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Año: 2013 Mes: ENERO-MARZO Número: 67
Sección: INVESTIGACIÓN Apartado: Historia de la Educación
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EVOCACIONES DE UNA MAESTRA NORMALISTA
Lilia Rodríguez Juárez (†)

La Maestra que esto evoca, en su tesis de licenciada en educación, tuvo una huella imperecedera en sus compañeros de generación, querida y respetada por su grupo, tuvo diferencias con alumnos de la LE 94 que, sin formación normalista no entendían la ética y compromiso profesional de su compañera, forjado en la época dorada del magisterio, su tesis fue un modelo de investigación documental que fue capaz de relacionar la historia de México, del sistema educativo mexicano y la del normalismo, tomando como hilo conductor sus propia historia, le aprendí mucho de la seriedad y rigor con que se debe de hacer investigación, salí mal estudiante pero ella era buena maestra, con respeto y admiración rendimos en Xictli, un pequeño tributo a una maestra, de las de antes.

  

Realicé mis estudios primarios (hasta mediado el quinto grado) en la Escuela “Emiliano Zapata” ubicada en la colonia Industrial, en la Delegación Gustavo A. Madero. En el tiempo que asistí a la primaria oficial llegaron los desayunos escolares. Era muy emocionante para los niños recibir una cajita con el alimento a la hora de recreo pagando veinte centavos diarios por ello. También recuerdo que nos obligaban a comprar timbres “del ahorro nacional”, todos los alumnos obligatoriamente teníamos que comprarlos y llenar  de menos, una plantilla al año. Las plantillas  eran acumulables y al terminar la primaria, podían nuestros padres recibir el dinero acumulado. Cuando cambié de escuela a mediados del quinto grado, perdí todos los derechos sobre  estas planillas,  ya que en la escuela particular a la que me cambiaron mis padres, no las tenía.

En los años cincuenta, la plaga de piojos azotó a los niños así como la poliomielitis y otras enfermedades intestinales, la mayoría de los niños sufrimos la invasión de estos parásitos que nos contagiábamos unos a otros. La higiene distaba de las escuelas, tal vez también de algunos hogares. Recuerdo los baños carentes de  agua. Los WC siempre llenos, a veces hasta el tope, eran una verdadera porquería. El olor de los baños alcanzaba algunos de los salones. La vida en la escuela de esos ayeres, comparada con la vida de un niño, tal  como lo vemos hoy, dista mucho al menos en el trato humano que ahora reciben. 

En la escuela oficial,  los grupos estaban llenos de niños, seríamos como cincuenta. Nuestras bancas eran binarias y  a veces nos sentaban hasta tres en una misma banca. Nuestros  útiles de trabajo eran muy diferentes a los actuales. Utilizábamos el tintero y la tinta y escribíamos con manguillo. Las tintas eran de distintos colores. Siempre traíamos las manos entintadas porque los tinteros se nos volteaban. Utilizamos el papel secante para evitar que el exceso de tinta manchara nuestros cuadernos. Todos estos materiales desaparecieron cuando entraron al mercado la pluma fuente y posteriormente el bolígrafo, la llamaban “pluma atómica”

Teníamos un libro que yo recuerdo muy bien, porque el relato la hacía “Juanelo” un personaje del libro que representaba a un niño de nuestra edad. En estas lecciones conocimos todo lo referente al lago de Xochimilco y sobre las plagas que ensuciaban el agua del lago y los insectos que vivían allí. La maestra nos hacía leer en voz alta respetando la puntuación, en eso era  muy estricta. Las palabras debían ser bien pronunciadas y  la maestra tenía un reloj con el que nos medía el tiempo de lectura. La lectura  oral debía ser legible con puntuación y rápida (este modelo también lo apliqué como maestra). Ciertamente dejaban en nosotros los niños el deseo de leer y de enterarnos de muchas cosas que no teníamos al alcance,  los libros eran en blanco y negro pero despertaban nuestras fantasías. Los libros de texto  (aún no eran gratuitos), no estaban al alcance de todos los niños, por eso no teníamos muchos; el de lectura lo compartíamos con otros niños. Teníamos también cuadernos de trabajo de Ciencias Naturales y el de Cartografía (estos libros los regaló mi papá que era el autor de dichos cuadernos).

