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Año: 2021 Mes: ENERO-ABRIL Número: 89
Sección: PALABRAS PERIPATÉTICAS Apartado: Investigación Educativa
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SUEÑO DE UNA NOCHE EN LA PENUMBRA
Dr. Pablo Reynoso Farias

Palabras Clave: Sor Juana Inés; etnohistoria.

 

 

Me molesta mucho la gente que se mete donde no la llaman o que hace preguntas indiscretas. No la soporto, sobre todo cuando son de esas preguntas que llevan la intención de estar muele y muele.

Lo digo porque antier platicaba con mi amigo Martín, una amistad que ha durado más de treinta años. Normalmente, lleno de cordura y sensatez, pero ese día quién sabe qué le pasó y después de hablar de deportes y educación, me salió con la preguntita - ¿Y todavía estás sólo?, recuerda que debes de tener quien te atienda en tu vejez, y además, si tienes hijos, ya no van a ser hijos, van a ser tus nietos- y se rió, como si su remedo de chiste fueran palabras novedosas. Las he escuchado cientos de veces por esas gentes que no conectan el cerebro antes de hablar.

Lo miré fijamente, con cierto resentimiento. Él lo notó.

- No te enojes – me dijo, - es que no me gusta verte sólo, creo que tienes todo para ser feliz. Mira todos con su vieja y tu sumido en el trabajo o en el beisbol.

No quise contestarle, pero supuse que una labor de catarsis, no me vendría mal y de manera casi mecánica le respondí;

- No estoy sólo, tengo gente a mi lado que me estima y me procura en momentos difíciles. Si te refieres a una pareja, te diré que las mujeres que me rodean son vacías, quieren ser como Thalía, Sherlin, Lady Gaga o Dana Paola, muy guapas, pero que no pueden hilar dos oraciones, sin que se les salga una muletilla, se acomoden el pelo o salgan con sus frases incompletas: Este fin, fue ver una pelí. Sobre todo, me choca que estén al pendiente del teléfono celular como si en ello se les fuera la vida. No son ni inversionistas, ni jefas de una gran empresa, como para que estén al tanto de su teléfono celular, es más, me parecen ridículas. Aparte, no puedes hablar con ellas de teatro, de música o de literatura, sólo del trival, el ritmo de moda, y de ropa. Por lo tanto, aunque no soy una lumbrera en cosas del amor, en el remoto caso de que me llegaran a aceptar, ¿te imaginas el choque emocional?, pues no, mejor sólo y me dedico a ver a qué, pero no a jugar al educador lingüístico, ni a escuchar a Espinoza Paz, Jenny Rivera o la Arrolladora Banda Limón, que ya ves cuanto les gusta.

- Tienes razón, me dijo, ya no las hacen como antes – otra vez con su tono burlón.

Fue lo último que platicamos, no era muy tarde. Al día siguiente nos esperaba una jornada de trabajo bastante pesada. La despedida no fue muy calurosa. Cada quien partió hacía su domicilio.

            Llegué a casa, una atmósfera de soledad me invadía. No eran más de las 8 de la noche y decidí acostarme, lo que hago diariamente muy temprano. Casi de inmediato caí en un sueño muy profundo,  usualmente me es difícil dormir así. Todo mi ser se hundió en un mar de infinita inconsciencia.

            Me despertó el atronador timbre del teléfono. Sobresaltado, me incorporé, contesté. Tenía un encamorramiento sin igual. Era Martín.

- No la amueles -  le dije, - han de ser como las 2 de la mañana y tú jodiendo, ¿Qué quieres?

- No son las 2 de la mañana – contestó – apenas van a ser las 9.

Miré el reloj, y efectivamente, eran las 8:45 de la noche, pensé que había dormido mucho tiempo.

- Te llamé –  continuó Martín, - porque tengo  que decirte algo que te va a interesar. Acabo de encontrar una mujer, así como tú la quieres.

- Para eso me despiertas bueno para nada – le repuse -

- Sí, para eso. Recuerda que de esas ya no hay, y lo mejor de todo es que ya le hable de ti, y te concerté una cita con ella.

- Cálmate tú,- se lo dije ya más despierto, pero sin mucho interés.

- Oh que sí, no dejes pasar esta oportunidad.

- ¿Para cuándo es la cita? – pregunté.

- Para hoy mismo.

