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Año: 2023 Mes: ENERO-ABRIL Número: 95
Sección: PALABRAS PERIPATÉTICAS Apartado: Literatura
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EZLN: UN PROYECTO POLÍTICO Y CULTURAL EMANCIPATORIO
Mtro. Jaime Raúl Castro Rico

I

Una palabra se repite en las declaraciones y documentos de los zapatistas: dignidad, reza Adolfo Gilly (1996) en su texto México: el poder, el dinero y la  sangre.  Acercamiento a una filosofía nueva, quehacer que se afana en un giro decolonial  y que por supuesto, apela a una racionalidad de nuevo cuño.

Dar rostro a los sin rostro, dar sentido a un sinsentido eterno en resistencia, crítica social a un modelo que ha invisibilizado por años, por siglos  a los incautos del sureste mexicano, filosofía decolonial que surge de una revolución extraña y necesaria, fuerza armada repleta hasta los dietes, cuando los hay, nutrida de rifles de madera que retan a una racionalidad que solo calcula costes, a un gobierno sordo y lerdo, fuerza aérea de aviones de papel que recorren el espacio chiapaneco y como colofón, una ‘nariz de capirote’, recordando al payaso de la bofetadas, que León Felipe citó tanto, en la colección Finesterri.

II

Dignidad reza Gilly (1996), que se conquista en tres dimensiones:

  • Ética
  • Mítica y
  • Política

Tres dimensiones que conjugan la fascinación de una sociedad harta de trampas, cansada de las mentiras de una élite politocrática; donde un movimiento guerrillero reivindica la posibilidad posibilitante, una posibilidad apostada en la resistencia, en la deuda ética, en el mito de la cultura ancestral y en la construcción permanente de la sociedad civil, una sociedad concreta                  en el nombre de la cultura, de la diversidad que se levanta existencialmente.

Dimensión ética, enunciada en repetidas ocasiones  Miguel León Portilla en sus obras Discurso desde la marginalidad y la barbarie (1987) y, Filosofía Americana como filosofía sin más (1978); un filosofar que ansía llegar a la construcción de un mundo nuevo, novedoso, donde el indígena, donde el mestizo,         donde el hombre común, podían actuar por el bien común; bajo el lema filosófico de construir una realidad alterna al quehacer filosófico de occidente.

Donde la filosofía aplicada o filosofía política en construcción, impacte bajo el viejo precepto de ‘    mandar obedeciendo’, frase que la tradición filosófica de occidente atribuye a Dewey y, que la tradición cosmogónica oral indígena, la asume como pensamiento maya, un saber ancestral que vincula al pueblo y al gobernante como un todo, frase que el viejo Antonio obsequió a la voz de Marcos, a la voz que traduce el silencio ancestral y lo convierte en poesía revolucionaria.

Ya la historia se ha encargado de consignar los pesares, los múltiples despojos e injusticias hacia estos hombres, poseedores originarios de estas tierras que hoy forman México; de éstos que somos México y que el nuevo intento neoliberal, pretende arrebatarnos en el nombre de la globalización. Globalización que ha sembrado nuevos ricos a costa de la miseria y las penurias de la clase trabajadora, como testimonial de Marx entre nosotros.

El hombre como explotador de la naturaleza, en un proceso de cosificación de ésta, materia prima, necesaria para generar riqueza. Explotación del hombre por el hombre, explotación clasista y racista que no reconoce al otro como un igual, otredad que desde la antigua Grecia, identificaba al otro como bárbaro, el que balbuceaba la lengua.

Ya Sartre en alguno de sus textos, identificaba que al principio de los tiempos, solo algunos hombres poseían la lengua, el resto, la tomábamos prestada. Porque la lengua implica orden, racionalidad, distancia con el mundo natural, luego entonces humanidad. De tal suerte, que el que no posee la lengua, el que no se distancia, ni la ordena, ni la trabaja, es parte de ese mundo natural, bestia al fin, animalidad, de ahí, el derecho a su explotación. Ejercicio de exclusión social, porque aquel, no es un ser como nosotros, acoso un ente.

La rebelión chiapaneca restableció la dimensión del mito cosmogónico, esa que abre horizontes de movilización civil, donde es imprescindible abocarnos hacia la transición democrática, educación cívica y formación para la ciudadanía que proponen la posibilidad del sueño, de la utopía, de una utopía posible o posibiltante, aquélla que José Carlos Mariartegui escribió:

La civilización burguesa sufre de la falta de un mito, de   una fe, de una esperanza, […] Ni la razón ni la ciencia pueden satisfacer toda la necesidad de infinito que hay        en el hombre. La propia razón se ha encargado de demostrar a los hombres que ella no les basta. Que únicamente el mito posee la preciosa virtud de llenar su yo profundo. [ … ] No se vive fecundamente sin una concepción metafísica de la vida. El mito mueve al hombre en la historia. [ … ] El hombre contemporáneo    siente la perentoria necesidad del mito. (Gilly 1996:62)

En México, ese mito cobró rostro en los sin rostro, en un movimiento que demandó todo para todos, para nosotros nada; mito violento y encorajinado bajo un pasamontañas, en una especie de mascara misteriosa convertida en peligro, en amenaza y en muerte.

