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Año: 2021 Mes: SEPTIEMBRE-DICIEMBRE Número: 91
Sección: INVESTIGACIÓN Apartado: Investigación Educativa
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Preguntar para transformar: Género y masculinidades como quehacer educativo.
Cuitlahuac Sánchez Reyes

El género como generador de preguntas.

Cuestionar qué es ser varón, es preguntarse sobre ideas, sentimientos y actitudes que lo conforman, desentramar la génesis compleja de entrecruzamientos de influencias biológicas, culturales, psicológicas y relacionales. Cuestionar ser hombre es cuestionar a los padres, a las madres, a la familia, a la sociedad, al Estado y sus instituciones, a la escuela, a la ciencia. Implica cuestionar todo lo aprendido, lo normado, lo establecido, sus aprendizajes, cuestionar el aprendizaje mismo. Cuestionar es preguntar, preguntarse, como una forma de aprender y desaprender. Cuestionar ser hombre es incluso cuestionar todas las conceptualizaciones (Garcés, 2015) como actitud filosófica; ¿Le llamamos Hombre, Varón, Masculinidad?

Cuestionarse también conlleva a su posibilidad de trasformación: ¿Por qué es así y no de otra manera? ¿Hay otra manera? Y es aquí donde emergen las posibilidades de cambio. Cuestionar ser hombre/varón tiene su dosis de incomodidad, de negación y de oposición. Romper con supuestas certezas para abrir un conjunto de posibilidades que enriquecen nuestras miradas (Golombek, 2020). Cuestionar al que se incomoda, cuestionar lo que le incomoda, cuestionar al que se niega, cuestionar la negación: ¿Quién se opone, a qué? ¿Quién nos hace cuestionarlo, qué nos hace cuestionarlo? Cuestionar abre caminos de entendimiento, y hay que cuestionar sus respuestas (Eco, 2012).

¿Cómo no cuestionarlo? Si, en suma, cuestionar es no dar por hecho nada. Cuestionar es buscar alternativas al saber instituido (González Jiménez, 2009) para generar conocimientos en diálogo recurrente.

Cuestionar es lo que ha caracterizado a la categoría de género como una potente herramienta para mirar el mundo, para visibilizar y evidenciar, lo que se había “naturalizado”, esas formas de ser, hacer, pensarnos y relacionarnos, son puestas en el cuestionamiento para el análisis. No es sólo preguntar: ¿Qué es ser mujer, o que es ser hombre?, es preguntar ¿Por qué la desigualdad, la injusticia, la violencia? El género fue abriendo análisis y cuestionamientos vinculando “aspectos psicológicos con la organización social, los roles sociales con los símbolos culturales, las creencias normativas con la experiencia del cuerpo y la sexualidad” (Osborne & Molina Petit, 2008).

Actualmente se observa una mayor difusión de la perspectiva de género y el feminismo (Díaz Camarena, 2023) que han propiciado cambios teórica y socialmente, cambios desde los movimientos feministas y con el avance de los estudios de género y de las masculinidades.

Este corpus de análisis no da, ni pretende dar, respuestas únicas, sino entender lo complejo de “la organización social de las relaciones entre sexos” (Scott, 1996) posicionando el rechazo a la pretensión determinista de lo biológico sobre otros aspectos, dejando en evidencia su utilización jerárquica como normativa y el entramado de relaciones significantes de poder.

El género se conceptualizó como el conjunto de ideas, representaciones, prácticas y prescripciones sociales que una cultura desarrolla desde la diferencia anatómica entre mujeres y hombres, que simboliza y construye socialmente lo que es “propio” de lo masculino y “propio” de lo femenino (Lamas, 2000).

Eso que se dice “es propio”, se pone así, entrecomillado, para acentuar la crítica, para preguntarnos, para visibilizar los supuestos. ¿Cuáles son esos supuestos, esas ideas, cómo es su práctica? ¿Cómo se ponen en marcha en las interacciones sociales? ¿Qué consecuencias tienen? ¿Se puede incidir educativamente en el cambio? Esta es nuestra labor, educar para transformar. Transformar por medio de la educación aspectos culturales que generan desigualdades, injusticias y violencia.

