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Año: 2021 Mes: SEPTIEMBRE-DICIEMBRE Número: 91
Sección: PALABRAS PERIPATÉTICAS Apartado: Literatura
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HAY AMOR, HAY AMOR, CAMINANTE DE MIL CAMINOS
Pablo Reynoso Farías

A lo largo de mi vida como profesor, observé una constante que no era mucho de mi agrado; la falta de reflexión, aunada a la falta de comprensión lectora, lo que se presentaba en todos los niveles, la primaria, la secundaria, el bachillerato, en las licenciaturas en humanidades, en la maestría, y lo que es peor, en los estudios de doctorado. No es gratuito, nos enseñaron a memorizar todo, o casi todo; en la iglesia el Padre Nuestro, los 10 mandamientos, el Credo y el Ave María. En la escuela, el Himno Nacional, la preposiciones, las conjunciones, el nombre de los planetas y la tabla periódica de los elementos.

            Lo peor, desde mi punto de vista, fue que parte de la literatura, también fue memorizada, sin reflexionar. Cuántos de nosotros, sin temor a equivocarme, recitamos:

Banderita, banderita,

Banderita tricolor,

Yo te quiero con el alma

y te doy todo mi amor.

¿Qué era tricolor?,¿Habrá alguien que le haya dado todo su amor a la bandera? Otra más:

Mamá, soy Paquito

No haré travesuras.

Bien bonitos los niños, con su uniforme, pero con la mente en otro lado; en los juegos, en la pelota y en hacer travesuras.

La más famosa, de todas y muy requerida por los profesores de Español o Lengua Nacional:

Muy cerca de mi ocaso,

Yo te bendigo vida…

…..bla, bla, bla…

Vida, nada me debes, vida estamos en paz.

Desde niño, yo entendí, que era vivir la poesía de una manera hueca, gastar palabras que pudieron ser valiosas. Un profesor muy querido por mí, nos dijo alguna vez, que la buena música para cantar, primero era un poema y después un poema musicalizado, cuánta razón tenía, yo la sabía, pero no encontraba la manera de decirlo.

Así como muchos miran al cielo y le encuentran formas a las nubes, yo escuchaba a Leonardo Favio, cantando “¡oh! Quizá simplemente le regale una rosa”, imaginándome como jugaba el viento con el pelo de aquella niña, y él pensando cuántas cosas le diría a su amor cuando llegara, la escena realmente me conmovía. Mi imaginación no paraba ahí, soñé con la niña triste de Leo Dan y quise ser la mano protectora de Amaya, solista de Mocedades, cuando decía:

- Tómame o déjame, pero no me pidas que te crea más, no me beses en la frente, sabes que te oí llegar y tu ropa, huele a leña de otro hogar -. Si hubiera podido, con gusto yo la recibía en mi casa y que se alejara de ese patán cuyo beso sabía a culpabilidad.

Así es, leemos por leer, vivimos por vivir. Esto sale a colación porque me encontré una hermosa poesía amorosa de Sor Juana, que es digna de analizarse, como todas, pero en esta ocasión, tratándose del mes del amor y la amistad, no podía faltar Sor Juana en Febrero.

YO ME ACUERDO (¡OH NUNCA FUERA!)

QUE HE QUERIDO EN OTRO TIEMPO

LO QUE PASÓ DE LOCURA

Y LO QUE EXCEDIÓ DE EXTREMO.

 

TAN PRECISA ES LA APETENCIA

QUE A SER AMADOS TENEMOS

QUE AÚN SABIENDO QUE ES INÚTIL

NUNCA DEJARLA SABEMOS.

 

SI ES DELITO YA LO DIGO;

SI ES CULPA, YA LO CONFIESO,

MÁS NO PUEDO ARREPENTIRME,

POR MÁS QUE HACERLO PRETENDO.

 

PERO VALOR CORAZÓN

POR QUE TAN DULCE TORMENTO,

EN MEDIO DE CUALQUIER SUERTE

NO DEJAR DE AMAR PROTESTO.

