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Año: 2021 Mes: MAYO-AGOSTO Número: 90
Sección: PALABRAS PERIPATÉTICAS Apartado:
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ASÍ SON LAS COSAS DEL AMOR
Pablo Reynoso Farias

Febrero, el mes del amor, muy comercial, es cierto, algunos, detallistas y enamorados, se desviven por el ser amado.

            Febrero, el tiempo justo, para contarles esta, que a mí me parece, una linda historia de amor.

            Hace algunos días, me dirigí con la flaca, a la calle de Manzanares, No. 25, en pleno corazón de la Merced, en la Ciudad de México, el motivo: se encuentra ahí, la casa más antigua de la ciudad. Destruida, en ruinas, con olor a pasos viejos y a historias sin contar. Qué cosas, el tiempo se detuvo. Con la fuerza de la imaginación, la restauré y le vi, resplandeciente, nueva, lista para ser habitada. No hay vuelta atrás, no hay gente, sólo paredes enmudecidas. Se dice que el Gobierno de la Ciudad de México, la va a demoler para hacerla museo. Es de dudarse, sólo hay que esperar.

            Curioseábamos el lugar, lo inspeccionamos desde el exterior, yo veía un puesto de pambazos que se encuentra justo frente al predio, cuando sentí que me golpeaban suavemente la espalda, me volví, para ver quién era, no había nadie, se me hizo raro, puedo jurar que lo sentí. Pasaron unos minutos, sentí nuevamente, como una mano se posaba en mi hombro, ahora miraba un puesto de ropa interior, que tenía unos diseños muy particulares, reía, supuse que la flaquita me hablaba, pero no, se encontraba algo distante del lugar en que yo me hallaba, seguramente, jugando con el tiempo y absorta en sus pensamientos.

            Doblé la esquina, sin saber que me encontraría con una sorpresa.

Desde el interior de la casa, escuché que me llamaban con un

- Pts, pts, oye tú.

Volteé y vi, sentado, desde la rendija, en lo que seguramente fue un pozo, a un hombre elegantemente vestido, con smoking negro, camisa blanca y pajarita, lustrados zapatos de charol, no vi cuando entró. Su aspecto, no era nada desagradable. Alto, de piel blanca con finos rasgos que rayaban en el feminismo, una mirada profunda, barba cerrada no muy larga. En fin, dueño de una personalidad impactante, digna de un actor de cine.

Aunque por esa zona abundan los sexoservidores, él no tenía facha de ello. Lo vi, con un ademán me pidió que me acercara a él, observé que se parecía mucho al actor que interpretó a Jesús en la película española “El Cristo del Océano”

Con cierto temor me acerqué:

- No tengas miedo, ¿Quieres ser mi amigo?

De reojo chequé que hacía la flaca; ni cuenta se había dado, estaba platicando con la señora de las quesadillas, que vivió ahí y le contaba la historia de la casa.

Me inspiró confianza, me acerqué un poco, tendió su mano, correspondí al saludo, al tiempo que decía en tono españolado: Álvaro González Alorda, a tus pies.

- Yo soy Pablo – contesté

Mis amistades, dicen que le tengo miedo a la flaca, y creo que sí, me cercioré qué estaba haciendo, no se fuera a enojar, aún no se daba cuenta de la presencia de aquel individuo. Un mar de gente compraba lo necesario para celebrar el día de la Candelaria.

- Yo vivo aquí desde hace decenas de años, poco platico, nadie quiere hablar conmigo, quizá desconfían de mi apariencia, de mi acento al hablar  o no sé qué cosa. Espero que tú no hagas lo mismo. Este aislamiento me aturde y tengo una misión que cumplir.

Lo primero que pensé, es que no podía vivir en aquel lugar derruido y menos, mantener sus ropas y aspecto impecable. Se lo dije.

- Ah, es una historia larga de contar. Yo sé lo que ha pasado aquí y en otros lares cercanos. ¿Deseas que te cuente mis atardeceres en estas tierras de la Nueva España?

- Hoy no -, repuse, vengo acompañado y seguramente iremos a comer.  Falsó, ya habíamos comido.

Llamé a la flaca para presentárselo, como usualmente hago con algún conocido que nos encontramos en la calle, pero no me escuchó, ahora charlaba con la dueña de la casa de enfrente, que la confundió con una empleada de gobierno.