Los castigos eran severos, no corporales, pero si ofensivos a nuestra forma de ser. Cuando lo ameritaba la ocasión, nos ponían a repetir en el cuaderno o en el pizarrón hasta 100 veces o más, consignas como “debo portarme bien” o cualquier otra, siempre teníamos más castigos en el cuaderno que ejercicios. Las maestras nos volteaban con la cara pegada a la pared o nos dejaban atrás de la puerta, parados muchas horas.

Las clases de escritura eran a base de llenar planas con consignas acerca de la salud, que al repetirlas constantemente dejaron en nosotras hábitos acerca de consumir alimentos limpios y no en la calle, hervir el agua y comer tres veces al día. Las clases eran verbales y tediosas, hacíamos muchos resúmenes. Después teníamos que memorizarlos para responder una prueba. Esta prueba ya calificada,  la teníamos que llevar a la casa y los padres tenían que firmarla. Cuando la calificación era satisfactoria éstos se ponían muy contentos, cuando la calificación era reprobatoria nos jalaban de las orejas hasta dejarlas coloradas.   

En las clases de Ciencias Naturales, nos hacían copiar y ampliar los esquemas del libro a los cuadernos, (no existía la copiadora), del ojo, del oído y de los sistemas del cuerpo. Todos estos esquemas  eran tan abstractos que seguramente los demás compañeros sentían igual, tal vez no aprendí verdaderamente nada, todo lo memorizaba para poder pasar la prueba.

El quinto grado y sexto grados de educación primaria, los terminé en escuela particular. El trato fue diferente. Las maestras eran sonrientes y su aspecto agradable. Mi madre conocía a las maestras y decía que las cosas mejorarían ya que los grupos eran pequeños, había aseo y  seguramente estaríamos mejor. Las clases seguían para mí siendo duras ya que el sistema de trabajo era el mismo, muy rutinario y cansado. Aunque aquí también teníamos que memorizar los contenidos que nos daban, la maestra  Evangelina, como estrategia para hacernos trabajar, utilizaba un sello. Cuando terminábamos alguna labor con éxito o contestábamos bien lo que ella preguntaba, sellaba un cuaderno especial que teníamos para ello. Este sistema o estrategia que ella tenía hacía que todas las alumnas quisiéramos trabajar y aprender. La escuela particular, también tenía otro sistema de trabajo, al final del año escolar, se presentaban muestras escolares públicas, muestras que ensayábamos con mucho tiempo de anticipación.

No me gustaba tener que aprender enormes cuestionarios para contestar las preguntas delante de nuestros padres. Este ensayo de preguntas y respuestas daba como resultado que  en la “presentación pedagógica” los padres quedaran muy contentos y halagados y que los alumnos fuéramos inscritos  de nueva cuenta a la escuela. Los contenidos de los  cuestionarios aquellos, me hace ahora comprender lo libresco y memorístico de la enseñanza, sobre todo del idioma español: la analogía, la prosodia, la sintaxis y la ortografía. Los alumnos sabíamos estos conceptos de memoria pero además lo aplicábamos muy bien a la hora de escribir, sabíamos analizar perfectamente una oración, distinguiendo el sustantivo, el artículo, el género y número, los pronombres y los adverbios entre otras cosas, les llamaban análisis de oraciones. En esta forma, tradicional y disciplinada, terminé los estudios primarios en el año de 1958.

El ese año que salí de primaria inicié los estudios secundarios, en la Secundaria número 24 anexa a Trabajo Social, ubicada en la Calzada de Guadalupe, en la Delegación Gustavo A. Madero D. F., la Directora, y la Subdirectora del plantel, ya eran personas mayores, con aspecto duro y trato poco cordial. Las maestras no eran agradables y algunas eran hasta groseras con nosotras. Al respecto, recuerdo a la maestra de Inglés, (idioma que era totalmente nuevo para las alumnas, por lo que también resultaba un tanto difícil) que tenía la manía de expulsarnos del salón cuando no pronunciábamos bien las palabras que aprendíamos, nos llamaba “guajolotas” y durante todo el año escolar mantuvo altercados con las alumnas y también con algunos padres de familia.