La perspectiva de género nos permite entender lo femenino y masculino como complejas construcciones cargadas de significación que se proyectan y activan en las estructuras discusivas y regulatorias para las instituciones y los grupos sociales (González Jiménez, 2009).

Utilizar la perspectiva de género como una herramienta educativa permite; Detectar las desigualdades de género que propician abuso, discriminación, sometimiento y violencia. Identifica estereotipos y actitudes sexistas, machistas o misóginas del sistema Patriarcal. La Perspectiva de género identifica obstáculos para generar las mismas oportunidades de acceso y control de todos los derechos, recursos y beneficios, para todas y todos (Sánchez Reyes, 2018).

 

¿Diferencia o desigualdad?

La diferencia sexual o biológica ha sido el sustento de las injusticias de las desigualdades de género, por lo que el surgimiento de la perspectiva de género, nos permite incluso ver que esa diferenciación biológica es una interpretación cultural, y abre el camino para interrogarnos, clarificando que todo el proceso de conformación de identidades es una socialización de género, porque no es una construcción personal o individualizada, son normas sociales las que constituyen nuestra existencia, conllevan deseos que no se originan en nuestra individualidad (Butler, 2004). Todos estos significados que se atribuyen a la diferencia sexual tienen efectos simbólicos y materiales en la vida cotidiana (González Jiménez, 2009).

Es lo social, lo cultural, lo que imprime la diferenciación, y no sólo y simplemente nos hace diferentes, sino también nos hace desiguales (Chiodi, Fabbri, & Sánchez, 2019),  Desiguales en el trato, en las querencias, las expectativas y prácticas de interacción, desigualdad jerarquizada, es decir, donde lo masculino se valora por encima de lo femenino, porque “en el momento que se compara, se jerarquiza” (González Jiménez & García Contreras, 2016), y es ahí donde la práctica es  sometimiento, donde el sometimiento es naturalizado, donde la naturalización oculta la intensión de sometimiento y dominación.

Entrampados en una supuesta lógica “naturalista”, se normaliza volviéndose casi invisible, pero la perspectiva de género vuelve la mirada para ponerlo en duda, cuestionarlo deshaciendo esa especie de callejón sin salida que pretende corresponder diferencia biológica con prácticas desiguales, porque la categoría sexo es también una construcción social… ha sido género todo el tiempo (García-Villanueva, Meza-Mercado, Hernández-Ramírez, & Moreno-García, 2017).

La ontología moderna del cuerpo se supuso desde la sexualización y la sexo-generalización. Presupuestos de ciertos discursos científicos y seudocientíficos, discursos de la diferencia sexual con una visión jerarquizada del dimorfismo (Ciccia, 2022). Al aparecer, en los estudios científicos, las llamadas hormonas sexuales, se fortaleció la idea del vínculo causal entre sexo y rol social, lo que reforzaba las ideas deterministas, esencialistas y biologicistas, ideas que pretenden avasallar diversidades, subjetividades y jerarquiza cuerpos, pero, al cuestionarse esta autoridad científica, surge un incremento de investigaciones en el que se problematiza naturaleza y cultura, con el que se generó cierta neutralidad de los factores que influyen la cognición y el comportamiento (Ciccia, 2022). Ante los planteamientos científicos del dimorfismo sexual y del cerebro, después de la segunda mitad del siglo XX, surgen otras investigaciones qué, a través de la idea de la plasticidad cerebral, de los estudios de neurociencias, permite incorporar la noción de “mente corporizada” (Ciccia, 2022) con qué se puede afirmar que la mente es nuestro cuerpo en el mundo y su relación con el entorno. Con ello parece desdibujarse la categoría de sexo sobre una idea de polimorfismo y plasticidad.

