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Año: 2021 Mes: MAYO-AGOSTO Número: 90
Sección: PALABRAS PERIPATÉTICAS Apartado: Investigación Educativa
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ENSEÑAR CON EL EJEMPLO
Ruth Frank Luján

Con frecuencia, hay situaciones o hechos que se explican mejor haciéndolos, que por los conceptos o las frases que los describen. El actuar en sintonía con lo que se dice o se enseña es un valor intrínseco que todo docente debería practicar. La huella y las lecciones que dejan los ejemplos, edifican, aclaran y explican por sí mismos, la intención de los hechos pedagógicos.

En 1986, yo tenía 17 maravillosos años y me encontraba sentada en una sala de usos múltiples con alrededor de 100 compañeros maestros, recién egresados de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros.

Todos estábamos esperando al Profr. Aureliano Caro quien era la persona que asignaba escuela a los docentes en la Dirección de Educación Primaria No. 4 (En la calle de Coruña).

Cuando llegó el Prof. Caro se sentó al frente con una mesita y empezó a decir con un micrófono:             4 docentes para la escuela 41-432 , rápido levantaban la mano los compañeros y él escogía a los 4 primeros, en ese momento las señoritas secretarias que le acompañaban con sus máquinas de escribir, formaban a los 4 maestros elegidos, les pedían sus datos y les elaboraban sus “ordenes de presentación”, los compañeros se iban felices, listos ya para trabajar, más o menos en la tercera ronda de postulaciones entendí el mecanismo, sólo tenía que levantar la mano lo más rápido posible para que me eligieran conforme a los lugares disponibles, pero yo no llevaba ningún nombre de escuela o nomenclatura y empecé a angustiarme a medida que pasaban las rondas de asignación.

La sala poco a poco se fue vaciando y finalmente me armé de valor y cuando el Profr. Caro dijo: Escuela 41-450 cerré los ojos y me puse de pie y levanté mi mano lo más alto posible, sentí un balde de agua fría cuando abrí los ojos y vi a mi alrededor y descubrí que sólo yo había levantado la mano.

Los que quedaban en la sala empezaron a reírse y a rumorar algo que no entendí. El Profr. Caro se limitó a decir: asignada, pase por sus órdenes de presentación.

Todo el camino de regreso a mi casa fui meditando y pensando que algo no estaba bien. ¿Por qué nadie más había levantado la mano?

Leí nuevamente el documento y decía: “Usted ha sido asignada a la Escuela 41-450 con domicilio en: Avenida de las Torres s/n San Miguel Teotongo, Iztapalapa.

 

Me consolaba saber que estaba en Iztapalapa, porque yo vivía en Iztapalapa.

Esa noche cuando llegó mi padre de su trabajo le enseñé el documento, rápidamente sacó su libro “Guía Roji” y me ubicó en un mapa, mis hermanos (más chicos que yo, pero más astutos), me dijeron que debía caminar hacia la Calzada Zaragoza y abordar un “Ruta 100” que dijera San Miguel Teotongo.

Lamentablemente abordé el “Ruta 100” que decía San Miguel Teotongo-Palmas, en ese momento no sabía que había otra ruta que decía San Miguel Teotongo-Torres.

Cuando le pregunté al chofer del camión si me podía bajar cuando llegara a la Escuela Primaria 41-450, me miró y me dijo: yo paso por varias escuelas, pero usted vaya leyendo sus letreros y me dice dónde se quiere bajar.

Nunca leí ninguna escuela que tuviera en su letrero 41-450 así que me seguí en el camión hasta su base y me baje en las faldas de la sierra de Santa Catarina, desde ese cerro que después amé, y donde se podía mirar la majestuosidad de la Ciudad de México.

Empecé a llorar despacito porque estaba perdida y sola, hasta que un señor que vendía verduras en un puestecito me dijo: ¿Qué le pasa señorita, le puedo ayudar en algo?

Le comenté que era maestra y estaba buscando la escuela donde trabajaría, pero estaba perdida, entonces me externó que su hijo vendía tortas en la “inspección” y que seguramente ahí podrían ayudarme.

Se me iluminó el rostro y dejé de llorar, llegó el hijo del Señor con una caja de huevo llena de tortas y me mandó con él para la inspección, el chico iba sumamente enojado conmigo porque yo caminaba lento y lo estaba retrasando, pero es que con mis zapatitos de tacón muñeca en las calles sin pavimentar era completamente riesgoso ya que se me doblaban para un lado y para el otro los tobillos y temía caer o luxarme y pues sí, caminaba con precaución.

Fuimos bajando el cerro hasta llegar a una escuela que estaba en una calle pavimentada e ingresé, el chico me dijo, ya cumplí, ahora tú investiga lo demás y se fue refunfuñando porque estaban a punto de tocar la “chicharra” para el recreo.