Las clases en la secundaria eran largas. Las maestras hablaban y hablaban, algunas veces, sentía que los ojos se me cerraban porque tenía que permanecer varias horas sentada, en un salón de cincuenta alumnas y poco ventilado. Las clases de Física y Química no me gustaban porque no entendía mucho de lo que se trataban, no me gustaba tener que memorizar tanta fórmula y repetirla de memoria ante los profesores. En la clase de Biología, hacíamos disecciones del conejo. Las alumnas quedábamos horrorizadas ya que el maestro de laboratorio actuaba como si estuviéramos familiarizadas con esto. Ver la sangre y abierto al infeliz conejo, con el corazón aún latiendo, a muchas alumnas las hizo vomitar o desvanecerse. Las más sensibles llorábamos y recordábamos durante muchos días al animalito, sintiendo una especie de lástima y rabia. El maestro nos regañaba y nos decía que nunca seríamos biólogas o médicas. Con los cambios propios de la edad, las alumnas comenzamos a tener otro tipo de inquietudes, pero no teníamos a quien recurrir. Las maestras no tenían permitido hablar de sexo y a los padres no les teníamos la suficiente confianza para preguntar. A finales de los cincuenta, los tiempos no eran tan abiertos como ahora, lo que provocó una cerrazón respecto a temas naturales de la vida y que de haber existido el diálogo, algunas de mis compañeras, no habrían resultado embarazadas.

También tenía una clase de taller. Los talleres eran obligatorios, recibimos clases de costura. Hicimos una blusa y aprendimos a cortar la tela y a coser con aguja, como lo hacían nuestras abuelas. Muchas de las compañeras al salir de la secundaria se fueron a trabajar a talleres de costura o con alguna modista a la que ayudaban, truncaron sus estudios para poder trabajar. El otro taller fue Dibujo Técnico, para el efecto, llevábamos unas tablas de papel manila o marquilla (muy difíciles de transportar en los camiones). En esta tablas hacíamos trazos y trazos, el maestro decía que serviría para ser auxiliares (nunca nos dijo auxiliares de qué), pero algunas alumnas hacían los trazos muy bien hechos.

La clase de Educación  Musical, sí que me gustaba. La maestra era muy amable y agradable a la vista. Preparó un coro que entró en concurso en el Auditorio Nacional (1959). Luis Sandi estuvo presente. Yo formé parte del coro, en esa ocasión cantamos el “Aleluya de Hendel”. No recuerdo si ganamos alguno de los tres lugares, pero para las alumnas que participamos, fue muy gratificante.

En la clase de Cosmografía,  aprendimos de memoria las “Leyes de Kepler”, recuerdo que la maestra se emocionaba al platicarnos. Nosotras imaginábamos lo que decía porque no teníamos algún apoyo didáctico que lo mostrara. El cine mudo, era uno de los “adelantos” que tenía la secundaria. (La escuela de Educación Audiovisual, abriría sus puertas al magisterio, muchos años después).

En Civismo aprendimos las “buenas costumbres” de la época, tanto para asistir a las ceremonias cívicas como para cantar el Himno Nacional. Realmente nos enseñaron a amar a nuestra Bandera, al Escudo y al Himno Nacional. Para la norma social, era muy popular el “Manual de Carreño”, que si bien no lo llevábamos en la escuela, en los hogares de clase media era habitual. Las clases de civismo sí dejaron huella en las alumnas, éramos muy bien portadas y nos tratábamos con mucho respeto, nuestro vocabulario no incluía palabras soeces.

