en algunos pueblos de Asturias, durante la víspera de la llegada de las benditas ánimas, las familias no utilizaban la cama con el fin de que las almas de sus parientes pudieran descansar después de su largo viaje a este mundo.
Con respecto a los entierros, se tiene noticia de que se servían grandes banquetes funerarios; de igual manera, durante los servicios fúnebres se ofrendaba pan, comidas y bebidas en la iglesia. Cuando se realizaba la visita anual al panteón se adornaban las sepulturas con flores, especialmente con crisantemos y siempre viva. Asimismo se ponían sobre las tumbas pan y vino.
Los entierros infantiles debían ser alegres y festivos, se acostumbraba cantar y bailar durante el velorio, a lo que llamaron «baile de los angelitos», esto se debía a la concepción de que los niños que mueren se convierten en «angelitos» puesto que no han pecado.
El día de Todos Santos se realizaba una comida familiar para recordar a los difuntos, se preparaban platillos propios de cada región, como las castañas, los dulces y los buñuelos. En algunas provincias del norte de España se ofrendaba trigo, pan y vino, ya en la iglesia o en las sepulturas.
Se utilizaban otros elementos importantes en las ofrendas de la noche de Todos Santos, entre ellos: recipientes con agua para que las almas pudieran calmar su sed, las velas y las lámparas de aceite, cuya función era la de guiar a las ánimas en la oscuridad.
Durante la celebración, los jóvenes iban de casa en casa, pidiendo limosnas para las ánimas; en ocasiones rezando en cada una de las viviendas; posteriormente, entregaban las limosnas al sacerdote quien, les ofrecía algo para cenar. Algunas de estas tradiciones todavía se conservan en algunos sitios, sobre todo en pequeñas aldeas del norte y centro de España. Empero, existen otras que se han ido perdiendo como las reuniones de los jóvenes en las iglesias para tocar las campanas durante la noche del 1 de noviembre, donde se encendía una fogata que tenía una doble función, por un lado guiar a las ánimas, y por otro tostar castañas y comerlas, acompañadas de vino.
En algunos sitios, se ponía un catafalco negro con una calavera blanqueada en uno de sus extremos, mismo que permanecía expuesto cerca o dentro de la iglesia, hasta la realización de la «octava» de la festividad. (18)
Aún así, actualmente el mes de noviembre recibe el nombre de mes de las ánimas y durante él se rinde culto a ellas en diversas formas (19), a las ánimas también se les recuerda en Navidad y a Fin de Año como se puede observar en algunos sitios actualmente.
Se puede afirmar que muchos de los aportes prehispánicos y españoles se conjugan en la actualidad en las celebraciones del Día de Muertos en nuestras comunidades.
La conjugación de dichos elementos culturales fue en gran parte debido a la participación que los frailes tuvieron durante la Conquista, al tratar de exterminar los rituales autóctonos de los nativos del nuevo continente, imponiéndoles las creencias cristianas, su calendario e imágenes religiosas; dando como resultado la fusión de ambas tradiciones en el actual culto a los muertos.
Es de importancia hacer notar que esta fiesta es la tradición mexicana que tiene mayor arraigo, por lo que no debemos permitir que se pierda y menos aún que se sustituya por costumbres ajenas que no tienen relación alguna con los aspectos rituales y festivos de las poblaciones mexicanas.
Citas
(1) Octavio Paz. «Todos Santos, Día de Muertos» en El laberinto de la soledad, Postdata y Vuelta al laberinto de la soledad. 2ª ed. México, FCE, 1993. p. 59
(2) Idem.
(3) Eduardo Matos Moctezuma. Muerte al filo de obsidiana, los nahuas frente a la muerte. México, SEP-INAH, 1978. p. 3
(4) Octavio Paz. Op. Cit. p. 59
(5) Cfr. Pedro Carrasco. «La sociedad mexicana antes de la conquista» en Historia general de México. t. 1. México, COLMEX, 1786, p. 248.
(6) Fray Bernardino de Sahagún. Historia general de las cosas de la Nueva España. 8ª ed. México, Ed. Porrúa, 1992. p. 207
(7) Ibid. pp. 207-208
(8) Ibid. p. 208
(9) Miguel León-Portilla. «El problema de la supervivencia en el más allá» en La filosofía náhuatl. México, UNAM, 1979. p. 208
(10) Pedro Carrasco. Op. Cit. p. 20
(11) Fray Bernardino de Sahagún. Códice florentino. (edición faccimilar) t. II. México, Archivo General de la Nación, 1979. Libro 6, fo 96r y 96v.
(12) Fray Bernardino de Sahagún cit. por. Miguel León-Portilla. Op. Cit. p. 209
(13) Fray Juan de Torquemada. Monarquía indiana. v. III. México, UNAM, 1976. p. 425
(14) Ibid. pp. 425-426
(15) Federico Gómez de Orozco. «Costumbres, fiestas, enterramientos y diversas formas de proceder de los indios de la Nueva España» en Tlalocan v. II. México, num. 1. 1945. p. 42
(16) Fray Bernardino de Sahagún. Historia general... Op. Cit. p. 140
(17) Fray Bernardino de Sahagún cit. por Leticia Salazar Cárdenas «El culto a los muertos en la época prehispánica» en Juan Carlos H. Vera (Coord.) La celebración del día de muertos en México. México, CNCA, 1991. p. 15
(18) Lilian Scheffler. «Aportes españoles a este culto» en Juan Carlos H. Vera. Op Cit. p. 27
(19) Marina Anguiano. «Origen y significado de días de muertos» en: En México los muertos también tienen su fiesta. México, El Juglar editores, 1990. p. 14
Apud en María Pía Timón Tiemblo. «Los Ranchos de ánimas»: en Narria estudios de artes y costumbres populares. No. 18, Isla de Gran Canaria, Madrid, Museo de Artes y Tradiciones Populares, Junio de 1980. pp. 26-27