Quizás con ello, no sé desvalida la visión del dimorfismo sexual, ni la influencia de lo biológico en el ser humano. En el desarrollo del comportamiento Humano, Desmond Morris sugiere que ha habido “cambios biológicos, más que cambios puramente culturales” (Morris, 2015), lo que no se contrapone en este análisis, lo que vale subrayar es que ningún factor, sea biológico, psicológico, cultural o social, da, por sí sólo, una causalidad, sino que la interacción de múltiples factores, nos hace complejos y multicausales. En el ser humano no hay procesos causales determinísticos (Herrán, Hasimoto, & Machado, 2004), no hay un proceso lineal de causa y efecto, lo que persisten son correlaciones, y por supuesto resistencias.

Estas implicaciones de las discusiones teóricas entre posturas de las distintas disciplinas, al menos rompe, o hace perder las certezas validadas por un discurso cientificista, determinista y por tanto limitado. En las discusiones en torno al género, el sexo, y por tanto la masculinidad, hay que habitar y habilitar las incertidumbres, cuestionar-cuestionarnos, poner en duda, tanto los discursos científicos y académicos cómo las manifestaciones culturales.

 

Masculinidades: ¿Son los varones el problema de la inequidad y la violencia?

La cuestión parece simple; “el mayor porcentaje de generadores de violencia de género son hombres” (Díaz Camarena, 2023), pero su análisis devela su trascendencia, porque, por un lado, evidencia que el predominio de la violencia como modo de ser se ha construido particularmente con la permisividad de ejercerla, y más, con la deseabilidad de demostrarla; la masculinidad tiene como prerrequisito comprobar que se es en tanto que tiene poder, y para ello no hay razón ni consentimiento, se toma y se ostenta, la gran mayoría de las veces, por la fuerza.

Por otro lado, al aludir el “sentido tradicional” de ser hombre, permite hacer la distinción de que ser hombre/varón no tiene como característica “innata o natural” la violencia, es decir que las manifestaciones agresivas no representan un signo característico de los varones (García Villanueva, 2016), no así la mayoría de las construcciones de cómo los varones se relacionan e interactúan con otros, otras, otres, a ello le llamamos masculinidad, a la forma aprendida de socializarnos.

La masculinidad es un término que remite a lo relacional, a lo cultural y simbólico (Chiodi, Fabbri, & Sánchez, 2019), no a lo biológico, inmanente o intrínseco (aspectos que, por cierto, tampoco explican ni justifican la violencia). El sentido tradicional de ser hombre; la masculinidad, si se ha caracterizado por un marcado contraste con la feminidad, la cual se rechaza con prácticas, mandatos y/o expectativas que construyen y reconstruyen relaciones desiguales de poder. Mas, como constructo sociocultural, puede ser modificado, no es inmutable, se adapta, cambia como ente vivo de la sociedad… de hecho, no hay una sola forma de masculinidad, hay masculinidades, y si, una masculinidad hegemónica, tradicional y homogenizante, que en términos más amplios es denominado como sistema patriarcal (Osborne & Molina Petit, 2008).

Al hablar de masculinidad es importante subrayar la noción de diversidad: “hablar de masculinidades (y no de una sola), considerando contextos y realidades diversas, en las que intervienen factores como las culturas, las clases, las etnias, las sexualidades, las lenguas, las modalidades y los niveles escolares o laborales, entre muchos otros” (García Villanueva & Ito Sugiyama, 2009)

Por ello se postula que se puede ser y hacer otras formas de ser varón, y que si se desea que los hombres resignifiquen la masculinidad, primero será necesario hacerla visible (García Villanueva, 2016), partiendo, como apunta Rita Segato, no viendo a los hombres como sus enemigos “naturales”, ya que “el enemigo es el orden patriarcal” apuntalando a la intención de cambiar al mundo, el orden político patriarcal, diciendo a los hombres “que se corran, se desmarquen y desmonten el mandato de masculinidad” (Carbajal, 2018).

Cabe subrayar que los mandatos de la masculinidad hegemónica que conlleva a la violencia se han impregnado en todo el sistema social, todos los hombres/varones estamos influenciados por el sistema social; “todos los hombres se encuentran en algún punto del contínuum violencia / no violencia” (Bonino Méndez, 2008). Así, podemos plantear que el problema de la violencia es de nosotros todos, tanto de los que la ejercen material y simbólicamente, de los que la ven y la asumen, como de los que no la visibilizan, los que no la asumen y se niegan, los que la ven pasar y no la detienen.