En Literatura Española, estudiamos las obras clásicas, entre ellas “El  Cid Campeador”. Casi todas las alumnas nos enamoramos de Rodrigo Díaz de Vivar. Existía el romanticismo y en las películas se exaltaban el amor platónico. También se accedía a la buena lectura y en la secundaria teníamos forzosamente que leer. En ese tiempo comenzaron a editarse enciclopedias que la sociedad podía adquirir en abonos. Las Matemáticas y el álgebra, hicieron estragos en la mayoría de los estudiantes, igual, como ahora se da. Los principios matemáticos, el razonamiento o una buena enseñanza, al respecto, se dejó pasar.

Así con altibajos, a veces contentos y a veces sufriendo, los adolescentes de secundaria seguimos siendo formados por nuestros padres y maestros. Bien portaditos y en filas para poder entrar o salir de los salones. Bien calladitos y formaditos para entrar al laboratorio y para salir de él. Las escuelas secundarias  continuaron siendo disciplinarias y militares en su constitución.

En mi caso, fui llevada a las aulas de la normal porque toda mi familia proviene de maestros.  Así, todas las descendientes femeninas, (quisiéramos o no), teníamos que continuar ese modelo que habían comenzado nuestras antecesoras, como un legado, como un blasón. Quizá porque el maestro era respetado, quizá porque quienes en mi familia lo comenzaron fueron mujeres, entre ellas mi madre, mi padre, personaje de carácter fuerte, maestro también, inspector de escuela, tenía el orgullo, bien ganado,  de haber sido el autor de varios libros y cuadernos de trabajo para la escuela primaria, un educador ejemplar.   

Realicé mis estudios con el plan de tres años, en la Escuela Normal para Señoritas,  por lo que siendo muy joven, con escasos conocimientos teóricos y poca experiencia docente, pasé a formar parte de la nueva generación de maestros que dirigirían en el futuro, a las nuevas generaciones de niños. Con escasos 18 años.

En los cincuenta y hasta fines de ésta década y principios de los sesenta, se importaron muchas costumbres de Estados Unidos, entre ellas la forma de vestir con grandes crinolinas y el “Rock and Roll”  Los muchachos usaban copetes y chamarras de cuero. Nos decían “Los rebeldes sin causa”, sin embargo habría que reconocer que los adolescentes y jóvenes, éramos coartados de la libertad, éramos reprimidos y obligados a ser y estudiar lo  que quizá  no deseábamos. Así y todo, la adolescencia dejó recuerdos; que implican a la escuela, a las compañeras, a los muchachos y a las travesuras de noviazgo que todos solemos hacer en esa edad. Sin embargo, en la parte “dura”, muchas de las alumnas no nos libramos de tener que pagar alguna materia en exámenes extraordinarios o a título de suficiencia. 

Mi etapa de estudiante en la normal, esa época fue sin duda es una de las más hermosas de mi vida. La Escuela Normal para Señoritas, en la que yo estudié  “Maestro Lauro Aguirre”, (ya desaparecida) estaba ubicada  en la calle de Seminario número 8 en el Centro de la Ciudad de México. El edificio, una casa colonial adaptada para escuela  (hoy museo)  ocupaba el tercero y segundo pisos. Para acceder a ella había que subir una escalinata de piedra también de la época colonial. Como salones de clase,  tenía grandes espacios propios de la arquitectura de la época en que fue construida, con  altos techos que mostraban la huella de faroles, que eran  sustituidos toscamente  por focos. Los pasillos eran de mosaico cercados con  herrería  pintada de color verde oscuro; las altas puertas de madera de los salones estaban pintadas de  blanco.  Unos escaloncillos también de piedra conducían a la dirección; a ambos lados, algunas macetas con plantas servían de ornato, dando un ambiente fresco y agradable.

La construcción  rememoraba  las grandes casonas coloniales, situadas en la provincia, pero los ruidos y claxon ensordecedores de los autos y camiones que pasaban por la calle de seminario, nos volvían a la ciudad de México, con sus aires que comenzaban a contaminar el espléndido centro de la ciudad. Los estudios de la Normal eran de tres años, pero como el requisito para ingresar a ésta  era haber cursado la secundaria, el primer año que era completo (no por semestres, plan anual) se le consideraba como el cuarto. La  Normal era muy solicitada entre los padres de los jóvenes, ya que además de ser muy corta, era fácil acomodarse en alguna escuela particular  y gozar con  prestaciones iguales a las que otorgaba  el gobierno. Además muchos de los jóvenes que accedían a ésta, pedían la revalidación de materias en la Universidad.

