Antonia Yudelevich Pekalok
Asesora de la UPN 094
…la fuerza corrosiva del pensamiento y del estilo de Maquiavelo sobrepasó infinitamente el objeto del momento. Por haber puesto de relieve tan crudamente el problema de las relaciones entre la política y la moral; por haber formulado una escisión profunda, una irremediable separación entre ellas, «El Príncipe» ha atormentado a la Humanidad durante cuatro siglos.
Jean-Jacques Chevalier
El Renacimiento, en el sentido estricto de la palabra, es un movimiento intelectual que se extiende, en términos generales, desde el comienzo del siglo XIV hasta finales del XVI y que trata de volver a la antigüedad clásica, estudiada directamente en sus fuentes por los humanistas, y no a través de la transmisión cristiana. En sentido amplio se entiende por Renacimiento la marcha de un nuevo espíritu que acabó por derrumbar la construcción medieval, colocó los cimientos de un nuevo pensamiento occidental y produjo el nuevo mundo del siglo XVII. En el aspecto político se afirman los grandes Estados unificados: Francia, Inglaterra y España; el descubrimiento de América y de la ruta de la India van a transformar la economía mundial. En lo cultural hay una expansión creciente y paulatina impulsada por la invención de la imprenta.
La crisis de la conciencia europea consiste en un afán de buscar y de descubrir, en una actitud crítica, en la reafirmación de la personalidad del hombre que ejerce su propio poder para transformar la naturaleza. «La era de las técnicas, al servicio del hombre y de su acción, sucede a la era medieval de la contemplación, orientada y dominada por Dios».1 La motivación religiosa es de importancia fundamental para la comprensión del periodo del Renacimiento. No fue la única fuerza directora; pero, sólo reconociendo la parte que desempeñó, es posible comprender como un todo el Humanismo y la Reforma, reacciones contra el poder y el dominio eclesiástico. La consigna de la purificación de la Iglesia se convirtió en vehículo del deseo de mejorar y de elevación a la vida secular, tanto en los asuntos sociales y políticos como en ciencia y arte. Liberarse del esquema universalista del mundo eclesiástico fue un proceso lento. Jacob Burckhardt, en su obra La cultura del Renacimiento en Italia, ha dicho que la conquista real de esa época fue el descubrimiento de la personalidad.2 Al mismo tiempo que se llevó a cabo un cambio en la idea medieval del mundo, se afirmó el lado subjetivo correspondiente y el hombre se convirtió en un individuo espiritual (uomo singolare, uomo único). Este proceso del reconocimiento del individuo como tal puede seguirse a través de tres pensadores: Petrarca (siglo XIV), Pico de la Mirándola (siglo XV) y Montaigne (siglo XVI); este último afirma en su Anatomía del alma humana que el hombre es libre y es su propio modelador y creador: «Le es dado tener lo que desea y ser lo que quiere».3 El nuevo tipo de hombre descubierto por el Renacimiento vivía en un mundo nuevo en el que la imaginación creadora se convirtió en instrumento y condición de la investigación teorética: no se comprendía lo que la naturaleza presentaba al acaso, sino sólo lo que se podía modelar y delinear.
Dentro de la esfera del Estado, en casi todas las naciones creció el poder real a expensas de las instituciones rivales —nobleza, parlamentos, ciudades libres o clero— y el eclipse del sistema representativo medieval fue permanente. El cambio, tanto por lo que hace al gobierno como a las ideas relativas a él, fue enorme. El poder político, que había estado en gran parte disperso entre feudatarios y corporaciones se concentró en manos del monarca, quien, por el momento, fue el principal beneficiario de la creciente unidad nacional. La concepción de un soberano como fuente de todo poder político pasó a ser en el siglo XVI una forma común de pensamiento político.
En Italia, más que en parte alguna, este individuo renovado que siente su fuerza, su energía, su valor (todo lo que traduce la palabra italiana virtu) se desencadena, se emancipa. La situación política de la península italiana era propicia a este desencadenamiento de los individuos: «En Italia las fuerzas de un nuevo sistema comercial e industrial habían sido especialmente destructoras de las instituciones antiguas, pero por razones implícitas en la situación política, las fuerzas constructivas estaban más neutralizadas y retardadas que en otros países».4 Las ciudades libres del norte de Italia, en las que habían naufragado los proyectos de los Hohenstaufen, se habían convertido en anacronismos políticos y económicos incapaces de hacer frente a una situación que exigía un poder concentrado, un ejército ciudadano y una política exterior más amplia y vigorosa. En la época en que escribía Maquiavelo, Italia estaba dividida en cinco estados grandes: el reino de Nápoles, en el sur; el ducado de Milán, en el noreste; la república aristocrática de Venecia, en el noroeste, y la república de Florencia y los Estados Pontificios, en el centro.