¿Qué les evoca?, sin duda alguna, la nostalgia de un amor perdido, aquel joven de su juventud, aquella chica coqueta, que el tiempo se encargó de alejar de nosotros. Si porque el amor es incierto. Este poema es el resultado de una dulce historia de amor.

Es la historia de Fernán Madriguera y Huerta de Rey, un joven de 14 años, en 1660. Llegó a su casa, después del colegio, el colegio para ricos al que le enviaba su padre en el poblado de Texquimeca, cerca de Amecameca, ahí asistían los hijos varones de los hacendados. Sus compañeros, se burlaban de él por su aspecto desgarbado, un poco jorobado, su extrema delgadez y sus espejuelos de gran aumento.  No sólo sus compañeros, también sus hermanos y su padre. Tres hermanos mayores que se dedicaban a la agricultura en la Hacienda  de  Tenexcaltitla, muy cerca de Panoaya. Hombres rudos, léperos que con la anuencia de su padre le apodaban el “Chotillo” (maricón). En realidad, Fernán, no tenía inclinación hacia las labores del campo, pero sí a la aritmética, a la lectura y la escritura, a la música y a los juegos de memoria, era un ducho en esa cuestiones, que los demás no parecían comprender. Había tenido un mal día; los compañeros, lo habían tirado al suelo, aprovechándose de su debilidad física, jugaron con su pelo rubio y no le permitieron interpretar con su laúd, construido por Vicente Carrillo, traído de Casasimarro, España, una bulería, (para lo cual era buenísimo), que la profesora de artes había dejado como deber en casa. Eso le dolió en el alma. Se quejó amargamente con su padre quien no le hizo caso alguno, le conminó a que dejara la escuela y se dedicara a la crianza de cochinos, que eso si dejaba dinero, no la musiquita y los silabarios.

Cambió sus ropas manchadas de polvo y sudor. Salió a caminar, llorando su desventura, caminó mucho tiempo, sin percatarse que había andado más allá de los árboles que marcaban la territorialidad  de las tierras de su padre. Cansado se sentó bajo la sombra de un sauce. Con una varita de pirul, se puso dibujar en la tierra húmeda. Primero un arcoíris, después una casa, después unas notas musicales y así, borraba de la tierra sus dibujos, como hubiera querido borrar de su mente la tristeza, la soledad y los incipientes rencores.

Iba por la 5ta. ó 6ta. figura, cuando escuchó una risa muy cerca de él. Una dama joven, lo había estado mirando desde hacía rato sin que él se diera cuenta, su risa infantil delató su presencia. Fernán levantó la vista y encontró ante sus miopes ojos al ser humano más hermoso que pudo haber conocido jamás. Ere una doncella, de entre 13 ó 14 años, según creyó el, en edad de desposarse, con sonrisa blanca, dulce, rostro amarfilado y negro cabello lacio bien peinado, ropa de gente bien.

El joven Fernán, no pudo ocultar su sorpresa y espanto, ante aquella criatura. Se levantó de sopetón, pensando que se estaba burlando de él, como lo hacían en la escuela y en su casa. Recibiendo por respuesta a su temor, la delicada mano de la dama y una voz que le decía:

-          Dibujas muy bien, soy Juana y vivo en esa casa. Ando por aquí como tú, caminando, pues en casa sólo hay trabajo y a mí me gustan otras cosas, no trabajar.

Fernán no salía de su asombro. Tímidamente le tendió su mano. Atragantado y muerto de miedo, a media voz alcanzó a pronunciar:

-          Soy Fernán y vivo, y vivo – Volteó para todos lados, buscando su casa, pero no la encontró. No estaba perdido, pero si desubicado de tanto andar.

Como si fueran grandes amigos, entablaron un diálogo en el que hablaron de tantas cosas guardadas para sí. Ella le contó que le gustaba leer, y lo hacía muy bien, él le confeso su amor por los libros, ella, habló de sus deseos de salir de ese lugar y encontrase con nuevos conocimientos, él, su ilusión por ser pintor, poeta o músico.

Fernán nunca se había sentido tan bien. Dedujeron que vivían muy cerca el uno del otro, que la hacienda de Tenexcaltitla, colindaba con la hacienda de Panoaya. Se despidieron, sin pensar que ese sería el primero de muchos encuentros vespertinos.