En el cuarto grado de normal, la matrícula fue de cien alumnas, todas ocupando uno de los grandes salones. Por la estrechez entre banca y banca, permanecíamos muchas horas dentro del salón y aunque había grandes ventanales que daban al balcón teníamos prohibido abrirlas, sin embargo, nos dábamos maña y las abríamos. Al ser tantas alumnas dentro de un salón, estudiando lo mismo, nunca imaginamos que al egresar de la escuela no habría trabajo para todas, pues en ese  tiempo, todavía no era tan difícil lograr entrar a trabajar en el gobierno, sobre todo si se tenía la ayuda del Sindicato de Maestros. También había escuelas particulares que pagaban menor salario, pero daban oportunidad de trabajar en ellas.

En los siguientes grados de la normal 5° y 6° el número de alumnas había disminuido considerablemente, en la normal hubo una gran deserción de alumnas. La mayoría de las clases eran orales y librescas. Los maestros  nos dictaban y hacíamos muchos resúmenes que teníamos que aprender de memoria. Otros maestros, ni siquiera hacían eso ya que se paraban cerca de la puerta,  y comenzaban a hablar y hablar; no hacían preguntas, a veces ni siquiera nos miraban y al terminar la clase se retiraban. Sin embargo, no todo estaba mal. Recuerdo con cariño al maestro Juan Pérez Márquez, maestro de Técnica de la Enseñanza. Este maestro se preocupó realmente de que entendiéramos bien  la didáctica de todas las materias de primaria y de cómo debíamos trabajar en las aulas, hacía muchas recomendaciones acerca de no pararse enfrente del pizarrón para no tapar el contenido escrito en él y otras enseñanzas muy útiles para manejarse dentro de las aulas. En su clase, debíamos aprendernos de memoria los “pasos técnicos” para cada una de las asignaturas. Nos enseñó a elaborar material didáctico; a usar el gis de color y a fijarlo con laca en los cartoncillos. Nos enseñó también muchas canciones para la “hora de la caligrafía”, así que las clases con él se convertían en algo alegre cuando todas las alumnas hacíamos los ejercicios caligráficos en el cuaderno y cantábamos las canciones.

El elaborar material didáctico se hizo un hábito  que perduró mucho tiempo después. Ya que en mi vida profesional, seguí elaborándolo. El programa de estudios de la Normal comprendía la parte teórica y la parte práctica. En el mes de agosto realizábamos las prácticas en las escuelas primarias oficiales que el profr. Juan Pérez nos indicaba,  algunas lejos de nuestro lugar de procedencia.  Para la mayoría de mis amigas y compañeras, prepararse para las prácticas fue muy emocionante ya que teníamos que elaborar mucho material didáctico, hacer dibujos y buscar libros para prepararnos. Las lecturas que llevábamos a los niños, según el grado,  teníamos que escogerlas de los libros  y  mimeografiarlas (el mimeógrafo hacía las veces de la copiadora pero más lento, utilizaba tinta especial, un rodillo y un esténcil, que era un papel azul tamaño oficio (con otras cosas químicas) que introducíamos en la máquina de escribir (sin cinta) y “picábamos el esténcil”, es decir, escribíamos en éste como si fuera un papel ordinario.

Pocos alumnos teníamos en casa un mimeógrafo, por  lo que alumnos de casi todas las normales asistíamos a la Avenida Avellano número veintiocho, donde un profesor jubilado y anciano, se dedicaba a mimeografiar apuntes y lecciones, así como dibujos.  Este maestro ya tenía elaborados, varios dibujos en hojas blancas referentes a todas las actividades que se necesitaban, pues se basaba en el programa existente. Para los niños de las escuelas donde practicábamos era novedoso que les regaláramos una hoja con el dibujo del tema que habíamos enseñado. Ellos lo coloreaban y lo pegaban en sus cuadernos. Nosotras las practicantes teníamos que llevar hasta el pegamento (entonces sólo había el resistol y la goma). Muchas veces, también les llevamos un cuaderno sencillo para que en éste trabajaran todas las actividades que hacían con nosotras. Al terminar la práctica que duraba una semana, les llevábamos dulces en una bolsita, que los niños recibían muy contentos.