No es un problema de otros, no es un problema de los involucrados sólo en su ejecución porque la violencia nos implica e interpela a todos, todas, todes, pero si hay un quehacer específico y particular que atañe a los varones que la ejercen y se requiere trabajar social y educativamente con ellos.

La forma en que se educa a la mayoría de los varones en la actualidad se encuentra en un contexto social que le otorga privilegios en el marco de relaciones sociales, estas reglas y normas de interacción es lo que construye o forma la masculinidad. La masculinidad es en sí la práctica de cómo se asume una posición de género y los efectos de estas prácticas en la experiencia corporal, en la personalidad y en la cultura (Connell, 2003).

Los mandatos de la masculinidad hegemónica se encuentran en todo proceso de la construcción de la identidad, entendiendo la hegemonía como esa relación de dominación sobre los otros (Figueroa Perea, 2001), y particularmente sobre las otras, que exige subordinación por medio del menosprecio, discriminación e imposición, en suma, por medio de la violencia.

La homogenización pretende la “desaparición de la diferencia cultural y, por el contrario, promovía la unificación social” (Tirzo Gómez, 2020).  Estos múltiples factores nos permiten identificar que el ideal de la masculinidad es un ideal alineado al orden político y económico, al ejercicio del poder.

La homogenización se hace patente en las estructuras sociales, en la escuela o el campo laboral, por ejemplo, donde dichas estructuras se han encargado de infiltrar de generación en generación una identidad que determina las expectativas académicas y laborales en razón del género… conformado espacios simbólicamente sexistas en la formación y ejercicio profesionales (García Villanueva & Hernández Ramírez, 2015).

Los cambios ocurridos en estos dos últimos siglos, desde donde se puede rastrear el surgimiento de la hegemonía masculina junto con el afianzamiento del capitalismo, cambios de orden económico, industrial, de modos de producción, cambios legislativos, cambios impulsados por movimientos sociales de resistencia, de oposición y adaptación, también nos permiten comprender como es que se fue dando una especie de “fractura de la masculinidad aristocrática”, ya que dichos cambios sociales fueron generando un “desplazamiento gradual por parte de las formas hegemónicas y surgimiento de toda una serie de masculinidades subordinadas y marginales” (Connell, 1995), así, las relaciones de género, al ser construidas en medio de contextos sociales y culturales históricos, cambiantes, producen múltiples formas de masculinidad, una de las cuales generalmente ejerce hegemonía sobre las otras (Connell, 2001).

 

Diversidades que rompen paradigmas.

El reconocimiento de que existen otras formas de ser, más allá del binarismo jerarquizado, puede abrir otras formas de relaciones sociales, porque el reconocimiento de la diversidad abre un campo al reconocimiento de derechos en el marco de sociedades democráticas, donde la convivencia este regulada por el respeto a los derechos humanos, con libertad y dignidad. La diversidad sexual es un claro ejemplo de una perspectiva que nos permite ver más allá de los supuestos binarios y comprobar la complejidad de la identidad y de la arbitrariedad de las construcciones esencialistas, sin embargo, en México, la orientación sexual sigue siendo un factor de discriminación (García-Villanueva, Hernández Ramírez, & Ávila Rodríguez, 2021). Se continúa perpetrando una ideología que niega, denigra, sanciona y estigmatiza cualquier forma de conducta, identidad, relación o comunidad no heterosexual.