Nicolás Maquiavelo nace en Florencia el 3 de mayo de 1469, el mismo año que Lorenzo de Médici (el Magnífico) asumía el control y el poder real sobre la república florentina, que su familia venía ejerciendo desde el retorno de Cosme el Viejo en 1434 y que iba a mantenerse ininterrumpidamente hasta 1494. Son los años en que la cultura florentina alcanza su apogeo con la restauración platónica de Ficino y Pico de la Mirándola, con los logros en pintura, escultura y arquitectura, y con la poesía del propio Lorenzo y de Poliziano.
En 1494 se inicia una nueva fase en la historia italiana y europea: el rey de Francia baja a Nápoles con sus ejércitos y a partir de ese momento la península italiana deja de ser autónoma y se «convierte en el escenario donde las nuevas monarquías europeas (Francia y España) dirimen sus pretensiones a la hegemonía militar y política en Europa».5 Esta nueva fase se caracteriza por la aparición del Estado moderno sobre la base de la unificación del cuerpo social en torno al soberano, de la configuración de una administración centralizada y, sobre todo, de la formación de un ejército directamente a las órdenes del monarca. Esto es justo lo que falta en Italia y a lo que Maquiavelo pretende movilizar mediante su Príncipe; más que reflexionar sobre premisas de tipo lógico o análisis teóricos, se plantea cuestiones prácticas, concretas. Su preocupación fundamental es la situación de Italia en su tiempo, urgida de unificar los diferentes intereses para ponerse a la altura de los demás reinos europeos, y la expresa muy directamente al final de El Príncipe, donde afirma que todas sus reflexiones tienen un objetivo: ver a su patria por fin libre y unificada en torno de un poder que logre arrancarla de su situación y de las constantes amenazas y guerras internas provocadas por los extranjeros.
Esta preocupación de Maquiavelo se explica por su trayectoria. Los negocios públicos fueron no sólo su vocación personal sino la obsesión de su vida: en 1489 fue elegido secretario de la Segunda Cancillería de la República, cargo que ocupará durante quince años hasta que el Papa Julio II, utilizando tropas españolas acompañadas por el cardenal Médici restableció el poder de aquella familia en Florencia, lo cual enterró políticamente a Maquiavelo. Como canciller adjunto al «Consejo de los Diez» se ocupa de la diplomacia internacional y de la guerra; embajador de su ciudad frente a las potencias extranjeras, viaja constantemente y conoce a la perfección la política italiana. A esta época pertenecen sus escritos: Discurso al consejo de los diez sobre las cosas de Pisa, Descripción del procedimiento empleado por el duque Valentino para matar a Vitellozzo Vitelli, a Oliverio de Fermo, al señor Pablo y al duque de Graviña Orsini, Retrato de las cosas de Alemania y acerca del Emperador y Retrato de las cosas de Francia.