- Entonces, en la noche-, replicó, - es el mejor tiempo para contar historias. No desconfíes, deja a tu dama en casa, y cuando el cielo se vuelva pardo, te ofreceré una copa de buen vino, chorizo extremeño y pan de mi tierra.

- Chale, me está albureando-, pensé.

- No, no intento faltarte al respeto,- parecía qué sabía lo que estaba pasando por mi mente- dirás que soy un loco, o adicto, pero nada hay de ello, ven esta noche y te explicaré detalle a detalle, el porqué de mi estancia en este lugar. Yo te protegeré de malas personas. Estaré al pendiente de tu arribo. No necesitarás llamarme. Te espero

-Bueno- le dije. Pero no pensaba regresar, el rumbo no es muy atractivo y la verdad me daba miedo. Todo fue muy rápido

No fuimos a comer, pero nos paseamos por la plaza de la belleza. Ignoro qué cara tendría yo, porque la flaca me dijo -¿Qué Pablo?

            Groseramente, no le contesté. Estaba tratando de digerir, el reciente encuentro, con aquel tipo, que sólo había visto unos minutos, cuya incertidumbre de su existencia, se había apoderado de mí.

            Llegamos a casa, y yo pensando en Álvaro, o más bien en lo que rodeó aquella experiencia, que no podía creer.

Llegó la noche. Debo confesar que mentí. Le dije a la flaca que iba a ensayar con el grupo musical de profesores al que pertenezco. En realidad, mis pies parecían tener alas y me dirigí nuevamente a la calle de Manzanares. Sentí el auto muy lento, pero por fin llegué a ese rumbo tétrico, busque un estacionamiento cercano, por si había que correr. Iba en fachas.

Me acerqué a la vieja construcción, me asomé por la rendija de la puerta, al instante que esta se abría. Ahí estaba mi anfitrión. Ahora con vestido de gitano, ropa que dejaba al descubierto, su esbelta figura y buena presencia. Por favor, no piensen que mis hormonas homosexuales se despertaron, pero el espectáculo de verlo caminar, era de otro mundo.

Había dispuesto, tapa abajo, dos botes de pintura de esos de 6 galones, como bancos, me invitó a sentarme. Híjole, estaba yo bien nervioso y miedoso, arrepentido de haber ido.

Sin embargo, algo había en sus palabras, que transformó mi ansiedad, en una calma poco habitual. Tomé asiento. No me dio vino, ni chorizo, ni pan. Me dio la bendición de sus palabras.

-Aquí estoy Pablo. Existiendo y no existiendo, viviendo estando muerto, soñando y penando por las cosas que debí de haber hecho y no hice. Escucha, te voy a confiar mi vida y mi pasado, presiento que lo comprenderás. Sólo soy un fantasma que no ha logrado descansar, a veces los muertos andan un cierto tiempo sin comprender su nueva condición, yo soy de esos.

Pensé en huir. Mis miopes ojos, se abrieron más de lo normal. No hubo modo de salir de ahí, estaba entre aterrorizado y extasiado. No me quedó otro remedio que continuar a la escucha.

- Nací en Logroño, España, en la calle Mayor nº 52, en el año de 1640, estudié bachiller y abogacía, amante del arte y las buenas costumbres, trabajé en la corte del Rey, donde conocí al Marqués de Mancera Don Antonio Sebastián de Toledo Molina Salazar, que al ser nombrado para ser Virrey de la Nueva España, me invitó a tierras de América, para que fuera su consejero financiero, ayudante de reservas de la corona y almirante militar, con buena paga y promesas de progreso. Acepté de buen modo, pues la camaradería era mucha y el anhelo de nuevas tierras, también.

-Llegamos a golpe de galeón, mulas y pangas, a la Nueva España en el año 1664. Cuanta alegría de los habitantes, en esta tierra de ensueño. Nos instalamos en el recientemente construido Palacio de Virreynal, donde todos los guardajurados despachábamos los asuntos de cabildeo y ayuntamientos. Yo busqué esta casa en renta para tener privacidad, era hermosa.