Al llegar a casa, Fernán, no podía esconder una sonrisa de felicidad, que pasó desapercibida para todos. Se encerró en la covacha que le servía de  habitación. Juana no se salió por un instante de su mente, intentó leer, pero el hermoso rostro de su nueva amistad se lo impedía, no pudo dormir aquella noche. La emoción de sentirse diferente, la acosaba en un arbitrario amor a primera vista.

Mientras tanto Juana, le platicó a sus hermanas de la existencia de aquel joven, que sin ser galán tenía algo que los indios de su finca y los pretendientes de ellas, no tenían; inteligencia. Tampoco dejó de pensar en él. Se veía reflejada en el espejo de  sus lentes. Soñó con él.

En una cita no planeada, casi todas las tardes se encontraban Fernán y Juana, bajo la sombra de los árboles. Él perdió el miedo, ella se explayaba hablando y hablando. A él no le importaban ya las burlas de sus compañeros de escuela ni la de sus hermanos. Ella se sentía por fin, comprendida de sus inquietudes. No había más remedio, cupido se hizo presente y sin que ninguno de los dos mediara palabra, los suaves roces de una mano y las miradas que no cejaban en su intento de encontrarse, delataron lo inevitable; Estaban enamorados.

El joven tímido, ya no existía. La presencia de ella, le imprimió fuerza y carácter para no ser doblegado ante la rudeza del trabajo campirano. El tiempo es inexorable, las semanas pasaron. Una tarde, el acudió a la cita acompañado de su laúd y su carpeta donde escribía música, dispuesto a declararle su amor. La esperó por mucho tiempo, cuando estaba a punto de retirarse, llegó Juana, la vio más linda que nunca, se saludaron con distancia prudente.

-          ¿Y eso? – pregunto Juana.

-          Es mi laúd, fiel compañera. Con él te he compuesto una redondilla que habla de lo que significas para mí.

-          No te creo. Cántala – Dijo Juana con cierto dejo de duda.

Él con aire de experto en la materia, se acomodó lo mejor que pudo, punteando la encordadura de tan fino instrumento y con voz que le salía del alma, entonó:

He esperado el momento,

para poder decirte que mi corazón,

extraña tu presencia,

tu voz, tu sonrisa,

cual rayo de luz, es amor.

 

Cada día que pasa,

mi mirar se entristece

si no estás aquí

y es que con tu presencia

tu le das alegría a todo mi vivir, es amor.

Juana. Juana,

Es que tanto te quiero.

Juana. Juana,

Es que tanto te quiero

Juana se quedó pasmada, aquella sencilla copla, era una caricia para el alma. Sintió lo que nunca. Sensación similar a la que vivía cuando su abuelo le hacía cariños y le felicitaba por su inteligencia.

Las palabras sobraban. Fernán, estaba satisfecho de su empresa. Juana, llena de rubor por saberse valorada. Muchas tardes, hablaron de música, convirtiéndose él en su mentor para que ella pudiera producir los primeros acordes y acrecentara su amor por la música y la curiosidad por saber cómo con solo 7 notas, se podían crear obras tan maravillosas. La música, los había unido aún más.

Quizá uno de los momentos más tristes en la vida, se presenta cuando el amor se ve interrumpido por esos imponderables que sorpresivamente invaden los instantes de felicidad. Esa tarde como de costumbre, se vieron en el lugar de sus citas clandestinas. Ella llegó muy seria. Su diálogo, no fue tan alegre como siempre. Esta vez, Juana, le hablo de su deseo por ser diferente, por estar en lugares donde la vida se ve de otro color y se aprende más. Se iría de la hacienda para vivir en la capital con su tía. Lo pensó mucho, porque no lo quería abandonar, pero si las cosas salían bien, juntos desarrollarían sus talentos a la par. Su partida sería en dos días, todo estaba dispuesto. Sólo se verían una tarde más. Después quién sabe cuándo podría ser.