Excluido de la política y refugiado en las tierras de la familia, se dedica a escribir sus principales obras políticas por las cuales será posteriormente conocido: Discursos sobre la primera década de Tito Livio, El Príncipe y El arte de la Guerra. Sus largos años de ejercicio activo de la política le habían permitido conocer la trama de la política italiana e internacional y los problemas de una organización militar eficaz. Todo ello, unido a la asidua meditación sobre la obra de los historiadores antiguos, configura la «larga experiencia de las cosas modernas y una continua lectura de las antiguas», que le han permitido «el conocimiento de las acciones de los grandes hombres».6
Como pensador del Renacimiento, Maquiavelo inaugura un nuevo método de concebir las cosas políticas. Así lo expresa él mismo en su prólogo a los Discursos:
Aunque por la natural envidia de los hombres haya sido siempre tan peligroso descubrir nuevos y originales procedimientos como mares y tierras desconocidos, por ser más fácil y pronta la censura que el aplauso para los actos ajenos, sin embargo, dominándome el deseo que siempre tuve de ejecutar sin consideración alguna lo que juzgo de común beneficio, he determinado entrar por vía que, no seguida por nadie hasta ahora, me será difícil y trabajosa; pero creo me proporcione la estimación de los que benignamente aprecien mi tarea.7
Su método consiste en hacer un análisis de los acontecimientos políticos, a partir ya sea de su propia experiencia política, ya sea de la historia, como afirma en el prólogo a El Príncipe: «No puedo ofreceros mejor regalo que el procurar sepáis en brevísimo tiempo cuanto yo he aprendido en tantos años y con tantas molestias y peligros».8
Su objetivo, según sus propias palabras, es poner a disposición de otros su experiencia política, base sobre la cual deberá actuar un gobernante. Al hacer esto se apartaba del camino tradicional escolástico que consideraba la vida política desde el punto de vista filosófico o teológico, como lo había hecho Santo Tomás en su Tratado de los príncipes, cuyas reflexiones se dirigían a esclarecer cuestiones tales como la esencia del gobierno, su justificación religiosa y moral, la relación del poder civil con el eclesiástico y la ley divina. Maquiavelo parte de la experiencia, prescinde de valoraciones morales o definiciones abstractas y establece generalizaciones útiles sobre el poder: le interesa saber cómo se alcanza y se mantiene, o bien, cómo se pierde y por qué. A cada momento hace patente su intención:
El que adquiere territorios nuevos de estas características debe respetar dos principios si quiere conservarlos: el primero consiste en extinguir la familia del antiguo príncipe; el segundo en no alterar ni sus leyes ni sus tributos.
Y quien no maneje bien estas reglas perderá pronto lo que haya adquirido y, mientras lo conserva, se verá enfrentado a infinitas dificultades y problemas.9
Maquiavelo analiza los factores que intervienen en un hecho político y las variantes que pueden tener; yendo de caso en caso va señalando cuales son las fuerzas a las que se enfrenta el gobernante y la forma en que debe actuar para lograr sus propósitos. Lo importante en él es pasar de los hechos a una auténtica reflexión del poder.
Más que la justificación teórica del poder, a Maquiavelo le interesa este hecho primario: el poder político es imprescindible y sobresale entre cualesquiera otras instituciones o condiciones de la sociedad; sin el poder político la sociedad se disgrega, desaparece. La política tiene su propio estatuto, no le son aplicables las leyes de la vida individual ni moral, ni las de cualquier otro tipo; deberá ser regida por leyes propias, acordes con su función de dar coherencia y subsistencia al cuerpo social.
Maquiavelo cree en el poder por encima de las formas que éste adopte, sea monárquico o republicano; lo que importa es que mantenga sujetos los intereses individuales y que unifique la convivencia, de la cual dependerán la grandeza, el desarrollo económico y el bienestar de los pueblos:
Un príncipe [...] debe procurar a sus ciudadanos la posibilidad de ejercer tranquilamente sus profesiones, ya sea el comercio, la agricultura o cualquier otra actividad, sin que nadie tema incrementar sus posesiones por miedo a que le sean arrebatadas o abrir un negocio por miedo a los impuestos. Ante bien, debe incluso tener dispuestas recompensas para el que quiera hacer estas cosas y para todo aquel que piense por el procedimiento que sea engrandecer su ciudad o su Estado. Además de todo esto, debe entretener al pueblo en las épocas convenientes del año con fiestas y espectáculos.10
Los escritos de Maquiavelo constituyen una amplia descripción de los diferentes factores que intervienen en el poder, siendo —en última instancia— el elemento básico la fuerza:
... los principales cimientos y fundamentos de todos los Estados —ya sean nuevos, ya sean viejos o mixtos— consisten en las buenas leyes y en las buenas armas. Y, dado que no puede haber buenas leyes donde no hay buenas armas y donde hay buenas armas siempre hay buenas leyes, dejaré a un lado la consideración de las leyes y hablaré únicamente de las armas.11
Maquiavelo propugnó en su vida política y aconsejó en sus escritos la creación de fuerzas militares propias del Estado, abandonando la dependencia, muy frecuente en las ciudades italianas, de los ejércitos mercenarios: tener fuerzas suficientes, en esto estriba todo, tanto para adquirir como para conservar. El Príncipe y el Estado descansan y sólo pueden mantenerse mediante su autonomía o autosuficiencia, lo cual implica la posesión de la fuerza necesaria. En este sentido puede leerse El Príncipe como una reflexión sobre la fuerza y la seguridad del Estado.