En las prácticas, los niños nos decían maestras y nosotras fuimos cambiando nuestra forma de ser. Ahora éramos más formales y serias, nos apoderábamos de nuestro papel. Creo que por imitación, también copiamos la manera de vestir de las maestras que casi siempre fue de “traje sastre” de colores oscuros. Las prácticas escolares ya comprendían la estructura de los nuevos Planes y programas de educación Normal. Teniendo como “innovación” (que no era tal, pues los métodos globalizados datan de muchos años atrás), el desarrollo de Unidades de Trabajo donde convergían todos los conocimientos en uno central. Las asignaturas dejaron de tratarse como materias aisladas y comenzamos a  trabajar por  “Áreas y Metas”.

En las prácticas escolares, pude  comprobar que la higiene en los baños de las escuelas no había mejorado, a la que existía en las escuelas primarias de mi niñez. Desgraciadamente, en la mayoría de las prácticas (al menos las que yo realicé), los maestros titulares de grupo sólo estuvieron en mi clase por un día o dos. En las escuelas primarias casi siempre era esperada la llegada de las practicantes para que los maestros desaparecieran de los salones o de la misma escuela. Los maestros de escuela primaria  de los grupos en que yo practiqué, calificaron mi práctica, firmaron y sellaron mis Unidades de Trabajo, así como los Planes de Trabajo donde desarrollaba la Unidad, pero no entendieron de qué se trataba.

Otro problema que existían en educación,  fue que al producirse el cambio del Plan de trabajo en las escuelas (con el modelo de Expansión Educativa, en 1959), los maestros que eran los titulares de los grupos, lo desconocían por completo. Estos maestros al decir de ellos mismos, no entendían la reforma educativa, pero eso a mí me tenía sin cuidado, porque no comprendía entonces, el alcance que tendría esto para el futuro de la educación. Similares situaciones se presentaron con las demás compañeras y amigas practicantes. Era general, (al menos en las escuelas federales donde practicamos)  la reforma que se estaba llevando a cabo desde el 59, no había llegado a estas escuelas.

En los años sesentas, socialmente, el trato a los estudiantes no era bueno. La ciudadanía seguía alcanzándose hasta los 21 años, por lo que siendo ya maestras, no éramos ciudadanas todavía. Los jóvenes de las preparatorias eran perseguidos y se suscitaron varios conatos de violencia, donde intervinieron las autoridades. Este, fue el tiempo de las “julias” y de las “chotas” y las “redadas” de estudiantes. En la calle los policías hacían rondines en sus julias y subían a ellas a todos los estudiantes que tuvieran aspecto sospechoso. También en las “neverías” y fuentes de sodas, hacían redadas. La juventud se volvió agresiva y los muchachos de la preparatoria (San Ildefonso) cercano a la Normal a la que  yo asistía, peleaban con frecuencia.

Me incorporé a la acción docente en el año de 1965, en la Escuela Primaria Particular Incorporada “Renovación” (ya desaparecida), de la cual fui una de las maestras fundadoras. La Escuela estaba situada en la Calle de Cienfuegos 815, en la Colonia Lindavista, siendo la primera en la colonia  que proporcionó  a los niños, grandes áreas verdes y salones que semejaban las casitas de un cuento, puede decirse que fue  innovadora respecto a dejar las cuatro paredes del aula para estar en contacto directo con la naturaleza, ya que grandes jardines y plantas rodeaban a los saloncitos. Durante el año escolar, se hacían varias siembras, indicadas por el programa de Jardín de Niños que también tenía la escuela. Teníamos una pequeña milpa que cuidaba el conserje que había sido campesino, por lo que al término de un tiempo, los elotes se cortaban y se cocían allí mismo en la escuela, los niños y las maestras los degustábamos junto con los rábanos que sí sembraban los niños.

