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Año: 2012 Mes: ABRIL-JUNIO Número: 64
Sección: INVESTIGACIÓN Apartado: Historia de la Educación
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MAESTROS A LA ANTIGUA
Vicente Paz Ruiz
CAPÍTULO I
LA SEGUNDA GENERACIÓN
Vicente Paz Ruiz
U UPN 094 D.F. Centro
Los maestros, miembros de una sociedad en una dinámica de cambio, son parte como todos los mexicanos de la década de los 40, 50 y 60 de un impulso que buscaba hacer de nuestro país uno desarrollado, con el progreso como horizonte y la industrialización como senda. La educación era parte fundamental de dicho esfuerzo, los futuros maestros, al igual que sus familiares fueron atraídos, como mariposas a las luces de la ciudad, de donde ya no pudieron salir.
En ella encontraron oportunidades para una vida que en sus comunidades de origen se les negó, aquí relataremos como Carmen, una futura maestra llega a la Ciudad de México en la década de los 50 y las penurias que pasa su familia para que ella pueda aspirar a ingresar a la Normal, cosa que logra. De los controles rígidos y autoritarios del gobierno y su sindicato, cómo éstos influyen en la vida del magisterio y en lo individual en una pareja de maestros que hará del magisterio su horizonte de vida.
En tres entregas, este relato novelado espera recuperar algo de la formación de los maestros de antes, de nuestros maestros del siglo pasado, ésta es la primera.
Del campo a la ciudad
Las luces de la ciudad brillan en lontananza, su reflejo en las nubes le asemeja a un joyero con forro de terciopelo que la cubre para envolverla en su sueño. El tren México Veracruz llega por Texcoco abriéndose paso por la espesa noche, herida por una media naranja plateada que nos deja ver las casuchas, construidas con láminas y desperdicios que se apiñan a los lados de las vías por donde la máquina diesel resopla, hiriendo el silencio nocturno.
Ha llegado a la vieja estación de Buenavista con otra carga de migrantes, que de diferentes municipios del país quedan asombrados ante tanta luminaria y ajetreo, son las nueve de la noche, la calle de lo que ahora es insurgentes norte se teje con hilos de luz que desprenden los autos, grandes masas de metal que con ostentosas placas de cromo surcan el pavimento. Cerca, pasa el camión “pistache”, “Santiago - Algarín, Santiago - Algarín” es el pregón del cobrador, quién baja ágilmente de su unidad, suben mano, suben … chuntaros sin plumas, ¡ja ja! resuena su risotada, él mismo no hará más de cinco años llegó a esa misma estación y ahora ya no es como era, ahora es como es. Los aludidos, una familia formada por dos adultos y tres niños corren tras el camión y suben sus cajas de cartón, donde atesoran sus escasas pertenencias, “¿me deja en la calle de San Juan de Letrán?”, preguntan al cobrador que por mala respuesta le dice, son 20 fierros por piocha. Una débil luz deja ver la cara del chofer, que con su gorra y su chamarra de cuero les grita, ¡subiendo que no es paseo!, esa luz deja ver el calendario que lleva arriba del espejo retrovisor, Enero de 1955.
La treintena de 1940 a 1970 estuvo marcado por una intensa migración de los habitantes del campo a las nacientes ciudades, los grandes centros urbanos: Guadalajara, Puebla, Monterrey y la capital del país, absorbían como esponjas el líquido que fluía del campo a las urbes.
¡Ayuntamiento!, órale bajan cinco con huacales!, es el grito del cobrador que alerta a Don Andrés, “anden niños pa bajo, ora vieja no te quedes ahí”, apura a su gente, oiga señor me podría decir… antes de que termine la frase el atestado camión arranca dejando su pegajosa nube de humo…, ni hablar ahora a ver cómo llegamos con Porfirio, medita, me dijo que bajando caminara hasta el mercado de San Juan y que ahí lueguito estaba la vecindad donde vive con Lucha, tu hermana. La luz, escasa y espaciada marca las sombras que los acompañan en su andar, con bultos en ristre van calle abajo. Al llegar al mercado, donde se venden una gran cantidad de aves y otras carnes al mayoreo, se aprecia un gran movimiento, lo rodean y llegan a la vieja calle de Luís Moya, cerca de Pugibet, un tétrico vecindario de pobre reputación, los mecapaleros e indigentes los rodean en la plazoleta de la Iglesia del Buen tono.
Déjenme pasar, busco a Porfirio Gómez que vende hielo y a su esposa Lucha, una señora que vende tamales en las mañanas en el mercado, dice Andrés sobresaltado al sentir las intenciones de los personajes de mala ralea. “Calmita con la agüita, acá no le hacemos nada a la raza, pásenle paisas, nada mas dejen para las hojitas ¿nooo?”