 - No te la jales, cómo para hoy.

- Si, para hoy. Que no se te olvide que lo mejor de la vida, se vive de noche, y está, apenas está empezando.-

- ¿Dónde? ¿A qué hora?- pregunté.

- En el centro, vas a llegar al bar “El leñador”, que está en Belisario Domínguez, no hay pierde. Ella va a estar en un reservado, le pides al metre que te lleve con la “dama misteriosa”, ella te estará esperando.

- ¿Así de fácil? – le dije

 - Así de fácil – Por favor no me vayas a fallar. Te la encargo porque es un bomboncito. Nada más porque estoy casado, sino, ni madres que te la dejaba. Ahí nos vemos, luego me cuentas.

Yo estaba molesto  porque me había despertado, y además incrédulo, no consideré que fuera la mejor manera de conocer a una mujer. Martín no es de esos a los que les gusta jugar bromas,  

Le marqué a su casa y a su celular para decirle que no iba a ir, pero no obtuve respuesta. Seguramente él ya estaba en el bar, y si la cosa estaba de ambiente, no me iba a contestar jamás.

            Recordé que en mis años de juventud, me desvelaba hasta el amanecer, y aún así, me iba a trabajar. Me pregunté a mi mismo ¿y si vas?, total, no creo que haya ninguna mujer, ya platicaré con él… si lo encuentro.

            Ya totalmente despierto, me duché, me rasuré y me puse el mejor traje cortado de mi guardarropa; gris Oxford, con una camisa gris claro y una corbata de seda. Zapatos bostonianos color negro, lentes de Armani y una loción de Cartier. Verifiqué que mi cartera llevara el efectivo suficiente para cualquier necesidad. Apagué la luz de mi recamara, me subí a mi auto; rumbo al centro histórico. Yo vivo en Ciudad Nezahualcóyotl.

            No había tránsito. Una hermosa ansiedad se apoderó de mi, cuando crucé a la altura del mercado de Sonora, lo que yo siempre he conocido como Anillo de Circunvalación. Al parecer se había ido la luz, los semáforos no funcionaban y las casas estaban alumbradas tenuemente con la luz de las velas. Atravesé Pino Suárez y di vuelta en 20 de Noviembre hacía el Zócalo, aún no había energía eléctrica. A oscuras, todo me parecía desconocido. Hasta creo haber visto árboles en la plancha del Zócalo, supuse que no eran árboles, que eran algunos adornos de alguna marca refresquera o un plantón de manifestantes con símbolos de protesta poco usuales. Rodeé todo sin imprevistos, vi el palacio nacional y la catedral metropolitana, totalmente en penumbra. Ingresé por la Calle de Brasil y busqué dónde estacionarme, pero no había ningún estacionamiento de turno, así es que dejé mi auto frente a la plaza de Santo Domingo,  en las oficinas de la Secretaría de Educación Pública. Cientos de veces había pasado por ahí, pero ahora todo me parecía diferente. Bajé del auto y me encaminé, con cierto temor, rumbo a la calle de Santo Domingo, a buscar el bar “El leñador”. Todo estaba cerrado y me sentía relativamente perdido. Tenía que preguntar.

            Justo en ese instante pasaba una persona, le abordé, venía vestido a la usanza española, pensé que era miembro de una estudiantina.

            Le saludé, no me contestó, se me quedó viendo de arriba a bajo. Nuevamente la saludé y le pregunte por “El leñador”, no mencioné la palabra bar. Sin contestar, viéndome fijamente, me señaló un enorme portón y siguió su camino caminando de espaldas, observándome como si fuera yo un extraterrestre.

            Me atravesé la calle e identifiqué el lugar, era la Hostería de Santo Domingo, en la que tantas veces había ido a degustar enmoladas  y agua de chía. No podía ser ahí.  Saqué mi teléfono celular, para hablarle a Martín, pero no había señal. Con la luz que provenía del teléfono móvil, alcancé a leer “HOSTAL EL LEÑADOR”. Pues sí era ahí. No me decidía a tocar. Pero al fin lo hice.

            Salió un hombre de mediana estatura, también vestido como tuno, y comprendí. Martín sabe que a mi me gusta la música de estudiantina y me ha invitado a una noche colonial, eso era.

            Con un acento españolado el hombre me dijo – Vuestra merced ha de ser Pablo.