Para la recreación de los niños, la escuela tenía grandes juegos de tubo y un gran teatro al aire libre donde se fortalecía el desarrollo psicomotriz, con juegos y bailes que se acompañaban  con música grabada en casete. En los primeros años de la escuela, trabajábamos por ciclos [primer y segundo grado es un ciclo, tercero y cuarto es otro y por último quinto y sexto es el tercer ciclo], pero al formarse en 1968 todos los grados reglamentarios, la escuela se constituyó como escuela completa. De estos años primerizos de la profesión, recuerdo con cariño a la maestra Evangelina (†) quien fue la que realmente me llevó de la mano en mis primeros años profesionales y de quien aprendí muchas cosas que en la escuela normal no había aprendido. 

Ella me enseñó a fortalecer el desarrollo psicomotriz fino de los niños, para que accedieran a la escritura como: tomar la mano de los niños y ayudarlos en el trazo de las letras y números; como pasar los dedos sobre las letras recortadas en lija; hacer las letras en trazos grandes en el pizarrón para que los niños las repasaran con su mano; o que los niños caminaran por una línea pintada en el piso o  bien, que trazaran líneas lo más recto posible sin regla, en hojas blancas. Para enseñar a leer y escribir a los niños, utilizábamos el método Onomatopéyico. Aunque las letras se relacionaban con la onomatopeya o fonética de las grafías iniciales de los nombres de algunos animales o cosas, los ejercicios para el trazo de las letras (palmer), hoy conocida como cursiva, era imprescindible  para acceder a la escritura.

Bajo la dirección de esta maestra,  hicimos, mis compañeras maestras y yo, muchos ejercicios con los niños, porque la asistencia al Jardín de Niños aún no era obligatorio y muchos de los  padres de familia, llevaban a los niños a la escuela hasta el primer grado y antes de que comenzaran a escribir, teníamos  que realizar, la labor de una educadora y hacer los ejercicios ya descritos para ayudar a los niños. Como la escuela primaria tenía un programa diferente al de Jardín de Niños, también había que trabajar con los niños para que éstos aprendieran los conocimientos marcados en éstos. Las maestras hacíamos que los niños trabajaran demasiado llenando planas y planas de escritura, sobre todo en los dos primeros grados,  ya que el método que empleábamos así lo requería.

Considero que fui  una maestra estricta y regañona en los primeros años de mi práctica profesional, la disciplina que aplicaba en mi grupo era excesiva y siempre me gustaba que los niños de mi aula se distinguieran por ser bien portados. En las ceremonias cívicas y sociales,   ponía especial empeño en que mi grupo figurara y se distinguiera de los demás, para el efecto, elaboraba el material didáctico necesario para que los niños lo mostraran al repetir lo que habían aprendido de memoria. Las clases que yo daba al grupo de pequeños alumnos,  eran rutinarias y cansadas, ya que me preocupaba que los niños supieran leer muy bien, incluso, copié los viejos modelos de mis maestras de primaria, ya que como ellas, medía el tiempo en la lectura y  forzaba a los niños para que leyeran más rápido cada vez. También me gustaba poner algunos cuestionarios acerca de alguna lectura que los niños hacían en silencio, para comprobar si comprendían lo que leían.

En aritmética, todos los días los niños hacían veinte mecanizaciones, en las que se incluían sumas, restas, multiplicaciones y divisiones, así como operaciones con fracciones comunes. Los niños también resolvían problemas aritméticos, pero no me preocupaba que  ellos razonaran cómo resolverlo, sino de que aplicaran la operación aritmética que para mí era la correcta.     