Uno de los temas más importantes del pensamiento político de Maquiavelo es el de la organización del «consentimiento» general ante el poder político: cómo obtener la adhesión y el temor, y cómo evitar el odio. Los particulares ceden su propia decisión a la del gobernante por muchas causas: una de ellas es la ley que se hace costumbre difícil de desarraigar; otra es el amor o el temor al gobernante (Maquiavelo aconseja siempre el temor); otro factor importante es el interés, ya sea por la riqueza o la gloria.
Estos vínculos se forman por la interiorización que hacen los individuos del poder, lo cual los mueve desde dentro a seguir la voz del amo y a ser llevados por ella sobre sus propios deseos o voluntad. Sin embargo, existen individuos que no están sometidos al poder del gobernante y son considerados siempre como enemigos potenciales: hay que acabar con ellos o ponerlos en una situación tal que no les permita adquirir fuerza suficiente para disputar el poder a quien dirige el grupo: «...un príncipe prudente debe pensar en un procedimiento por el cual sus ciudadanos tengan necesidad del Estado y de él siempre y ante cualquier tipo de circunstancias; entonces siempre le permanecerán fieles».12
Reflejo de su tiempo, Maquiavelo ve en el monarca, en el príncipe, al artífice de la sociedad; y «exalta la fuerza históricamente creadora del hombre, a la que latinamente llama virtud, es decir, la capacidad de un jefe político de forjar y mantener un Estado».13 En El Príncipe hace aparecer a César Borgia como el tipo del príncipe nuevo, modelo de virtuosidad política, opuesto a Luis XII, príncipe hereditario que acumula defectos; en los capítulos XV a XX de esta obra —que se cuentan entre los más célebres y que constituyen la esencia de su pensamiento— va a delinear el perfil de este príncipe nuevo.
Maquiavelo establece los deberes de un príncipe ateniéndose a lo que él llama «la verdad real de la cosa», no a la «representación imaginaria de la misma»; es decir, parte de la realidad tal cual es y no como debería ser: «...porque hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería de hacer, aprende antes su ruina que su preservación».14
Marca así una separación entre la conveniencia política y la moralidad; presenta un ejemplo extremo de la doctrina de un doble patrón de moralidad: es distinta la moral para el gobernante y para el ciudadano privado. Se juzga al primero por el éxito conseguido en el mantenimiento y aumento de su poder; al segundo, por el vigor que su conducta da al grupo social. Como el gobernante está fuera del grupo o, por lo menos, se encuentra en una situación muy especial con respecto a él, está por encima de la moralidad cuyo cumplimiento debe imponerse dentro del grupo.
Maquiavelo llega a esta reflexión partiendo del principio de la inmutabilidad de la naturaleza humana, pero no entendida como «energía irremediablemente debilitada por el pecado o como conjunto indeterminado de almas singulares, sino como realidad orgánica, regida por determinadas y rigurosas leyes, y funcionando según un complejo pero racional mecanismo».15 La política debe basarse en lo que los hombres son inevitablemente: «ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia».16
Tomando en cuenta las premisas anteriores, el príncipe que quiere mantenerse debe —según Maquiavelo— aprender a no ser siempre bueno, a serlo o a no serlo, «en función de la necesidad». Ciertamente, lo más deseable sería un príncipe que reuniera todas las buenas cualidades, que fuera generoso, clemente, fiel a su palabra, firme, valiente, ponderado y devoto, pero esto apenas si es posible y la naturaleza humana no lo permite. Ya es mucho si el príncipe sabe huir de los vicios vergonzosos que le harían perder el Estado. Más aún, ciertos vicios y defectos son necesarios para la conservación del Estado al cual, por el contrario perderían ciertas cualidades:
...que no se preocupe el príncipe de caer en la fama de aquellos vicios sin los cuales difícilmente podrá salvar su Estado, porque si se considera todo como es debido se encontrará alguna cosa que parecerá virtud, pero si se la sigue traería consigo su ruina, y alguna otra cosa que parecerá vicio y si se la sigue garantiza la seguridad y el bienestar suyo.17
Un príncipe debe basarse en sí mismo: la ley por un lado, y la astucia y la fuerza por otro, disfrazando —porque lo obliga la naturaleza de las cosas y su movimiento— sus, a primera vista, injustas, inmorales e irreligiosas acciones. Esto es así porque la política, para la generalidad, es el reino de las apariencias ya que «cada uno ve lo que pareces, pero pocos palpan lo que eres».