- Poco reparé en las amistades de mis señores Virreyes; él trabajador y educado, su esposa, Doña Leonor, amante de la plática y de los actos de beneficencia. Me dediqué a trabajar y al ahorro, para poder llegar de regreso a España  con más bienes de los que tenía cuando partí.

- Una tarde, a pocos meses de nuestra llegada, en que llevé unos documentos a firma a mi señor Marqués, lo encontré acompañado de una linda mujer, que como un imán amoroso, robó, mi mirada, mi pensamiento y todo mi ser. Se trataba, pude averiguar de inmediato, de una de las damas de compañía de la Señora Leonor, llamada Juana.

- Desde aquel día, me hice el aparecido en las pláticas de té, en las audiencias de confesión, en todo lugar donde Juana estuviera presente, Ella no notaba mi presencia, o fingía no hacerlo, No le hablaba, solo verla me reconfortaba. Pablo, estaba enamorado, lo que yo nunca pensé. La cabeza me daba vueltas, no había otro ser en el mundo más que Juana. Su voz, que escuchaba débilmente, por no estar tan cerca, se había convertido en fina gayta para mis oídos. El caudal de belleza e inteligencia que desparramaba por doquier, se había apoderado de mi pensamiento

- Provoqué un encuentro con aquella mujer que se había convertido en mi obsesión. La mañana de un domingo de noviembre. Me enteré que cumplía un año más de vida. Preparé para ella, el arreglo floral más hermoso que te puedas imaginar; Flor de cerezo, rosas, rosas azules, lirio de los valles, corazón sangrante, azucena, amapola oriental, begoña, orquídeas, alcaparra y lantana lo componían. En la fiesta dada en su honor, como un invitado más, se lo entregué, se sonrojó un poco y me sonrió. ¿Sabes lo que eso significó Pablo? Una sonrisa de mi secreta amada. Junto con las flores, le entregué un pequeño papel de keratol, en donde le hacía saber, con finas palabras, lo importante que era su vida en mi vida. No sé si lo leyó, creo que sí, porque al terminar la fiesta en que sólo pude bailar una polonesa con ella, me volvió a sonreír, pidiéndome que la visitara en la sala de reposo al día siguiente.

- Te imaginarás, no dormí, la ilusión se había apoderado de mi cuerpo. Estaría con ella. La noche se hizo eterna. Porté un traje de gala, me afeité con espejo y cuchilla, para lucir impecable. Lucí aroma francés y llegué sin probar alimento a la sala, donde ella me esperaba.

- No hubo palabras Pablo, solo un silencio que suplía el habla. Sin temor a las miradas indiscretas, tomé su mano, la besé, no la solté más. Desde aquel tiempo, aún la tengo sujeta en mis pensamientos. No le fui indiferente, estaba seguro, de lo contrario, no se habría presentado con puntualidad a la cita, habría rechazado el que la tocara, y hubiera esquivado mi mirada.

- Con temblorosa voz, pronuncié las primeras palabras de amor de mi vida, no sé qué dije, solo recuerdo que al final cerré los ojos, acaricié su mejilla, sin pensarlo acabé con un “le amo y le amaré siempre”. ¿Nos vemos mañana? No contestó. Le señalé el jardín, con la esperanza puesta en el próximo encuentro. No sé de ella, pero ahí estaría yo. Con los dedos le señale que a las 5 de la tarde me encontraría para poder admirar su sonrisa, su presencia y su voz, que al oír lo que platicaba con Doña Leonor, me parecía las más límpida poesía, que se convertía en melodía, y esa melodía en un canto de amor.

- Creo que por hoy es todo Pablo, no quiero de tu aburrimiento. Además sé por los mapas laberinticos del universo, que vas lejos. Te espero mañana, para continuar, no faltes, que todo lo que te he dicho hoy, me ahogaba en el recuerdo. Por eso necesitaba un amigo. Ven mañana y te diré cosas del deseo de mi mente. Te ayudaré con mi pensamiento a que llegues con bien a tu casa.

Llegó la mañana siguiente. No le mencioné a nadie lo vivido, el día caminó lento. Al dar las 7 de la noche, me encaminé a ver a “mi nuevo amigo”, que después se convirtió en un maestro, pues me enseñó con su plática, que la mujer es superior al hombre, pues sólo ella y Dios, pueden dar vida, que su voz es de seda y que la serena paz de su aliento es como un delicioso vino que embalsama el pensamiento. Ya no había tanta algarabía como el día anterior. Con una confianza que parecía ya muy madura, me invitó a pasar, nos sentamos donde mismo. Sin preámbulo continuó con su historia.