En la diversidad se debe contemplar además de las diferencias de las características sexuales, la identidad y expresión de género, así como la orientación sexual, todo ello queda marginado e invisibilizadas en la versión de dos únicos sexos, pero sobretodo permiten analizar cómo el sistema sexo-genero, contiene sexismo y homofobia, y estos son los componentes necesarios del régimen binario de las sexualidades (Cornejo Espejo, 2012). El conjunto de normas del sistema social binario se inscribe, se adhiere, se impregna, en el interior del individuo, son formas de sujeción, de pensarse a sí mismos, que en sí son las formas modernas de dominación (Foucault, 1987), por lo que, liberarse de la violencia de la masculinidad hegemónica, requiere de visibilizar eso a lo que nos atamos internamente, eso que se inserta como infiltrado en las identidades, y guía la normativa existencial; a esos deber ser  normativos hay que oponerse, luchar contra la sujeción, contra formas de subjetividad y de sumisión, es decir, contra “todo aquello que ata al individuo a sí mismo y de este modo lo somete a otros” (Foucault, 1988). Sumarse al objetivo de la no violencia, desde otras formas de hacer masculinidades, “no es descubrir lo que somos, sino rechazar lo que somos” (Foucault, 1988); posibilitando, impulsando, alentando los esfuerzos de educación o reeducación a nuevas formas de subjetividad mediante el rechazo del tipo de identidad que se nos ha impuesto por el deber ser.

Liberarse de la interiorización de la deseabilidad social resulta una tarea casi insostenible. La deseabilidad social de ser normal, de ser hombre o mujer normal, desvanece las pluralidades para favorecer una homogeneidad dominante, porque la normalización replica la deseabilidad social de no ser discriminado o violentado. “La norma como portadora de una pretensión de poder” (Foucault, 1974-1975) ejerce su influencia en la subjetividad. Por temor al rechazo social, a la discriminación, al señalamiento, a la estigmatización, el sujeto se sujeta; se somete a la normalidad o sino al menos aparenta normalidad, y en muchos casos se suma a los señalamientos y acusaciones de que otros no son normales. Así, la normalización unifica y universaliza esta deseabilidad hasta llegar a un punto en que la normalización se naturaliza.

La naturalización nulifica la diversidad y condena al otro o a la otra, a las y los distintos, por salirse de la norma, por salirse de su control, de su poder simbólico y social: Al que parece anormal, lo enviste, lo afronta, confronta y somete desde otro ángulo, desde el ángulo de la reacción social del desprecio. Al anormal se le aplica la jerarquización de sometimiento. Al otro o la otra, que es distinto y distinta, a los anormales, se les minimiza. Al diferente no se le da el mismo trato ni el mismo rango, no es un igual en jerarquía: es un menor, despreciado, bajado de categoría, de clase, de reconocimiento (Sánchez Reyes, 2018).

 

Masculinidades diversas.

Desde un análisis dialectico, la masculinidad hegemónica confluye con esas otras masculinidades que la contradicen, con otras que se oponen a ella y a las cuales en su gran mayoría subordina. El cambio de las masculinidades no puede entenderse sin la permanencia y la resistencia al mismo; es decir, en un proceso dialéctico de permanencia/cambio/resistencia (De Keijzer, 2016). Lo complejo, sus contradicciones, fracturas, y no confluencias, entran en un juego dinámico en la que se sigue perpetuando por una avasalladora mayoría, y, sin embargo, hay masculinidades que se resisten, masculinidades de contracorriente, alternativas, alternas.

El deber ser de la visión masculina hegemónica no cae sólo con la crítica, con la oposición o la opción de “empezar a descubrirnos y deconstruir nuestra masculinidad”, pero sí es posible partir de “no aceptar un rol masculino determinado, de acuerdo con falsos estereotipos” (Giralt, 2014), ya que ello propicia cierta crisis de legitimación social de la masculinidad tradicional, pero no son suficientes. Cabe subrayar que los mandatos de la masculinidad son creencias subjetivas, es decir, que “tienen un valor imaginario, no racional y con un fuerte arraigo subjetivo-emocional” (Bonino Méndez, 2002), por lo que la “invitación lógica” a razonar lo falaz de dichos mandatos no son suficientes para el cambio. La trasformación de la masculinidad implica cambios de contextos, rupturas de legitimación social, implica cambios en todas las estructuras de los contextos sociales, y eso es lo que han postulado los estudios de género, la implementación de políticas públicas con perspectiva de género como marco de regulación social, y acciones educativas que ponderen, más que la racionalización, la razón de convivencia.