Si bien Maquiavelo sostiene que se ha de ser consciente de que es inevitable y necesario «pecar» a veces para conservar el Estado y la libertad, recomienda el procurar por todos los medios no provocar el desprecio y el odio del pueblo, porque éstos son los vicios o los males que hacen perder al Estado. El príncipe debe, por el contrario, ganar el consentimiento a su dominación.
Al final de El Príncipe Maquiavelo afirma que si Italia ha de recuperar su libertad, expulsar a los «bárbaros» y salir de la crisis, solamente es posible (por la extrema corrupción de la materia humana) mediante la virtu de una poderosa personalidad que sea capaz de infundir nueva forma a dicha materia mediante un orden nuevo: «...hasta ahora no ha aparecido nadie que se haya sabido imponer su superioridad, por virtud y fortuna, obligando a los demás a obedecer [...] No se debe dejar pasar esta oportunidad para que Italia encuentre, después de tanto tiempo, su redentor».18
De esta manera, Maquiavelo llega a considerar al gobernante como el artífice que, ejerciendo el poder con inteligencia e impetuosidad, puede lograr un orden nuevo. En este sentido se puede leer El Príncipe como el mito del hombre que se hace a sí mismo, independiente, mantenido sólo por su fuerza interna que lo impulsa al triunfo. Este mito se extenderá, con el tiempo, no sólo a los gobernantes, sino al hombre común que pretende adoptar la imagen de un ser autosuficiente que se sostiene con su propio poder y que hace de su designio ley.
Maquiavelo se esforzó por captar la oculta racionalidad de la historia, por comprenderla como pasado para poder crearla, al mismo tiempo, como porvenir. El haber participado en acontecimientos muy dramáticos por los que atravesó su ciudad le llevó —al igual que la lectura de la historia— a percibir el carácter trágico y siempre incierto de los acontecimientos terrenos, la fuerza a veces abrumadora de la adversidad. Los elementos que los hombres no pueden dominar los simbolizó en la idea de fortuna, concepto que contrapone a lo largo de su obra al de virtud. Constata el hecho de que nadie, cualquiera que sea su virtud, está completamente sustraído a esa fuerza ciega que es la fortuna, el fatum, y plantea las relaciones entre ambas de la siguiente manera:
No se me oculta que muchos han tenido y tienen la opinión de que las cosas del mundo están gobernadas por la fortuna y por Dios hasta tal punto que los hombres, a pesar de toda la prudencia, no pueden corregir su rumbo ni oponerles remedio alguno. Por esta razón podrían estimar que no hay motivo para esforzarse demasiado en las cosas, sino más bien dejar que las gobierne el azar.19
Su postura es que el hombre puede y debe resistir a la fortuna, prepararle con su virtud duros obstáculos ya que, dondequiera que los hombres son débiles, la fortuna se muestra fuerte. En El Príncipe recurre a la alegoría de los ríos:
...para que nuestra libre voluntad no quede anulada, pienso que puede ser cierto que la fortuna sea árbitro de la mitad de las acciones nuestras, pero la otra mitad o casi, nos es dejada, incluso por ella, a nuestro control. Yo la suelo comparar a uno de esos ríos torrenciales que, cuando se enfurecen, inundan los campos, tiran abajo árboles y edificios, quitan terreno de esta parte y lo ponen en aquella otra; los hombres huyen ante él, todos ceden a su ímpetu sin poder plantearle resistencia alguna. Y aunque su naturaleza es ésta, eso no quita, sin embargo, que los hombres, cuando los tiempos están tranquilos, no puedan tomar precauciones mediante diques y espigones de forma que en crecidas posteriores o discurrirían por un canal o su ímpetu ya no sería ni tan salvaje ni tan perjudicial. Lo mismo ocurre con la fortuna; ella muestra su poder cuando no hay virtud organizada y preparada para hacerle frente y por eso vuelve sus ímpetus allá donde sabe que no se han construido los espigones y los diques para contenerla.20
Sobreponerse a la fortuna por medio de la virtud: esta idea es medular en Maquiavelo, ya que está firmemente convencido de que la única forma en que Italia podrá salir de la situación de crisis en que se encuentra es a través de la virtud de un príncipe. No se puede culpar a la fortuna por los males que se presentan sino a la falta de previsión, de prudencia, a las malas decisiones. Maquiavelo introduce también el concepto de prudencia y sostiene que el que en un principado no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente, pero tal cualidad solamente es concedida a pocos: «...la prudencia consiste en saber conocer la naturaleza de los inconvenientes y adoptar el menos malo por bueno».21