Mito que en una apuesta que desde la Selva Lacandona del sureste mexicano lanzó un grito semejante a las mujeres nicaragüenses Del cual, canción popular Sandinista del Ejército de Liberación Nacional, gritos lastimeros que decían algo simple y complicado   al mismo tiempo: ¡Ya basta!

Los más pequeños de estas tierras, los sin rostro y sin  historia, los armados de verdad y fuego, los que venimos de la noche y de la montaña, los hombres y mujeres verdaderos, los muertos ayer, hoy y siempre. (EZLN 1994)

Un ¡Ya basta! Insurrecto, con ese valor del individuo, del ser que se obsequia  en actos de vida con sabor a Mito o utopía:

En nuestra voz irá la voz de lo más, de los que nada tienen, de los condenados al silencio y a la ignorancia, de los arrojados de sus tierras y su historia por la soberbia de los poderosos, de todos los hombres y mujeres buenos que caminan estos mundos de dolor y        rabia, de los niños y los ancianos muertos de soledad y abandono, de las mujeres humilladas, de los hombres pequeños. Por nuestra voz hablarán los muertos, nuestros muertos, tan solos y olvidados, tan muertos y sin embargo tan vivos en nuestra voz y en nuestros pasos. [ … ] Iremos a exigir lo que es nuestro   derecho y razón de las gentes todas: libertad, justicia, democracia. Para todos, todo, nada para nosotros.[…] Reciban nuestra sangre hermanos, que tanta muerte no sea inútil, que vuelva la verdad a nuestras tierras. (EZLN 1994)

La rebelión de Chiapas cambió el escenario político nacional desatando en lo         inmediato una crisis de funcionamiento y reproducción de la élite gobernante, es decir, de las reglas vinculadas con el acceso, permanencia y sucesión del mando.

En la república las relaciones de mando-obediencia se rigen por un ordenamiento jurídico universal, impersonal y abstracto fijado por la Constitución de 1917; sin embargo, el poder estatal en México se ha fundado en la realidad en tres piezas de carácter metaconstitucional:

-              Partido de Estado,

-              Corporativismo y

-              Presidencialismo.

Apunta Gilly apunta “…el Estado nació en 1917 […] con un empate de fuerza en una  guerra revolucionaria. La imposibilidad de terminar la revolución sin haber solucionado el problema agrario –no como problema de mercado sino de restitución de los derechos conculcados- fue algo que no lograron comprender, ni el maderismo, ni el carrancismo. La imposibilidad del retorno a antiguas sociabilidades agrarias en un mundo dominado por la forma-mercancía y la forma-dinero fue algo que no podían resolver los ejércitos campesinos…” (1996, p. 116).

Solucionar el problema de la tierra sin que con ello se alteraran los fundamentos mismos del capital, supuso como única salida la mediación estatal; incorporar el derecho a la tierra como elemento constitutivo del nuevo orden jurídico. Proyecto carrancista versus proyecto zapatista, de donde emergió el proyecto agrario. La tierra se convirtió en un elemento constitutivo          de orden público: El ejido.

La rebeldía legítima del EZLN como insurrección indígena, surge como consecuencia de la contrarreforma del artículo 27 Constitucional y la ruptura desde arriba del viejo pacto que aún deteriorado les permitía esperar al menos un pedazo de tierra, a reserva de la cosmovisión indígena, que aceptaba a la   tierra no como elemento patrimonialista, sino como nexo o elemento de cohesión social. De hecho, desde la Convención de Aguascalientes el asunto de la tierra, se dirimía entre finqueros y comuneros: desde luego, los finqueros norteños (representados por el Villa), en tanto, que la visión comunal respondía a criterios sureños, de identidad cultural (lectura de Zapata).

Pero hagamos un paso atrás, desde la filosofía política un régimen es justo cuando responde a las necesidades del pueblo; el soberano se convierte en tirano cuando su apetito está por encima de las necesidades reales del pueblo.

La democracia reconoce que el poder del gobernante se da en el pueblo y para el pueblo; contractualismo que ya en Locke y en Rousseau reconocían, lo injusto como el desprecio al bien común.

Para los filósofos del contractualismo antiguo, la obediencia y la existencia del          Estado tenía su fundamento ético en la justicia o razón de la comunidad, misma que permitía el respeto mutuo (consúltese la filosofía política de Hobbes, Locke, Rousseau; entre otros).

Cuando el Estado realiza pactos corporativos, la figura presidencial es la pieza         articuladora, siempre y cuando se garantice con ello los derechos individuales; cuando éstos se desvanecen dicha figura articuladora ya no nos representa, por tanto, es legítima la rebeldía, es ilegítima su investidura.

A este respecto Yvon Le Blot (1997:.21)  afirma “No puede comprenderse el movimiento zapatista, su especificidad, su originalidad, si en el centro del análisis no se pone al actor central: el indígena”.