            - Así es,- respondí – Muy buena noche, vengo a buscar a …..No me dejó terminar, - Seguidme vuestra merced, la señora lo espera – Increpó bruscamente, haciéndome un ademán para que lo siguiera. Me alumbraba con la pálida luz de un quinqué. Que buena puntada dije, todo está muy bien actuado

            Lo curioso es que no había ruido, ni de autos afuera, ni de gente o música adentro. Subimos una escalera amplia de caracol, tras una higuera abundante, nos detuvimos, me dijo – hemos llegado.

            Tocó suavemente un ventanal, abrió lentamente la puerta a la vez que decía

            – Ha llegado el hombre señora – Con una caravana me indicó la entrada.

            Era una habitación sencillamente amueblada, lo noté a pesar de la poca luz,  frente con frente a la entrada en un sillón de sala colonial, estaba una mujer, sentada de forma lateral con un amplio y elegante vestido, no le alcanzaba a ver el rostro totalmente por la falta de luz. Anhelé que esta llegara de inmediato, la quería ver. No había más que la luz de tres quinqués con una tranquila flama.

            - Muy buna noche – saludé. Estaba nervioso, muy nervioso.

            - Pasad caballero, no suelo platicar con extraños, pero me han dicho que usted es un buen conversador y que la fortuna del conocimiento le ha sonreído – Lo dijo con una melodiosa voz. Una voz que me cautivó de inmediato. Volvió a mi mente el momento en el que hacía cerca de 30 años, el profesor de Historia de la Cultura, nos preguntó cómo era la mujer de nuestros sueños, y mientras algunos decían que como Angélica Chaín, Merle Uribe o Sasha Montenegro, las damas hermosas de la época, yo sólo dije: que hable, que platique, con eso es más que suficiente. Creo que esta mujer era de esas. Que suerte la mía. No pensaba ni siquiera en iniciar una relación, pero esto me estaba gustando.

            - No sé si sea buen conversador, pero escuchar al que bien habla, me encanta – eso dijo, al tiempo que me extendía su mano, no sabía si para estrecharla, o para besársela, me acerqué, y me decidí por lo segundo. Era una mano tibia, delicada, sin uñas de gel. El terciopelo de su piel me dejó anonadado.

            Ella aceptó ese beso, como si todos los hombres saludáramos de la misma forma y bajo la tenue luz de los quinqués, pude ver el esbozo de una sonrisa, así de enigmática como la de la Gioconda.

            No sabía por qué, pero me sentí en otro mundo, en otra época. Un halo de  tranquilidad, llegó a mí ser.

- Así es que usted es profesor. Los profesores me fascinan porque saben mucho, tienen un versar límpido y claro. Su vida dedicada a la enseñanza es de las más apasionantes. No hay muchos en realidad, pero los pocos que hay, son gentes de esas que se dan a valer. Aquí en las cercanías, hasta la Merced, sólo hay 4, todos amigos míos. Su sargonapia me adula y me embelese.

            ¿Cómo que no hay profesores?, si somos más de 3 millones a nivel nacional y en el D. F. hay más de 10000, cómo que 4. Pensé, pero no dije nada. Su voz me encantaba. Quería ver su cara.

            - ¿De qué le gusta hablar profesor? – Quizá de historia, o tal vez de la vida del santísimo, pero de viajes o de aventuras, tal vez le gusté la representación en vivo o rezar el catecismo – Me preguntó y se acercó a mí.

            Por fin la vi, era hermosa, sus ojos negros tenían un brillo sin igual, sus cejas delineadas perfectamente por la naturaleza y su tez blanca sin llegar a la palidez extrema. Era joven, posiblemente 19 años le calculé. Ya no menor de edad. Me hablaba siempre de usted, usted y usted.

            Con nerviosismo, le dije que de todo. Aunque la verdad es que no me sé ni el padre nuestro.

            - Un decano de la educación – prosiguió,- es y debe ser, una persona espiritual, amante del saber, filósofo y creativo, correcto en su vida diaria y entregada a Dios como el mentor de la vida y la esperanza.

            No escuche más. Aunque nunca he creído en el amor a primera vista, me sentí plena y fervorosamente enamorado, hubiera querido que el tiempo se detuviera ante aquella mujer que ya entendía, era maravillosa. Ella hablaba y hablaba, y yo, le pensaba, sin quitarle la vista de encima y comprendí que el sueño de mi juventud se había vuelto realidad. Ahí estaba la mujer que a mi parecer adoraba la palabra. Ahora faltaba, que me adorara a mí.