- Nos vimos Juana y yo, todas las tardes en el huerto, hablamos de amores y de planes. Cuando la aventura del virrey acabó por estas tierras, ella tuvo que volver a su casa original, y para sorpresa Pablo, ella vivía, frente con frente a la mía, yo aquí donde tú me ves, y ella en esa casa de tabicón rojo y grandes balcones. Era, sin saberlo, mi vecina. Vaya sorpresa. Por supuesto, yo no regresaría a España, aquí estaba el amor de mi vida.

- Supuse que nos veríamos más a menudo, pero no fue así, sus tíos, gente cerrada de ideas, le impidieron que me hablara, y a mí, que le visitara, argumentando, que ella estaba hecha para grandes amores de riqueza exquisita y yo no era más que un cachanchán de fiscal y un aprendiz de politiquillo en ciernes. Decidieron enclaustrarla en el convento cercano de la Merced para alejarla de mí.

Poco hablaba yo, sin embargo tuve que preguntar. – Entonces ¿no se hizo religiosa para poder crecer en el conocimiento?, eso es lo que muchos sabemos.

- Mentira, total mentira – apoyó la voz en un enojo controlado.- Nada hay de ello, la querían casar con un magistrado que hasta la canastilla de petición había traído a la familia, ella no lo aceptó, provocando la ira de sus tíos. El desenlace fue trágico. Yo no me resigné a perderla y me tome una pócima de circuta, semilla de luna y codo de fraile, las más venenosas, que cegaron mi vida, y ella desde acá en los cielos, supe que se hizo monja y murió en una peste, aunque yo sé que murió de amor.

- Hay que habilitar la dimensión de lo sagrado, ella para mí lo era y lo sigue siendo: sagrada; eso se hace con música. Mi mayor deseo para poder partir, hacía el lugar donde la vida está hecha de ese líquido del cual están construidos los sueños, sería llevarle música a mi amada, una serenata como en la vieja España, aprovechando que este mes de febrero, ustedes celebran el amor, tienen un día para los enamorados. ¿Me podrás ayudar?

No me esperé ser solicitado con un favor de ese tipo. Le pregunté cómo podría hacerlo, a lo que él respondió.

- Ayúdame a llevarle serenata, tú buscas la manera de musicalizar el momento y yo declamo, tú cantas y yo elevo la plegaria con la palabra.

- Pero yo no canto - le respondí, - me sé Wendoline y Corazón de roca, pero mi voz no es timbrada, si quieres te puedo traer a los cuates de mi grupo, ellos si son buenos de a de veras.

- No – interrumpió – te lo pido a ti que conoces mi existencia, no quiero más testigos de mi partida, que las estrellas, la luna y tú. Si me ayudas con la serenata de amor, mi alma que ahora pena sedienta de satisfacción erótica y sensual, podrá, por fin, descansar sin desolación. Ayúdame, y tiene que ser ya, porque están a punto de derrumbar este solar y con ello, se irían los designios del amor, que no podrán ser cumplidos a plenitud.

Me sentí comprometido. Quería vivir esa experiencia, tenía miedo de regarla o quedar mal, pero he aprendido a medio enfrentar el miedo que me acompaña desde niño. Total que acepté y el resto fue planear la velada del día siguiente. Su rostro, que de por si era atractivo, se notó diferente; la lozanía que da el amor.

            - Que sea muy cortita la serenata – le pedí, - no me sé muchas canciones y la verdad no canto muy suave que digamos.

            - No te preocupes, allá en España las serenatas no son con canciones completas. Te explico; se inicia con una melodía de bien llegada, se acerca el mozo y de acuerdo a las palabras que el mencione, cantan, sólo un trozo, los de la comparsa, si el enamorado le dice a ella, “es que tu vida es mía”, ellos cantan, una melodía que diga “tu vida es mía”, si el caballero dice “la comida es digna de ti”, la letra de los cantadores debe mencionar algo de la comida, Así de fácil es

No pues sí, bien fácil. Si le estaba diciendo que no me sabía muchas canciones, ahora tendría que hacer acopio a la memoria e inventar acordes y letras para poder salir bien librado de esta empresa. Nos despedimos por segunda noche, donde yo quedé de llegar listo para musicalizar el encuentro amoroso.

