Simplemente una reflexión

Ma. Eugenia Momoko Saito Quezada
Egresada de la Unidad UPN 094

Al hacer un viaje hacia el pasado, al reflexionar sobre el origen de la educación que va de la mano a la investigación y el descubrimiento del saber, tal parecía que pretender conocer, evitar, minimizar o erradicar la ignorancia, traer la ciencia y el conocimiento a los hombres o, mejor dicho, producir la ciencia y el conocimiento con la intención de propagarla entre los hombres era un pecado que se castigaba con terribles tormentos. Intentar conocer era parecerse a los dioses y ellos, celosos de su saber, condenaban semejante ambición expulsando del paraíso a los contraventores y atándolos al mundo. Muchos sabios experimentaron la maldición en carne propia, ejemplos de ellos tenemos a Sócrates al beber la cicuta, a Giordano Bruno en la hoguera, a Lavoisier bajo la guillotina, a Nietzsche dentro de un manicomio y a Marx, quien murió en la miseria.

Este mito del saber castigado encuentra una lúcida expresión en una leyenda griega de Prometeo. La versión vulgar de la leyenda cuenta que:

“Prometeo fue atado a una roca del Cáucaso como castigo impuesto por Zeus. Un buitre venía diariamente a roerle las entrañas. El delito de Prometeo fue haberse apoderado del fuego para entregárselo a los hombres. Lo cierto es que “el fuego” en cuestión es mucho más de lo que parece. Escuchemos al propio titán: “Oíd los males de los hombres y cómo, de rudos que antes eran, hícelos avisados y cuerdos... Ellos, a lo primero, viendo veían en vano, oyendo no oían. Semejantes a los fantasmas de los sueños, al cabo de los siglos aún no había cosa que no confundiesen… debajo de tierra habitaban a modo de ágiles hormigas en lo más escondido de los antros donde jamás llega la luz... Todo lo hacían sin tino, hasta tanto que no les enseñé yo las intríncadas salidas y puestas de los astros. Por ello inventé los números, ciencia entre todas eminente, y la composición de las letras, y la memoria, madre de las musas, universal hacedora”. (Esquilo: Prometeo encadenado). No caben dudas: Prometeo fue juzgado y castigado por lo mismo que la serpiente de Adán y Eva: porque hizo que los hombres abriesen los ojos (“viendo veían en vano”, “vivían allí donde no llega la luz”).

Y, como Yahvé Dios en el libro de Génesis, el ensañamiento del dios Zeus no se hizo sentir sólo sobre el rebelde sino sobre todos los hombres. Para castigarlos, regaló a Epimeteo, un hermano lelo de Prometeo, una hermosa doncella, Pandora, portadora de una caja que al abrirse, diseminó sobre la tierra todos los males que los humanos padecemos”.*

Al concluir la lectura de este mito, surgen ciertos cuestionamientos metafóricos. En cuanto a educación se refiere.
¿Acaso en esta época se encuentra vigente la maldición?

En la actualidad, ¿quiénes serán los dioses que se encuentran celosos de su saber?
¿Se seguirá viendo en vano sin ver nada?
¿Se continuará confundiendo todo?
¿Se vivirá, viviendo donde no llega la luz?
¿Reinará el hermano lelo de Prometeo?
¿Se encontrará abierta la caja de la hermosa doncella, quien disemina los males que padecen los seres humanos, tales como la ignorancia?
¿Oyendo no se oirá la voz de la propia conciencia?
¿Fue en vano el tormentoso castigo impuesto a Prometeo?
Y, para concluir...
¿No es peor ignorante, el que ignora que ignora?

Nota:
* Néstor A. Braustein, Marcelo Pasternac, Gloria Benedito y Frida Saal, en Psicología: ideología y ciencia, México, Siglo XXI, pp. 234-235.