            No sé cuanto tiempo más habló, y al terminar le pregunté quién era, le pregunté su nombre, a lo que respondió:

            - Mi apelativo es Juana de Asuaje y Ramírez, dama de la corte, y estoy aquí, en víspera de mi señora, Doña Leonor Carreto, que ha ido a  las tierras del Potosí, estos son mis aposentos por esta semana. En el hostal del Convento de Santo Domingo.  Ella, personalmente se encargó de vigilar que no me faltara nada. Tengo alimento para mi ser, y para el alma libros y un clavecín, recién traído de Granada.

            - Está media loca esta niña – pensé, ese es el nombre de Sor Juana, antes de que ingresará a la congregación de  las Carmelitas descalzas. Lo sabía yo perfectamente.

            No articulé palabra, ella me veía y dijo: - Dad al cielo una plegaría, ¿Por qué vestis así, acaso es usted  actor y paladín de los vocablos hispanos y viene del palacio virreinal?

            - No señorita – no sabía que venía a una “noche colonial” y no me caractericé para esta reunión.

            - ¿Noche colonial?, ¿Qué es eso?  Sabed usted que las noches de este lugar son tranquilas, propias para refugiarse en la oración y no en menesteres de diversión y burla. No lo entiendo.

            Yo tampoco entendía nada. Por una ligera abertura de la cortina del ventanal que daba a la calle, pude observar un jinete a caballo y detrás, un carruaje de esos que sólo hay en el castillo de Chapultepec o en la Secretaría de Gobernación. Menos entendí. Vi mi reloj. Había dejado de funcionar.

            - ¿Qué edad tiene vuestra merced?- preguntó.

            - 48 años – respondí con cierto dejo de vergüenza.

            - Es el momento justo para desposarse – No hay impedimento para que llegué a usted una mujer y tener una buena camada de hijos. Seguramente sabe mucho del arte amatorio.

            Del arte amatorio, ni más ni menos – pues no, no mucho – afirmé

            Claro que debe conocer. La vida misma amalgama un erotismo sin igual. Debe usted saber que la vida hay que vivirla con pequeños sorbos de amor. Así como en el Juglar de los cantares, como en la epopeya de Gilgamech, y sin más comenzó:

Pregúntame yo te respondo, la mar está clara como tus ojos
y la laguna verde está ausente de guerra,
las armas declinan y el amor ha puesto su huevo de tortuga,
Pregúntame, sobre la noche el espacio tórrido de ausencia que hay entre tú y yo,
la cercanía exacta como exacto es el quejido de un laúd
o el aleteo pleno de un cometa que aborda un cuenco de madera en donde beberemos nuestra agua santa,
Pregúntame sobre mis años, mis largas ausencias,
de las sustancias sinuosas en la que se derrite mi sombra,
el canto de la pared de vidrio, columna de espejos en donde quiero que estés.

 

            - Y ¿usted qué dice?                                                                                                 

            Yo dije para mis adentros, ¡en la madre!, ahora que digo. Yo me sabía muy bien los poemas de Sabines, de Neruda y Benedetti, pero en ese momento no me acordé de nada. Me falló la memoria. Cómo decir una tontería frente a Sor Juana, si es que era ella. De repente, llegó un rayo que iluminó mi mente y con la mejor voz impostada de la que pude echar mano, me arranqué diciendo:

Si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe,
usted puede contar
conmigo
.
Si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué es flojera,
igual puede contar
conmigo.

.

Si, sé que es un poema bastante choteado de Benedetti, pero no se me ocurrió otra cosa.

Ella me veía con ojos de asombro y exclamo – maravilloso, sencillamente me ha dejado perpleja. ¿De quién es tan lindo poema?. Acaso, ¿será de su autoría?

- Claro -, me ufané, sabiendo que era mentira. A veces llegan las musas a mi mente y suelo hacer este tipo de poemas -. Me había elevado la autoestima que traía por los suelos.

- Encantador, es usted un hombre encantador, ya lo sabía, un decano de la educación, siempre sabe de todo, eso me da a pensar que conoce de los últimos compositores del Sagrado y Meritorio Dolor Ministerial. Seguidme por favor, y se puso de pie.