El día de la música fue difícil: le dije a la flaca que iba a ensayar, como que no me creyó, y menos porque portaba un traje de los mejores que poseo y que ella eligió. Aún con todo, me lancé por el camino aprendido, y ahí estaba, con mi guitarra en la mano y sumamente nervioso. Primero por conocer a la musa histórica de México, después pensando que tal vez no saliera al balcón de la casa de enfrente. Ya me pasó, yo le llevé serenata a mi flaca, con buenos músicos y guapos, y salió hasta la tercera canción, ya que se habían asomado los vecinos de media cuadra. Les juro, que sin ser presumido, presenté algunos exámenes profesionales, dirigí muchas veces un coro en distintos escenarios, fui maestro de ceremonias y ayudante en ponencias doctorales. En el terreno deportivo, abrí muchos juegos como pitcher en un partido de béisbol, y nunca, me sentí tan nervioso como esa noche.

Al llegar, a la casa, Álvaro me esperaba elegantemente ataviado con pantalón bombacho negro corto, chaqueta de hilo de seda, también negra, con galones dorados, puños y cuello de encaje blanco grueso, una capa de terciopelo negro con forro color vino y un enorme ramo de rosas de un color que aún no puedo definir.

- Es la noche Pablo, es la noche – Partiré con ella a los rumbos de la felicidad. Gracias adelantadas te doy por tu ayuda, y por entender mi dolor, si todo sale como lo espero, no nos volveremos a ver en mucho tiempo, y desde allá donde yo esté pediré los dones de la salud para ti. Vamos a ello.

Sólo fue cuestión de atravesar la calle, que a esa hora ya estaba desierta. Los balcones no están muy altos.  Álvaro se paró frente a uno de ellos, y yo, a prudente distancia, cerca de una palmera, chupándome una pastilla de propolio, para calmar los nervios y que la voz no fuera tan ríspida. A empezar el numerito. Con mano temblorosa, pulsé unos arpegios, que creo que no venían al caso, pero algo tenía que hacer.

Vengo de tierras lejanas

A cantarte mi canción

A dejar en tu ventana

Pedazos del corazón,

A dejar en tu ventana

Pedazos del corazón.

La sorpresa fue mayúscula, cuando una débil luz de candelabro, iluminó la ventana, y a los pocos segundos, salió Juana, con pijama blanca y gorro de holanes, pero hermosa, radiante, como recién maquillada. Seguro estoy que en el grupo de Sor Juana, me envidiarían. Se acercó a él y fundidas las manos, el rezó:

- Señora, soy yo, el que le quiere, el que le adora, soy yo, quien pide su corazón. Soy yo, que te despierta.

Una canción que diga soy yo, soy yo. No tuve mucho problema:

Soy yo 
sé que es muy tarde para hablarte 
pero estoy tan solo y el escucharte 
me hace tanto bien 
me hace tanto bien. 

Ayer

hace apenas unas cuantas horas

yo tenía el temor 
de tantas cosas 
de querer vivir solo para ti.

De espaldas a mí, Álvaro me hizo una señal con el pulgar en señal de aceptación y de que todo iba bien. Y continuó:

- Ha habido entre usted y yo, una barrera, un muro, que entorpece mi actuar, un muro, que impide que sea mía, hoy estoy dispuesto a derribarlo.

Chin, canción con muro, tenía palabras, por lo que quiere hacer Trump, pero no una canción, le varié un poco:

Esa pared, 
que no me deja verte 
debe caer por obra del amor.

Esa pared, 
que nos separa siempre 
debe caer debemos platicar.

Ni caso me hizo el nuevo amigo, estaba bien entusiasmado, la veía, con esos ojos, que sólo el amor provoca.

- Mi vida ha cambiado sin usted, no duermo, no pienso, no como, mi cuerpo se deshace ante la delgadez que provoca el extrañarla, mi cuerpo está desgarrado por una flaqueza inmensa del ayuno de su amor.