Con la tristeza embargando todo su ser, Fernán no durmió esa noche, su cabeza daba vueltas. No era posible que un ser tan maravilloso se apartara de su vida. Escribió y escribió toda la noche. Fue al colegio, pero no puso atención a la clase. No comió. Era la última tarde que vería a Juana. Su primer y único amor.

La tarde llegó. Fernán llevaba su laúd. El silencio era cómplice de una despedida que no quería vivir ninguno de los dos.

-          Te compuse esto que espero te guste – Comentó él con tono amoroso.

Juana, lo miró fijamente, en espera de escuchar el ya sabido virtuosismo del joven al que había aprendido a querer como a nadie más.

Te amaría, si volviera yo a nacer repetiría

otra vez la misma historia el mismo día

como fue que te encontré, y te abrazaría

otra vez tu corazón conquistaría

te amaría, como sé que existe Dios, yo te amaría

 

Te amaría como a la única mujer que existiría

con la misma intensidad y algarabía

y con aquella verdad te haría tan mía

como fuiste aquella vez, tan solo mía

te amaría desde entonces hasta hoy como aquel día

 

Te amaría porque fuiste compañera, amiga mía

aire para respirar, mano tendida

hombro para descansar cuando no había

te amaría sin si quiera preguntar contigo iría

de tu mano a donde fuera yo andaría

como fuera, siendo tú yo te amaría.

No terminó de cantarla, el dolor, le impidió continuar. Así fue el adiós. Ella enmudeció al tiempo que le daba un beso en la mejilla y partió corriendo sin voltear la mirada. El quedó unos instantes más en el lugar. Sintió como las lágrimas empapaban la pañoleta española que portaba y se nublaba su vista, ante el cruel panorama que el destino le había deparado.

A la mañana siguiente. Fernán no fue al colegio, se dirigió al embarcadero de Ayotzingo, cerca de Chalco, para ver a su amada subir a la embarcación que le llevaría rumbo a la Capital de Nueva España. La vio, claro que la vio. Iba acompañada de su madre y una dama que parecía ser su profesora, porque así se refería a ella. Ellas también la despedían. Sus ropas eran de raso, la túnica de un tul no muy fino y calzaba unos botines, al parecer de caucho, de los cuales no se podía distinguir cuál era el derecho o el izquierdo, eran iguales. De su cuello largo como el de una garza en celo, salía una especie de cofia agrandada y almidonada que solo dejaba al descubierto un rostro hermoso, sin maquillaje, blanco, terso, que reflejaba una limpieza de alma y espíritu. Escondido tras los arbustos, le envió un beso y agitó su mano en señal de despedida, parece que ella lo alcanzó a ver, porque también hizo un ademán de despedida. La embarcación con 8 o 10 remeros, se alejó con cantidad enorme de pasajeros. Fernán se estuvo hasta que aquel navío desapareció en aguas grises. Esperaba que sucediera un milagro, que Juana se arrepintiera y regresara para poder estar juntos más tiempo, todo el tiempo, toda la vida. No había marcha atrás, Juana había partido para nunca volver.

Fernán, nunca se casó, sus hermanos murieron pronto, uno cayó a un barranco, otro fue apuñalado en una pelea en la pulquería Amecameca y el último fue atacado por la epidemia de una rara enfermedad que azotó la región. Su padre nunca estuvo de acuerdo con que no fuera hombre de campo, pero reconoció su amor propio y su determinación. Al morir éste, le dejó en herencia todo lo logrado en su vida de hacendado, se hizo cargo de la administración de la hacienda y del cuidado de los sobrinos. De vez en vez, cantaba, pintaba o daba clases en las escuelas de su rumbo. Nunca volvió a ver a Juana.

Mientras tanto, la historia la sabemos, Juana fue multigalardonada por su inteligencia, fue dama de honor de la virreina, se codeó con lo más selecto de la sociedad, escribió mucho. No regresó nunca a Panoaya, ni preguntó a sus familiares por Fernán. Tuvo muchos pretendientes que quizá lo hicieron olvidar a aquel joven de gruesos espejuelos. Sin duda alguna, se volvió a enamorar.

