Elvia Pacheco Mora
Asesora de la UPN 094 D.F., Centro
Víctor Cuitlahuac Hernández Rodríguez
Egresado de la UPN 094 D.F., Centro
“A los niños indígenas les gustaba el aire libre, nadar en las orillas del lago, pescar ajolotes y volar papalotes corriendo por los campos. Pero en el convento sólo había muros, arcos y patios cerrados. A los niños les gustaba correr, nadar y brincar, y en la escuela tenían que estar sentados aprendiendo a leer, a escribir, a cantar y a hablar en castellano”.
Antonio Rubial García, Juan Cuauhtli, Juan Águila.
Al acercarse al tiempo, que es el elemento central que constituye el pasado, se percibe de una manera más dinámica los hechos históricos. El tiempo es una categoría ontológica presente en todos los actos que acontecen al ser humano; desde el nacimiento hasta la muerte resguarda la existencia y le confiere historicidad. La educación, percibida como una práctica social, no está exenta del tiempo y sólo al analizarla en su devenir es posible entender el sistema educativo actual, en el que se participa de manera consciente o inconsciente, aceptando, rechazando o cuestionando propuestas educativas establecidas por el Estado, la Iglesia, los medios masivos de comunicación, los organismos económicos internacionales y la familia, tan sólo por mencionar algunos.
Como educadores, la historia constituye un presente que parte de un pasado inmediato, dinámico y vital al que hay que volver la mirada las veces que sea necesario; por ello, la Universidad Pedagógica Nacional y en especial la Unidad 094, D.F. Centro, se ha dado a la tarea de rescatar ese pasado histórico, a partir de una Mesa Redonda denominada “La Educación en el Virreinato”, con el propósito de que el profesor- estudiante analice su práctica docente en el marco de un proceso histórico; con ello, nuestra institución cumple con una de sus funciones sustantivas: la divulgación, extensión y difusión de la cultura, presente en todo aquel que ostente orgullosamente el calificativo de universitario.
En la Mesa Redonda: “La Educación en el Virreinato” efectuada el 23 de febrero del 2005 en las instalaciones de la Unidad 094, D. F. Centro, participamos como ponentes: el Licenciado Roberto Llanas y Fernández y yo; fungiendo como moderador el Profesor Cuitláhuac Víctor Hernández Rodríguez.
La conferencia del investigador del Instituto de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, Roberto Llanas y Fernández tuvo como propósito central: presentar una visión de la riqueza cultural de ese período histórico, conectada en ciertos aspectos a la educación, la ingeniería y el desarrollo urbano como un testimonio histórico no sólo desconocido, sino próximo a perderse.
Señaló que por cédula de 9 de noviembre de 1536, el rey Carlos V ordenó que veinte niños indios fueran llevados a diversos monasterios y colegios de España, con el propósito de que recibieran educación media superior, misma que a su vez debían trasmitir a sus congéneres a su regreso como principales aliados de la corona en el proceso de la conquista y evangelización.
Aunque nunca se cumplió con lo estipulado en la cédula real, en poco tiempo se resolvió el problema al instituir el Colegio de San Juan de Letrán, que adoptó el sistema de internado, siendo una de las primeras instituciones educativas que realizaron adaptaciones en sus programas, en el sentido de enseñar gramática latina a los jóvenes mestizos. Su fin era formar educadores que fundaran colegios semejantes en toda Nueva España, para lo cual, durante tres años, los alumnos cursaban estudios menores: religión y lectura, y siete se enfocaban a latinidad y filosofía.
Tardó años en integrarse el colegio, el cual estuvo a cargo de tres teólogos elegidos por el Rey. Uno de ellos era rector durante un año, y los otros dos funcionarían como conciliarios, es decir que, mientras uno se encargaba de impartir doctrina dentro y fuera del colegio, los dos restantes debían enseñar gramática latina con el apoyo de tres profesores expertos en el tema. Por último, era obligación de los tres directores teólogos traducir idiomas indígenas para formar gramáticas y diccionarios.
La urgente necesidad de crear una educación propia que justificara al virreinato de la Nueva España, llevó al virrey Antonio de Mendoza a fundar el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, con un enfoque de educación superior; siendo el primero de esta clase en América. En este colegio se cultivaba la lengua y la literatura latinas; la retórica, la medicina indígena, la música y la filosofía. En una segunda etapa se impartieron además de las materias señaladas, lógica y teología. Este fue parte del proyecto de solicitud a la Santa Sede, del Real Patronato Indiano, también como aspecto básico de una administración virreinal.
Más tarde, en función de una propuesta educativa establecida por la Corona en las tierras de la Nueva España, le correspondió al virrey Luis de Velasco consolidar el proyecto de crear la Real y Pontificia Universidad con los mismos privilegios y franquicias que la de Salamanca. Como tal, la autoridad máxima recaía en el claustro, cuya estructura jerárquica se establecía de la siguiente manera: rector, maestrescuela y catedráticos. Los grados que otorgaba la Real y Pontificia Universidad eran: Bachillerato, Licenciatura y Doctorado.
Debido a la gran demanda de jóvenes que no contaban con los medios económicos, aun cuando su capacidad intelectual era más que suficiente, se creó en 1573 el Colegio Mayor de Santa María de Todos los Santos, trasunto del Colegio Mayor de Santa Cruz de Valladolid, en España.
Las pruebas de admisión eran muy rigurosas, especialmente para los becados: constancia de nobleza, limpieza de sangre por tres generaciones, vida recta, carrera literaria, y examen sobre la facultad a la que se había dedicado.