Contra la mala fortuna y el cambio de fortuna —dice Maquiavelo— ha de proveerse el príncipe precisamente en los momentos de buena fortuna; la previsión es otra de las cualidades que no pueden faltar a un príncipe virtuoso y considera que «estos príncipes nuestros que durante muchos años habían conservado sus principados, pero que han terminado por perderlos, no deban echar la culpa de ello a la fortuna, sino a su propia indolencia, porque no habiendo pensado nunca en tiempo de paz que podían sobrevenir cambios (es un defecto común entre los hombres no tener en cuenta la tempestad cuando la mar está en calma), cuando después vinieron tiempos adversos sólo pensaron en huir y no en defenderse.»22
Aunque Maquiavelo reconoce que la «condición de los tiempos» es causa de la caída de los gobernantes, será su visión del hombre como artífice de la sociedad la que prevalecerá e influirá en las concepciones posteriores de la historia que harán énfasis en el estudio de las grandes personalidades, los reyes, generales y héroes.
El significado de la filosofía de Maquiavelo ha sido una de las cuestiones más debatidas de la historia moderna. En El Príncipe se marca la radical diferenciación entre el plano de la moralidad y el de la política, entre el deber ser y el ser. Convencido de que ningún Estado podía basarse en los principios de bondad y moralidad tradicionales, sostenía la doctrina del poder. Al hacer eso descubrió uno de los principios básicos de la moderna teoría política: independientemente de las intenciones humanas o inhumanas que se tengan, el gobierno que vaya a subsistir debe poseer poder para hacerlo y debe entender la técnica de emplear dicho poder. Crossman lo expresa de la siguiente manera: «El Príncipe no se refiere para nada a la moralidad, ni contiene un método científico ni religioso. Es un manual no para el estadista, sino para el gobernante, en el que se expresa en breve páginas la esencia del Renacimiento, en cuya edad nació la teoría del Estado-nación».23
Si bien no se puede decir que el método de Maquiavelo sea rigurosamente científico, sí se puede destacar que viviendo en una época en la que se estaba derrumbando el viejo orden político europeo y en la que estaban surgiendo nuevos problemas, tanto en el Estado como en la sociedad, trató de interpretar el significado lógico de los acontecimientos, de prever los resultados y de descubrir y formular reglas objetivas para dirigir la acción política. Hay, pues, la intención de conocer para prever.
Los puntos básicos de la filosofía que anima el mensaje de El Príncipe son dos: la idea de que en todos los Estados existe un poder supremo: el soberano, y la afirmación de que el control del poder es la justificación de la soberanía. Como representante del Renacimiento, Maquiavelo concebía que este mundo no era un «valle de lágrimas» sino un nuevo mundo abierto al hombre libre y razonador, capaz de conquistarlo y moldearlo según su deseo. En este sentido captó el carácter de la sociedad renacentista; era un producto de la nueva oligarquía; se basaba en la fuerza, y el ideal que predicaba para el hombre libre y racional, no podía ser llevado a la práctica sino por el gobernante.
Se considera a Maquiavelo como el creador del significado que se ha atribuido al Estado en el pensamiento político moderno: el Estado como fuerza organizada, suprema en su propio territorio, y que persigue una política consciente de engrandecimiento en sus relaciones con otros Estados; el Estado sobre el cual recaen en mayor grado cada vez el derecho y la obligación de regular y controlar las demás instituciones sociales y de dirigirlas siguiendo líneas trazadas en interés del propio Estado. El papel que el Estado así concebido ha desempeñado en la política moderna, es un indicador de la exactitud con que Maquiavelo percibió la tendencia de la evolución política.
Si bien la concepción del hombre en Maquiavelo era típica del Renacimiento, no puede decirse, sin embargo, que representara el sentir general de su época en cuanto a la separación de la política y la religión. Durante mucho tiempo la sociedad occidental continuará pensando, no en los términos de política secular, como él la concebía, sino teológicamente, y considerará como blasfemia su filosofía de la vida.
