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Año: 2021 Mes: ENERO-ABRIL Número: 89
Sección: PALABRAS PERIPATÉTICAS Apartado: Investigación Educativa
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LA VOCACION DE SER MAESTRO
RUTH FRANK LUJÁN
LA VOCACION DE SER MAESTRO
Por: Ruth Frank Luján
Jamás olvidaré su nombre: Abigail Arroyo Quiroz, ella fue mi hermosa maestra de primer grado, la que con infinita paciencia me enseñó a leer. Hoy sé que su método de enseñanza de la Lecto-escritura fue el onomatopéyico, ya que en la época durante el ciclo escolar 1973-1974 cuando estuve en primer grado de primaria estaba reconocido como el mejor método para que los docentes enseñaran a leer y a escribir a sus más de 52 alumnos por grupo. Recuerdo perfectamente que pasaba a su escritorio para que me pusiera los sellos de los animalitos u objetos con los cuales haría mis “planas”. Sólo estuve 2 años en mi adorada escuela: Profr. Jorge Casahonda Castillo, en San Ángel, Álvaro Obregón, a unos pasos del Museo del Carmen. Yo admiraba a mi maestra, me cautivaba su sonrisa, el olor de su perfume y repito, su incansable paciencia. En ocasiones tomaba mi mano para redireccionar algún trazo de la letra o para enseñarme a tomar correctamente el lápiz y me guiñaba un ojo cuando hacía bien las cosas. Ese amor invaluable, su entrega y dedicación hicieron que desde muy corta edad yo quisiera ser como ella, mi inclinación e interés hacia la más hermosa profesión, la de ser maestro; fue creciendo a medida que pasaron los años.
Viví momentos mágicos durante esos dos primeros años de mi vida escolar y por motivos de trabajo se cambió mi padre y nos mudamos de casa al Oriente de la Ciudad, entonces llegué a la Escuela Primaria “Profra. Paula Alegría Garza” para cursar 3° grado, yo tan solo tenía 7 años de edad y realmente fue muy complicado el ingresar a otra escuela, la primer sorpresa que me llevé fue que tenía compañeros que cursaban igual que yo tercero de primaria pero tenían 12 o 13 años me duplicaban la edad y también el tamaño, yo me sentía tan indefensa y fuera de lugar que quería llorar, hasta que entró el maestro al salón de clases, se quitó el cinturón y les empezó a dar cinturonazos a todos los que estaban de pie y corriendo, yo estaba impactada y temblaba de miedo.
Empezó pasando lista y preguntándoles las tablas de multiplicar y cada que se equivocaban les daba un cinturonazo, en su lista aparecía yo al final por ser la última niña que habían inscrito, era un grupo enorme 63 alumnos. Me preguntó las tablas de multiplicar (para mi fortuna, me las sabía todas) luego me pasó al pizarrón y me dictó una suma, una resta una multiplicación y una división. (todo lo hice bien) me pasó un libro y me dijo lee la página tal y empecé a leer, tenía miedo que me fuera a pegar.
¿De repente dijo, niña, cuántos años tienes? Le dije 7. Se dirigió a todo el grupo y les dijo que debería darles vergüenza que yo con solo 7 años sabía hacer todo lo que me había pedido y les advirtió: A partir de hoy …. me volvió a preguntar: ¿Niña, ¿cómo te llamas? Le contesté: Ruth, profesor. Mi nombre es Ruth Frank Luján.
Bien, a partir de hoy, Ruth es la jefa del grupo y cuando yo no esté, es ella quien pondrá el trabajo para todos y la deben obedecer como si fuera yo, porque el que la desobedezca ya sabe, se las verá con mi cincho. Todos los niños del grupo se quedaron callados viéndome y yo temblaba de pies a cabeza frente a todos ellos.
Cuando el maestro se retiró del salón y me sentó en su silla en el escritorio, todos estuvimos callados por un rato, hasta que el más latoso de ellos, al que le decían “el diablo” se puso de pie y me dijo en tono burlón, imitando al maestro: ¿Niña Ruth, me da permiso de ir a “miar”? tocándose su parte íntima, yo me puse de pie y con voz tranquila le dije: se dice “orinar” y si ve por favor, no queremos un accidente en el salón. Todos se rieron.