 Era sábado 16 de abril de 1695, sentado en una mecedora se hallaba Fernán, envuelto en fina bata de seda, barba blanca muy bien cortada, sus inseparables lentes y un libro que no terminó de leer. Parecía que presagiaba el final. En la tarde había dialogado con sus sobrinos, a los cuales en forma de adiós, les pidió que lucharan por mantener sus recuerdos, sobre todo los recuerdos de amor, que si bien es cierto, son los más tormentosos, también son los más hermosos, les arrebató su atención para solicitar que siempre amaran, que nunca dejaran de amar, aún en la ausencia del ser querido, porque la vida es cruel y arrebata de muchas maneras; los amantes, se van, se mueren, se aburren, tienen otros planes en donde no estamos contemplados nosotros, se acaba el amor, pero el recuerdo es constante y no se va, aunque tiene alas y parece decir adiós, siempre vuelve para descansar en nuestros pensamientos. Casi las 11 de la noche, su mente más nítida que nunca, vio por última vez el rostro de Juana reflejado en el tiempo, con voz algo cansada, declamó y entonó  aquello que había escrito hace más de 25 años y que no terminó de cantar…

…Te amaría al derecho y al revés yo te amaría

sin temores y sin miedos, que alegría

por sentirte entre mis brazos yo daría

de mi vida lo que fuera, que no haría

te amaría por los siglos de los siglos te amaría

 

Te amaría porque fuiste compañera, amiga mía

aire para respirar, mano tendida

hombro para descansar cuando no había

te amaría sin si quiera preguntar contigo iría

de tu mano a donde fuera yo andaría

como fuera, siendo tú yo te amaría.

Por esas casualidades incomprensibles que tiene la vida, unas horas después, ya en el amanecer del domingo, Juana, la hermana Sor Juana, cayó en un coma del que no despertó jamás. Una vez que dieron fe de su fallecimiento, al momento de embalsamarla, hallaron en sus manos un rosario y un encuadernado artesanal, con apuntes realizados por ella y un separador de piel en cuya página de estación se podía leer…

…YO ME ACUERDO (¡OH NUNCA FUERA!)

QUE HE QUERIDO EN OTRO TIEMPO

LO QUE PASÓ DE LOCURA

Y LO QUE EXCEDIÓ DE EXTREMO

TAN PRECISA ES LA APETENCIA

QUE A SER AMADOS TENEMOS

QUE AÚN SABIENDO QUE ES INÚTIL

NUNCA DEJARLA SABEMOS…

..FERNÁN, FERNÁN, FERNÁN,

¿QUÉ HA SIDO DE NUESTRAS VIDAS?

¿QUÉ SERÁ DE TI?

FERNÁN…

Distanciados por tantos años, el domingo 17 de abril a las 3 de la madrugada, se unieron en un sueño de amor. El 48 años, ella 46. Ahora están dictando cátedra de vida en un aula magna celestial, tomados de la mano, mirándose a los ojos y reviviendo su juventud.

¿A cuántos de ustedes, no les gustaría vivir un amor así? Un amor para la eternidad, que ha existido, sin existir. Es momento de recordar al galán de su juventud, a la doncella que nos robó el aliento con su sola presencia.

Tarea, llegando a casa busquen en ese lugar, que sólo ustedes saben, ese paquetito escondido que contiene fotos, pétalos de rosa y cartas tiernas de amor. Imaginen el rostro de ese ser provocador de amor y vuélvanlo a amar como aquel día en que la ilusión se hacía presa de su existencia. Agradezcan cada momento vivido a su lado, si es que se pudo concretar el acto de cercanía. Recuerden las palabras de Fernán “la vida es cruel y arrebata de muchas maneras; los amantes, se van, se mueren, se aburren, se acaba el amor, pero el recuerdo es constante y no se va, aunque tiene alas y parece decir adiós, siempre vuelve para descansar en nuestros pensamientos”. Si no hacen hoy, esperen al miércoles, 14 de febrero y festejen  ese día como debe ser, un día de amor, amor en el recuerdo.

 

 

Pablo Reynoso Farías


Artículo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 Ciudad de México, Centro, México. Se permite el uso citando la fuente u094.upnvirtual.edu.mx

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