Por su parte las órdenes religiosas como las de los Agustinos, Dominicos y Jesuitas se encauzaron a la tarea educativa, fundando colegios como:
El Colegio de San Pedro y San Pablo, que se constituyó en el más importante centro de formación intelectual. Se consideró una institución de tipo mixta al comprender dos áreas: la filosófica, que englobaba la gramática, la dialéctica y la retórica; y la científica que comprendía aritmética, geometría, astronomía y física.
Otro importante colegio del mismo tronco jesuita fue prácticamente de becarios; y se enfocaba a las Artes Liberales, al Área de Disciplinas Filosóficas, así como a teología y Sagradas Escrituras. Estuvo ubicado en la calle de Mesones. Se conoció como Colegio de San Gregorio.
El Colegio de San Bernardo fue parte de una serie de colegios jesuitas para alumnos del interior del virreinato y de la Ciudad de México. En sus aulas se impartían: cuatro cátedras de gramática, una de retórica, tres de artes y una de teología.
De esa serie de colegios, el de San Ildefonso fue el más importante y el más completo por cuanto era un colegio-seminario. En él se impartieron las cátedras de teología escolástica, teología dogmática, cánones, filosofía, artes, física, metafísica y retórica, además de dibujo, pintura y arquitectura.
Como complemento de esta labor se creó en la actual calle de Donceles el Colegio de Cristo, dedicado a estudiar las Sagradas Escrituras y teología mística.
El Colegio de Porta Coeli, de la orden de los Dominicos fue también básicamente para becarios. Debido a la influencia de sus fundadores, los estudiantes que se formaron como sacerdotes, se centraron prácticamente en las artes liberales, filosofía y teología.
Otro importante aspecto en el proceso de educación superior en la capital del Virreinato de la Nueva España fue la labor de la Agustina, con dos Colegios en donde se enseñaban las artes liberales y se la preparaban a los futuros obispos y arzobispos.
En mi participación señalé que durante el virreinato un sector poco atendido por las autoridades en lo que a materia educativa se refiere fue el de las mujeres.
A diferencia de los varones, la educación femenina tardó un buen tiempo en ser atendida ya que los establecimientos dedicados a ellas prácticamente se circunscribieron a las llamadas Escuelas de las Amigas, atendidas por mujeres que rebasaban los cuarenta años y de moral intachable; éstas instruían a las pequeñas para que supieran leer, escribir, realizar las operaciones básicas (sumar, restar, dividir y multiplicar), bordar, tejer y rezar; pues el destino de la mujer inexorablemente se encaminaba al matrimonio o a tomar los hábitos y dedicar su vida a Dios en los conventos de alguna de las ordenes religiosas femeninas existentes en la Nueva España.
Los sentimientos encontrados que esta situación provocaba se reflejaban de manera velada, por lo que sólo a través de historiadores especializados podemos conocer de la vida cotidiana femenina en este período de nuestra historia nacional y educativa. Tal es el caso del ensayo de María Cristina Sacristán titulada “El hipo de Inés”. En esta obra la autora narra cómo la pequeña Inés finge estar enferma de hipo para no bordar día con día en compañía de su madre y sus hermanas. Ella sólo quiere jugar como cualquier niña de su edad, pero se debe adiestrar en estas artes manuales para llegar a ser una excelente esposa. El médico familiar y su madre, ante las sospechas de su engaño, la someten a tal cantidad de brebajes y tormentos que Inés prefiere confesar la verdad. Parece picaresca tal situación pero quizá era más común de lo que pensamos.
Otro caso singular lo constituye Sor Juana Inés de la Cruz quien ante la posibilidad del matrimonio y orillada por sus inquietudes intelectuales decide inclinarse por la vida conventual, pues era la única manera de realizarlas. Resulta importante destacar que no en todos los conventos se vivía una vida austera pues una gran cantidad de monjas tenía personal femenino a su servicio, que en general eran criadas, cocineras, lavanderas y planchadoras, además de niñas huérfanas que recibían alimento y una instrucción religiosa.
A diferencia de los pocos colegios femeninos, abundaron las llamadas casas de recogimiento y los beaterios; en las primeras se refugiaban las mujeres solteras o viudas y en las segundas aquellas mujeres que no podían pagar las cuantiosas dotes que se les pedían para entrar a los conventos y que sólo los ricos españoles, mineros, comerciantes o funcionarios públicos podían pagar.
En el caso de aquellos españoles que habían dejado a su esposa en la Península y en estos territorios habían procreado hijas con mujeres indígenas, las niñas iban a parar a un convento respaldadas por una cuantiosa dote que limpiaba su ilegítimo origen y la falta de reconocimiento por parte de sus padres.
La situación de las mujeres pertenecientes a las castas no era mejor, ya que se les culpaba de las conductas morales más escandalosas de la sociedad del virreinato. Se les consideraba incitadoras al pecado y se les vigilaba de cerca, controlando hasta los bailes donde participaban.
Las mujeres casadas con algún español y dueñas de cuantiosas fortunas, por lo general pedían consejo a su padre, hermano o esposo en la administración de sus bienes y en materia religiosa, siempre se les exhortaba a llevar una conducta moral intachable que no escandalizara a los hombres de su casa, protectores de su honor y su moral.
Articulo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 D.F. Centro, México. Se permite su uso citando la fuente. Dirección u094.upnvirtual.edu.mx