¡Madre mía! Que hermosa era. No muy alta, pero si esbelta y con una elegancia que paseó desde la sala hasta el lugar donde estaba el clavecín, yo nunca había visto uno. Se sentó delicadamente y se dirigió a mí.

- Escuche usted con atención este motete a la Gloria del Señor – Con destreza pianística toco varios acordes y con voz de soprano entonó

 

Etin terra

Pax omminibus

Bonie voluntatis

 

- Chin, que no se le vaya a ocurrir que cante o toque porque me voy a dar de sentones. No me acuerdo de nada, reflexioné.

Si se le ocurrió.

- Toque por favor, cante - Me cedió su lugar en el banquillo. Con leve y estudiado ademán me pidió que me sentara.

Me senté. Toqué la única pieza de Richard Clayderman que me sé: “Matrimonio de amor”. Me aplaudió cuando casi terminaba. Me sentía soñado.

No tardó en preguntar - ¿Y de canto?, quiero escucharlo cantar. Cante algo que defina el amor carnal, que ya no existe hoy en día.

¿Pues qué canto?, me espanté y se iluminó mi torpe cerebro con una canción de José Luis Perales:

El amor, es una gota de agua en un cristal,

es un paseo largo sin hablar,

es una fruta para dos.

 

El amor, es llorar cuando nos dice adiós,
el amor es soñar oyendo una canción,
el amor es besar poniendo el corazón,
es perdonarme tú y comprenderte yo.
 
               Iba para la segunda parte del estribillo, cuando sentí su mano sobre mi hombro y luego un abrazo cándido, creo que un poco amoroso. ¿Pues no que era lesbiana?
               Todo iba muy rápido, la noche seguía su curso.
               Dejé el clavicordio, me volteé hacía ella, le tome de ambas manos y le miré. No sabía que decir. Su mirada era penetrante, creo que hasta fulminante.
               Por fin hablé. Le dije que ella sería la esposa ideal, que nunca había conocido una mujer llena de talentos como ella, que si en mis manos estuviera, le llevaría al altar sin pensarlo dos veces.
               -  Imposible – susurró. – Tomaré los votos en tres días, al regreso de mi señora y dedicare mi alma y vida al cuidado del supremo creador.
               No podía ser cierto. Una mujer hermosa, inteligente y joven, convertida en monja. No lo aceptaba y menos porque había llenado mi vida, de lo inexplicable y esperado, en unas cuantas horas.
               Ya no le hablé de usted. Directamente le dije:
               - ¿Estás segura de que quieres ser monja?
               Esta pregunta le sorprendió, quitándome los ojos de encima y con la cabeza agachada me dijo:
- No, no lo estoy.
               Me acordé de la película “Sor ye ye”, cuando Enrique Guzmán, le hace esta misma pregunta a Hilda Aguirre. Por un momento la imaginé cantando en el festival de San Remo, ella en el escenario como finalista y entrando yo en segundo plano, por supuesto, muy lejos de parecerme a Enrique Guzmán y entonar a dúo:
 
Andando de tú mano
Que fácil es la vida
Andando de tu mano el mundo es ideal
 

Persuadirla, eso quería yo. No podía ser monja. La acababa de conocer y ya la amaba. Se me iba como el agua entre las manos. Creo que quise llorar.

El sonido de las campanas de una iglesia cercana, interrumpió esto que me parecía una quimera. Ella se apartó de mí y se hincó para rezar algo que no comprendí. El tañir de las campanas se hacía cada vez más fuerte, retumbaba en mis oídos. Cerré los ojos y me tapé los oídos, no quería más ruido. Deseaba perpetuar ese momento.

Desafortunadamente eran las 4:50 de la mañana, hora de levantarse. No eran campanas lo que escuche. Era la alarma de mi despertador. Todo había sido un sueño, un hermoso sueño. ¿Así sería Juana? Mi Juana de una noche en penumbra. Desearía no haber  despertado jamás, y continuar con aquella historia. Tal vez, no hubiera sido monja.

Ofrezco una disculpa por las malas palabras, pero ya ven, a veces el español, queda chiquito.

 

 

Pablo Reynoso Farías.


Artículo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 Ciudad de México, Centro, México. Se permite el uso citando la fuente u094.upnvirtual.edu.mx

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