En Ciencias Naturales, me gustaba que los niños aprendieran paso por paso cómo se constituían los sistemas del cuerpo. Recuerdo que hacía que se aprendieran de memoria  las partes de los aparatos: digestivo, circulatorio y respiratorio, del ojo, del oído. Seguramente no comprendían todo esto muy bien, sin embargo,  los exámenes,  los acreditaban con buenas calificaciones, porque todo se lo aprendían como he dicho, de memoria.  Utilizábamos  los libros gratuitos (para esas fechas ya existían). Teníamos dos: uno de lecturas donde se incluían los conocimientos y otro de ejercicios. Ambos se relacionaban estrechamente, pero  las maestras no  entendíamos cómo debían trabajarse estos libros, así que muchas de las veces, tanto las compañeras maestras, como yo, hacíamos que los niños se aprendieran de memoria lo que el libro decía para que después, los niños contestaran los ejercicios en el otro libro. El desconocimiento sobre los libros de texto gratuitos, se debió a que las guías para el maestro respecto al contenido o a la metodología empleada, no llegaron a la escuela porque era particular y aunque estaba incorporada, las autoridades dieron preferencia a las escuelas oficiales. 

Algunas de mis compañeras también trabajaban  por la tarde en la escuela oficial, (dos turnos), por lo que al término de las clases de la escuela matutina, rápidamente se retiraban dejándonos a las maestras que solo trabajábamos un turno, la tarea de cuidar a los niños. En la escuela matutina, las clases comenzaban a las ocho de la mañana, teníamos un descanso de media hora a las diez y media, y continuábamos trabajando con los niños  hasta la una y media de la tarde. Nuestro  trabajo era continuo, incluyendo la recreación que era organizada y las clases de inglés que eran obligatorias. Los niños esperaban con ansias la “hora del recreo, para desayunar” después de haber tenido ya las clases fuertes, es decir, aritmética y lenguaje. El aspecto de la nutrición, se descuidaba, ya que siempre los niños iban sin desayunar a la escuela por lo que se mostraban dormilones y cansados.

Al pasar  los años, con el trabajo rutinario que llevaba, hice una forma propia de trabajo con los niños, sin embargo, caí en el modelo que como niña había odiado, las clases verbales, la rutina y la disciplina rigurosa.  Los castigos para los niños continuaron igual que los que a mí me aplicaron, como si fuera una cadena que tuviera que enlazar eslabón con eslabón para no perder la continuidad. 

Los estudios realizados en la Normal, poco a poco fueron apagándose. Poco importaba cómo era que los niños aprendían, cómo se efectuaba su desarrollo intelectual o su desarrollo emocional. Las maestras estábamos tan ocupadas en realizar todo un programa escolar, ya estructurado y calendarizado, que nuestro empeño era terminar a tiempo el trabajo marcado. Pronto olvidé o quizá nunca lo supe con certeza, el qué y el porqué los niños asistían a la escuela; el porqué y para qué yo y mis compañeras maestras habíamos asistido a la Escuela Normal, ya que lo que estábamos haciendo era solamente repetir los modelos de nuestras antecesoras. Esos porqué y para qué, son los que ahora me han hecho reflexionar sobre mi propia actuación como maestra, sobre las actuaciones de mis maestros,  sobre las enseñanzas en el hogar y sobre las enseñanzas que seguramente ya estaban marcadas en los modelos educativos a través de la historia de mi país.

Mi relación con el sindicato fue nula, La imagen que teníamos del sindicato, era muy corrupto, por eso no me acerqué a él, porque las compañeras que lo hacían, tenían que pagar altos precios por plaza, (precios que la maestra refiera como favores femeninos). Como maestra de una escuela particular, las docentes, como yo, no teníamos contacto con el SNTE, lo que nos impidió acceder a los beneficios del magisterio y a sus reconocimientos sindicales, como premios por antigüedad en servicio de 30 y 40 años. Nos jubilábamos por el seguro social las que teníamos base en alguna escuela particular, pero por eso algunas seguimos en activo.

El contacto que seguí con mi generación de la normal fue muy restringido, de 100 alumnos que éramos, me acerqué sólo con un grupo de 6 compañeras todas que se siguen viendo aún, sin que haya una fecha específica para ello, más bien por eventos sociales de su vida privada, conservamos esas seis maestras una buena amistad, pero de las demás, ni un solo recuerdo…

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Artículo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 Ciudad de México, Centro, México. Se permite el uso citando la fuente u094.upnvirtual.edu.mx

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