Como era de esperarse el comité de bienvenida fue la conserje y la asistente de servicios y me cuestionaron todo, hasta el color de mi ropa, finalmente cuando contesté todas sus preguntas, me dijeron: va a ser complicado que veas al supervisor, porque él llega como a las 12:00 0 13:00 Hrs, está un ratito y se va, pero ven te vamos a ayudar “manita”.

 

Leyeron mis órdenes de presentación, las escudriñaron y entre ellas cuestionaban si era “La Gaudencio” o “la Razón”, yo no entendía nada, hasta que me dijeron, ven y a la mitad de la calle afuera de la inspección me señalaron una avenida que se veía grande y muy cerca de donde estábamos, mira, me dijeron:

¿Ves hacia allá abajo esa avenida grande? Bueno, esa es la autopista, la que va a Puebla, ahora sube tu vista y ¿ves esa escuela que tiene el techo de dos aguas pintado de rojo y su barda de ladrillos rojos?

Sí, les contesté. Esa es tu escuela y se llama: Razón y Fuerza de la Revolución Mexicana, por eso no pusieron el nombre las secretarias, y soltaron la risa.

Ándale ve para allá, nosotras desde aquí te vamos a estar viendo.

Caminé otra vez, bajando el cerro, solo que ahora lo hacía por una calle pavimentada, giré mi cabeza después de un rato de caminar y ahí estaban las dos, risa y risa haciéndome señales con su mano para que siguiera caminando; crucé la avenida de las torres (porque están las torres de luz) y llegué a una plaza que era la base de la “Ruta 100” San Miguel Teotongo-Torres, el mercado a un lado y una escuela pintoresca, muy bonita, con su barda de ladrillos rojos y su techo de dos aguas pintado de rojo con un gran letrero que decía: Escuela Primaria “Razón y Fuerza de la Revolución Mexicana” 41-450.  09DPR2126A.

Llegué a la puerta y cuando quise tocar, se abrió, entonces ingresé, había mucha gente, cargando costales de tierra, otros hacían hoyos y plantaban arbolitos, otros más recogían piedras y podaban el pasto, de repente llegó un hombre joven empapado en sudor, cargando una gran piedra entre sus manos y tenía lodo casi hasta los codos, me dijo: ¿Señorita se le ofrece algo?

Y yo le contesté que sí, que buscaba a la Directora o Director del plantel, rápidamente él bajo la piedra, se sacudió las manos y me extendió su codo diciendo: A sus órdenes, sólo vi sus profundos ojos verdes y su amplia sonrisa y yo con decepción empecé a llorar desde lo más profundo de mi corazón.

Seguramente se espantó, pensaría que estaba loca, porque a esas horas del día y con todo lo que ya había pasado, tenía ampollas en la planta de los pies, estaba sudorosa, llena de polvo, con los zapatos sucios, los ojos hinchados de tanto llorar y el cabello enmarañado.

 

 Me dijo, tranquila señorita ¿Qué le pasa? Mientras me conducía hacia la dirección, yo le externé aún con llanto que si él que era el Director andaba haciendo agujeros y todo enlodado, entonces qué me esperaría a mí, que era una simple maestra frente a grupo.

Empezó a sonreír y con mucha dulzura me comentó, que él como Director tenía que poner el ejemplo, que era un principio básico en cualquier organización, que no se podía dirigir o enseñar algo que uno no sabe hacer, que en esa ocasión él había convocado a la Comunidad Escolar a rehabilitar el área verde. ya que se veía más gris que verde y se encontraba en una jornada de trabajo colaborativo con padres de familia, maestros y alumnos de la escuela y que como Director no podía quedarse mirando cómo los demás trabajaban o sólo dirigiendo o peor, sólo dando órdenes y temiendo ensuciarse las manos.

Es como en todo, cuando te involucras en ese algo y formas parte de su construcción, difícilmente lo dañas, por el contrario, lo cuidas, lo proteges, lo mejoras, porque hay una parte de ti impregnada en él.

Esa fue la primer gran lección que me dio mi Director. “Profesora, no se le olvide nunca, que siempre hay que predicar con el ejemplo”.

Cuando ya me vio tranquila, me externó:

Mire maestra, hoy usted está de suerte, me regaló su jugo de naranja que tenía en el escritorio y me comentó; justo con usted completo mi plantilla de personal, sólo me faltaba la docente para e nuevo grupo de primer grado, sea usted bienvenida y ánimo, con su amplia sonrisa me miró y me dijo Yo soy Héctor Bernabé Negrete, y soy el Director de esta Escuela.


Artículo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 Ciudad de México, Centro, México. Se permite el uso citando la fuente u094.upnvirtual.edu.mx

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