Ahora si estaba difícil, pasaron unos segundos, no sabía ninguna canción que en su letra dijera algo de la delgadez. Álvaro se impacientó, pues yo no acertaba a cantar, hasta que llegó a mi mente, una no muy romántica, pero tenía que salir del pasó.

Flaco no me dejes, flaco vení, 
quiéreme un poquitito, no seas así, 
flaco no me dejes, flaco vení, 
si no tengo tus besos qué será de mí.

Mi cuate, puso una cara rara, pero no hizo mayores aspavientos, y continuó seduciendo a esa Juana de tantos poemas.

- Entienda de una vez por todas, que la quiero, la quiero, la quiero, y me tiene loco, este querer que sin llegar a atormentarme me afana por buscarla. La quiero.

Cada vez que te beso me sabe a poco 
cada vez que te tengo me vuelvo loco 
Y cada vez 
cuando te miro 
cada vez 
encuentro una razón 
para seguir viviendo 
Y cada vez 
cuando te miro 
cada vez 
es como descubrir 
el universo 
Te quiero, te quiero 
y eres el centro de mi corazón 
te quiero te quiero 
como la tierra al sol.

Ya estaba yo bien encaminado, con esta frase, no hubo problema. Habría que esperar a ver qué se le ocurría.

Álvaro, era elocuente, las palabras fluían en tono sencillo. Ella, Juana, no dejaba de verlo y escucharlo:

- Señora mía, este es un amor antiguo, me gusta que me despida desde la ventana. Me llevo noche a noche el color de sus ojos a mi sueño.

Con tus cosas antiguas,

tus besos antiguos me has robado el alma,

la llevas encerrada en ese mar azul que baña tu mirada,

la llevas enredada en ese pelo negro que cae por tu espalda,

con tus cosas antiguas tus besos antiguos,

tú me has robado el alma.

 

Enséñales los besos y todo el calor que tus ojos me arrancan,

no vayan a creer que vives sin amor que vives olvidada,

te seguiré queriendo con tu cara blanca y con tu falda larga,

dicen que eres antigua porque vales mucho,

y ellos no valen nada.

 

- Puede bajar, yo le ayudo, quiero tenerla cerca de mí, quiero que esta noche, sea para ambos, el preludio real y profundo, de la partida hacia el infinito, venga esta noche a mí.

Con sus musculosos brazos, la hizo hasta él, y le beso, con ese beso de amor deseado por las damas y acariciado en el pensamiento de los hombres, mientras yo interpretaba:

¿Qué vas a hacer esta noche?, 
vamos te invito salir, 
quiero encontrarme contigo, 
algo te quiero decir.... 

Esta noche voy a confesarte 
todo lo que siento, 
esta noche tomaré tu mano 
te hablaré de amor, 
esta noche voy a decidirme 
te hablaré de amor.

Consumado estaba el asunto. No había más que decir. El sueño de aquel fantasma de la casa de Manzanares, se había hecho realidad. Alcancé a escuchar como un susurro, que le decía: Te amaré, te amaré por siempre”

Con la paz de las montañas te amaré 
con locura y equilibrio te amaré 
con la rabia de mi años 
como me enseñaste a ser 
con un grito en carne viva te amaré.

Los vi caminar hacia el cielo, sobre una escalinata de nubes y mármol, iluminada por fuegos artificiales de mil colores. Tomados de la mano, él contento, volteó ligeramente hacía donde yo estaba, y con ligero guiño y su pulgar en puño, se despidió de mí. Una sonrisa de placer le acompañaba.

Te amaré, te amare como no ésta permitido, 
te amaré, te amaré como nunca se ha sabido

Por así lo he decidido te amare.

Mi voz se fue apagando, y la figura de los enamorados, se extinguió por el camino de la eternidad. Seguro estoy, que así como en los cuentos de hadas, son felices.

Volví a casa, no ensayé con los compañeros, pero tuve la mejor experiencia de amor que se pueden imaginar.

Quizá mi voz, no tenga la posibilidad de transportarles a mundos imaginarios, pero a las damas aquí presentes ¿No les gustaría tener un galán como ese?


Artículo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 Ciudad de México, Centro, México. Se permite el uso citando la fuente u094.upnvirtual.edu.mx

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