La naturaleza y sentido del zapatismo provienen de un actor social y cultural (étnico) que se lanza a un levantamiento proyectándose en la escena política (mismo que propone la diversidad como divisa). El impacto planetario y la universalidad de este movimiento no pueden comprenderse si se le reduce a la resistencia de algunas comunidades de Chiapas, o a otro sobresalto de la historia mexicana reciente.

El actor zapatista es étnico, nacional y universal -afirma Le Blot- se quiere ser mexicano, pero sin dejar de ser indígena, quiere un México donde pueda ser reconocido y escuchado. Es universal, no a pesar de su propia identidad indígena, sino a causa de ésta.

La dimensión universal es precisamente el contenido indígena que lo lleva a elaborar un lenguaje simbólico particular en el escenario internacional. Dicha universalidad debe darse en dos sentidos:

Desde un sentido ético en la perspectiva de la filosofía de las luces y los derechos humanos (un sujeto discriminado reivindicador del ser humano) en la búsqueda de un nuevo humanismo, de un giro novedoso y refundador de la realidad donde el exterior, es solo eso, el exterior  y la sabiduría ancestral adquiera sentido como nueva voz.

Un sentido étnico que encuentra lo universal en lo particular  (génesis del zapatismo que afirma su identidad individual y colectiva con el reconocimiento del otro) la diversidad cultural. Una alteridad que siempre ha existido, pero que se haya en permanente construcción. Una mirada diversa y diferente.

El zapatismo, en tal sentido, es el  portador de  una triple exigencia -política, ética y de afirmación de sujeto- que se resume en la fórmula: democracia, justicia, libertad, y más aún: dignidad.

“Los insurgentes zapatistas son a la vez producto, agentes y actores, víctimas y beneficiarios de una  revolución silenciosa, de un movimiento de modernización, de desarrollo y democratización de la sociedad indígena de Chiapas que ha pasado inadvertido para el resto de la sociedad mexicana, y muchas veces también para el resto de la sociedad chiapaneca […] Tiene su origen y su impulso en las conversiones, las disidencias y las divisiones en el seno de las comunidades. Al mismo tiempo, se ha traducido en migraciones geográficas, luchas sociales, mejoras económicas y mutaciones culturales […] germinó y se desarrolló en el seno de los sectores de la población indígena que se habían enfrentado a la tradición y los tradicionalistas y que, por esa razón, tuvieron que romper con sus comunidades o incluso abandonarlas. En su separación –o, en el caso de algunos miles, su expulsión- se confunden motivos religiosos, económicos y políticos […] los disidentes han construido sus propias comunidades transformadas, aculturadas. Han creado expresiones culturales e identidades nuevas. También inventaron una nueva identidad genérica, abierta y modernizada” (Le Blot 1997:.40).

Desde 1972 con el decreto del Presidente Echeverría, en torno a la propiedad        de  las   tierras   en   el   sureste   mexicano,   ya   se   vislumbraba la intención del despojo; las  ‘razones’  que  se  argumentaban  -devolver la selva a sus propietarios legítimos, descendientes directos de los antiguos mayas y establecer una reserva ecológica- escondían motivos económicos: el control de los recursos forestales y petrolíferos, así como el potencial hidroeléctrico.

 

La creación en 1977 de una “reserva de la biosfera” que abarca parte del territorio de la “comunidad lacandona” y que amenaza también con la expulsión a varias comunidades de colonos indígenas, suscita la lucha por la tierra, moviliza numerosas familias en torno a la formación de nuevas comunidades, evento que agrega al caldo de cultivo una dimensión intercomunitaria (misma que fusiona dimensiones económicas, sociales, culturales y religiosas).

A principios del noventa en Chiapas se concentra el 25% de las demandas de tierra insatisfechas de todo el país. Con la revisión del artículo 27 la reforma agraria parecía condenada a quedar siempre inconclusa, lo cual derrumba contundentemente el sueño de crear comunidades autónomas en la Selva, emancipadas de los terratenientes, los intermediarios, los representantes del poder.

Arturo Warman  (1994), señala que el levantamiento zapatista como “una rebelión contra el olvido”, insurrección como resultado de un movimiento profundo que        no podía ser contenido por vías cosméticas (Warman 1994.:151).

La crisis y represión empujaron a importantes sectores de la población indígena a unirse al movimiento armado: La reforma al artículo 27 los hizo decidirse por el alzamiento. La cereza del pastel en términos simbólicos fue la entrada en vigor del TLC: 1º. De Enero de 1994.

El EZLN inventa el camino hacia una democracia que abre paso a la exigencia ética (la justicia) y al deseo de ser reconocidos (libertad, la dignidad).

III

Esta invención pone en el centro la política, la cuestión del poder, la cuestión de la política nacional; la deuda moral con los poseedores originarios de la tierra; del sentido mismo de la tierra; de la recuperación de la relación del hombre con el hombre y del hombre con la tierra.

Abre de hecho el camino, para todo aquello que desde nuestro foco de interés funda una mirada ética, ética-ambiental; discursos ambos que desde la filosofía política cobran atención en las postrimerías del siglo veinte.

 

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Artículo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 Ciudad de México, Centro, México. Se permite el uso citando la fuente u094.upnvirtual.edu.mx

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