Al rechazar la visión teológica, Maquiavelo implícitamente tampoco aceptaba la ética que la acompañaba. Los estratos más avanzados de su sociedad eran también conscientes de la imposibilidad de regir la convivencia internacional mediante las normas evangélicas, pero no se atrevían aún a negar su valor absoluto. Seguía considerándose, además, que la conducta de cada individuo debía caer siempre bajo las normas que se consideraban emanadas de Dios. Maquiavelo, en cambio, no admitía más valores que los puramente humanos; «al poner al hombre frente a sí mismo y ya no frente a un sistema de valores trascendentes
—afirma Romano—, el secretario florentino trata de disponerle, precisamente, a una consideración realista de su propia realidad individual y colectiva.»24
Si bien esta toma de conciencia no pudo ser comprendida en su época, lo significativo de Maquiavelo fue el haber abierto una nueva forma de reflexión política. Esta innovación radica en el hecho de considerar a los problemas políticos como objeto autónomo y al estudio de la política como disciplina autónoma que no lleva a la política a un sistema más general de problemas ni subor dina, orgánicamente, las soluciones políticas a las soluciones religiosas, éticas o filosóficas. Es desde esta perspectiva que se ha afirmado que con El Príncipe se inicia la ciencia política moderna.
Fuentes de referencia
Chevallier, Jean-Jacques, Los grandes textos políticos. (Desde Maquiavelo a nuestros días), 7ª ed., Madrid, Aguilar, (Col. «Biblioteca de Ciencias Sociales»), 1981.
Crossman, R.H.S., Biografía del Estado Moderno, 3ª ed., México, Fondo de Cultura Económica, («Colección Popular», 63), 1973.
Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe, prólogo de Miguel Ángel Granada, 2ª ed., Madrid, Alianza Editorial, (Col. «El Libro de Bolsillo»), 1982.
——— Obras políticas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, 1971.
Mayer, J. P., Trayectoria del pensamiento político, 3ª reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1976.
Romano, Ruggiero y Alberto Tenenti, Los fundamentos del mundo moderno. (Edad Media tardía, Reforma, Renacimiento), 12ª ed., México, Siglo XXI, (Col. «Historia Universal», 12), 1981.
Sabine, George H., Historia de la teoría política, 6ª reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1979.
Notas:
1 Jean-Jacques Chevallier, Los grandes textos políticos, Madrid, Aguilar, (Col. «Biblioteca de Ciencias Sociales»), 1981, p.5.
2 Cit. en la obra de J. P. Mayer, Trayectoria del pensamiento político, México, Fondo de Cultura Económica, 1976, p. 79.
3 Ibidem, p. 79.
4 George H. Sabine, Historia de la teoría política, México, Fondo de Cultura Económica, 1979, p. 252.
5 Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, prólogo de Miguel Ángel Granada, Madrid, Alianza Editorial, 1982, (Col. «El Libro de Bolsillo»), p. 7.
6 Ibidem, p. 31.
7 Nicolás Maquiavelo, Obras políticas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, 1971, p. 59.
8 Ibidem, p. 303.
9 Maquiavelo, El Príncipe, pp. 36 y 38.
10 Ibidem, p. 111 (cap. XXI).
11 Ibidem, pp. 71-72 (cap. XII).
12 Ibidem, p. 66 (cap. IX).
13 Ruggiero Romano y AlbertoTenenti, Los fundamentos del mundo moderno. México, Siglo XXI, 1981 (Col. «Historia Universal», 12), p. 155.
14 Maquiavelo, El Príncipe, p. 83 (cap. XV).
15 Romano, op.cit., p. 153.
16 Maquiavelo, El Príncipe, p. 88 (cap. XVII).
17 Ibidem, p. 84 (cap. XV).
18 Ibidem, p.107 (cap. XX).
19 Ibidem, pp. 116-117 (cap. XXV).
20 Ibidem, pp. 48 y 49 (cap. VI).
21 Ibidem, p. 111 (cap. XXI).
22 Ibidem, p. 116 (cap. XXIV).
23 Crossman, op. cit., p. 31.
24 Romano, op. cit., p. 155.
Articulo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 D.F. Centro, México. Se permite su uso citando la fuente. Dirección u094.upnvirtual.edu.mx