Les dije, he visto que no saben multiplicar ¿quieren que les enseñe? ¡Muchos dijeron no!!!! Otros si, tomé por primera vez como tutora de mis 68 compañeros, un gis blanco y coloqué en el pizarrón verde una multiplicación. Baste decir que, al concluir el año, “el diablo” sabía sumar, restar multiplicar y hasta dividir, decía que siempre me protegería, mis compañeros me querían mucho, me decían Ruthsita, me cuidaban y me platicaban sus problemas, el de sus casas y me dolía en lo más profundo cuando el maestro les pegaba con el cinturón, porque él no sabía, no tenía ni la más mínima idea del infierno que ellos Vivian en sus casas o que a veces no traían más que una taza de café en sus estomaguitos. Muchos de mis compañeros de esa época (los más grandes), terminaron muy mal, se dedicaron a delinquir y los metieron presos o murieron a corta edad por andar en malos pasos, otros se fueron al país del norte a buscar nuevas oportunidades y nunca más se supo de ellos y algunos más tuvieron hijos muy jóvenes y dejaron los estudios por trabajar.
Esa sensación de ayudar, de escuchar, de orientar, de ser gentil y amable con los más vulnerados, con los más pequeños, se convirtió en otro eslabón en mi formación, definitivamente yo quería ser docente, quería poder escuchar y orientar a mis niños y jóvenes, acompañarles durante su formación hasta verles independientes como hombres y mujeres productivos, eficientes, con un sentido y valor patrio, pero sobre todo felices. Nunca entendí ni en aquella época ni ahora, por qué el Maestro les pegaba, en lugar de investigar qué les pasaba.
Hace varios años, ese maestro se encontraba muy grave en el hospital del ISSSTE de Zaragoza, lo habían asaltado, pero curiosamente no le habían robado absolutamente nada, los ladrones sólo se quitaron el cinturón y le dieron de cinturonazos hasta levantarle la piel del cuerpo. Nadie entendía por qué a un maestro de edad avanzada le habían hecho eso, era un abuso con alguien totalmente indefenso, decían los médicos. Yo entendí, que algunos “niños diablo” de tantas generaciones que el maestro tuvo a su cargo, encontraron la forma de devolverle lo que había sembrado. Me dio tristeza, porque ningún maestro se merece pasar por una situación tan dolorosa, pero también me hizo recordar las lágrimas de mis compañeritos cuando le suplicaban que no les pegara.
La vocación de Ser maestro es un conjunto de sensaciones, emociones y conocimientos, que se van fortaleciendo con los años, es esa necesidad de dar lo mejor de ti al otro, de escuchar, orientar, guiar, amar con pasión tu hacer, es imprimir tu personalidad con tu grupo, darles frescura, color, es retar el momento cognitivo de tus alumnos. La vocación de ser maestro, no es estática es dinámica y se transforma conforme a las necesidades de tus propios alumnos, un maestro con vocación, está a la vanguardia no solo de conocimientos, sino de los temas que son de interés de sus alumnos, por eso, un maestro con vocación se renueva, se viste de fiesta todos los días y se convierte en un ser entrañable e inolvidable. Un maestro con vocación deja huella, trasciende, porque esas personitas a las que llama alumnos, algún día serán médicos, abogados, ingenieros, obreros, cocineros, secretarias, taxistas, maestros, etc., y te recordarán con amor, por tomar su mano con infinita paciencia y guiarles con algún trazo y no con odio por un cinturonazo. Nuestra sociedad después de esta crisis pandémica, hoy más que nunca necesita maestros con vocación, pilares de la educación que hagan que el proceso enseñanza aprendizaje sea una aventura maravillosa para nuestros alumnos.
Largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías; breve y eficaz por medio de ejemplos.
-Séneca-
(imagen-1)
Grupo 1°B 1973-1974 Esc. Prim. Profr. Jorge Casahonda Castillo. Profesora. Abigail Arroyo Quiroz. Al centro. Ruth Frank Luján. Abajo. Primera niña de la primera fila, hincada a la Izquierda:
Artículo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 Ciudad de México, Centro, México. Se permite el uso citando la fuente u094.upnvirtual.edu.mx