Las fracturas, contraposiciones, alternativas y resistencias han existido como proceso histórico de trasformación social, más con el surgimiento de la categoría de género han adquirido mayor atención y estudio.  Los estudios sobre los varones son muy antiguos, aunque el enfoque sobre la masculinidad es relativamente reciente –década de 1980 (Benhumea-Bahena, 2014). Actualmente los estudios de las masculinidades están básicamente orientados bajo la perspectiva de género, la influencia de los derechos humanos, los cuestionamientos de la diversidad sexual, el decolonialismo y la interculturalidad, es decir un visión como “proceso permanente de relación, articulación y negociación entre diferentes— en condiciones de respeto, legitimidad, simetría e igualdad y de un proyecto político, social, ético, epistémico y educativo que asuma la descolonización como estrategia y acción” (Tirzo Gómez & Hernández, 2010).

La perspectiva de género y el enfoque intercultural confluyen en el “diálogo entre culturas”, partiendo en que cada ser humano tiene una identidad y cultura, que en interacción requiere ser mediado por valores como el respeto, la tolerancia, la solidaridad (Tirzo Gómez, 2020)).

Como se mencionó en párrafos anteriores, las masculinidades son diversas y atraviesan por procesos de construcción, deconstrucción, cambios y resistencias (Ayala Aragón, 2013), y reaprendizajes, para este último aspecto se han diseñado esfuerzos de intervención educativa.

En la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo (CIPD) realizada en El Cairo, se exhortó a los países “a promover el apoyo de los hombres en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres”, luchar contra la violencia hacia las mujeres y alentar su participación y su responsabilidad compartida en todos los aspectos de la vida en familia y la salud reproductiva. En 1995, en el marco de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing) se postula explícitamente a que “los hombres participen plenamente en todas las acciones encaminadas a garantizar la igualdad de mujeres y hombres”. En las conferencias internacionales del 2000, 2003 y 2004 se insiste en el papel que desempeñan los hombres para el fomento a la equidad, por lo que se hacen recomendaciones a los países miembros en: “incluir intervenciones con los hombres y considerar cambios legislativos y educacionales”.

Algunos de estos posicionamientos son enfáticos en priorizar la prevención, la sensibilización y la formación contra la violencia de género, apoyándose, entre otros factores, en las historias y culturas donde existan “hombres igualitarios”, y por supuesto recomiendan acciones educativas para erradicar el comportamiento masculino de misoginia, homofobia, de vivenciar la sexualidad como mercancía, de reconocer la diversidad masculina. Las recomendaciones para el trabajo con los varones abarcan áreas como la vida familiar, la paternidad activa, el trabajo doméstico, la emotividad, la corporeidad, la salud y la sexualidad, particularmente sobre la socialización y violencia de género, abarcando aspecto de la violencia de pareja, la violencia psicológica, la violencia sexual, el acoso, la prostitución y la pornografía.

En los postulados compartidos para el trabajo con varones (Bonino Méndez, 2008) se encuentra:

  1. El uso de la perspectiva de género para cuestionar la masculinidad hegemónica.
  2. Reconocer que hay otras formas de ser hombre.
  3. Cuestionar los privilegios que el sistema patriarcal ha dado a los hombres.
  4. Promover relaciones sociales de género basadas en la igualdad de oportunidades y derechos para todas las personas.
  5. Oponerse a la violencia como expresión de poder y forma de relación con otras personas, y en particular con las mujeres.

 

Por ello, estas recomendaciones son una herramienta guía para implementar acciones educativas, desde los distintos ámbitos y ambientes donde nos encontremos, utilizar la perspectiva de género y la discusión sobre el papel que juegan los varones, es indispensable para alcanzar los objetivos de la equidad y la justicia, tarea que se asume cuando postulamos que hay que Educar para transformar.

 

Referencias

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Artículo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 Ciudad de México, Centro, México. Se permite el uso citando la fuente u094.upnvirtual.edu.mx

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