En el momento en que don Andrés busca en su bolsa se oye un chiflido que saludan los malora, ¿Qué Pachuca por Toluca mis ñeros?, aquí taloneando para unas hojitas mi “polar”. ¡Aguas con el ruco, es valedor, rifa San Juan si se lanzan con ellos!, amenaza Porfirio, el “polar” por mal nombre, con pica hielo en mano al reconocer a su compadre. Concha se esconde atrás de él con sus hijos. Ni hablar “Polar” ahí muere, vamos sobre otro maje, mascullan mientras se alejan. ¡Andrés, Concha, cómo están!, los vine a buscar, por aquí son bien maloras. Cargando él una de las cajas que traían los niños, se dirige a la vecindad, donde vive con su esposa y dos hijos.
Vas a ver compadre, aquí se gana bien, te chingas eso sí, pero hay chamba, tú que eres matancero te vas a forrar de billetes. Andrés en su Pueblo era el matancero, pero ya un pueblo sin reses, no daba para vivir, así que decidieron venir a la ciudad, sus potreros fueron invadidos por los campos petroleros y ahora no hay trabajo para él.
Mira compadre, esta es Carmencita la mayor, es muy aplicada y lista, él es Andrecito y aquella la gordita como su madre es Concha-chica, mañana los llevo a la escuela para que no se atrasen, comenta Andrés a su compadre. Porfirio “el polar”, vende hielo en bloques que acarrea con una bicicleta de triciclo desde La Viga. Fue muy duro su inicio, de eso ya hace 10 años, sin oficio, fue cargador de mecapal, luego diablero y con unos centavitos ahorrados, se compró su triciclo para hacerse cargador de hielo. Vieja, ¡ora piche fodonga! le grita a su esposa, deja de oír tu radio, todo el día con las novelas, a ver si te quedaron unos tamalitos para el compadre y para tu hermana, han de tener hambre. Lucha la aludida, se encuentra batiendo en una cazuela la masa para los tamales de la venta del día siguiente limpiándose las manos en su percudido delantal, les ofrece guiso del relleno de los tamales. Arrima a una esquina de la mesa sus enseres y se sienta a compartir el pan y la sal con sus parientes, quienes devoran su primer alimento del día.
La gran masa de migrantes en su mayoría sin la más mínima preparación es absorbida en las ciudades por empleadores que los usan para labores poco calificados, con sueldos de miseria que le permiten mal vivir, si bien las condiciones de vida no son lo que esperaban, son mejores de aquellas en que se encontraban en sus comunidades. La política económica de fomentar el crecimiento urbano dotándola de todo tipo de infraestructura para dar paso a la formación de ciudades industriales, deja en el olvido al campo la proporción de habitantes rurales y urbanos gira a favor de éstos últimos en un lapso de 20 años, nuestro país deja de ser uno de población rural a uno de población urbana.
Ese “Polar”, que dice el frío, traite un bloque de 50 para la cámara, quien le ordena es el “moritas”, un carnicero con más pelos que un chango, tan velludo que parece que es parte de su indumentaria de trabajo contra el fresco de la madrugada en el mercado de San Juan. Ese “moritas” ¿hay chamba para un valedor?, estás cabrón, eres puñal y ni un cuchillo sabes agarrar, además ya tengo morrongo. No es pa mí nachín, es para el compadre, era matancero en el pueblo, de los buenos, riposta Porfirio. ¡A chinga, a poco muy nalga!, a ver mándamelo.
Ahí te lo dejo para que lo pruebes. A ver tú, ¿cómo te llamas? “Andrés para servir a usted señor Ignacio”. No mames, no me digas así, soy el “moritas”, sácate de la cámara media res y túmbale las costillas no tardan en venir por un pedido, a ver como roncas. Andrés se siente como pez en el agua, separa la carne dentro de la cámara y afuera en un banco, con hacha en mano separa limpiamente las costillas, dejando buena impresión en su patrón. Le sabes al oficio, necesito alguien como tú, ¿te alcanza con 20 al día, los pellejos y huesos para la comida? Si señor “moritas”, gracias por darme trabajo. Nada de gracias, chíngale y si fallas un día te mando a la goma.
En la década de los 50 y 60 se impulsa la creación de infraestructura urbana, en el Distrito Federal toda una red de mercados públicos son construidos, con el complejo de la Merced, la Viga, San Juan, Jamaica como centros distribuidores de mayoristas. Las colonias crecen en su derredor y son dotadas poco a poco de traza, pavimento, alcantarillado, drenaje, agua potable y alumbrado, la Compañía de luz y fuerza del centro se encarga de dotar a esta urbe en expansión de ese vital fluido.
No serán las primeras generaciones de los migrante quienes se vean favorecidos con el desarrollo de las ciudades, son ellos que con su trabajo le dan forma e impulso, dejando las condiciones para que su hijos, la segunda generación, aproveche esta labor de sacrificio, sus hijos son los que asisten a las escuelas recién construidas, a los hospitales para ser atendidos y toda una serie de beneficios sociales que el entorno urbano otorga en detrimento de las zonas rurales, a quienes se les regatea cualquier gasto.
¡“Matador”!, Andrés quien así es apodado, voltea al escuchar la voz de su patrón. Mañana tengo un pedo así que te vas al rastro a escoger carne, no te vayan a hacer pendejo. Oye “moritas”, es que iba a llevar a los niños a la escuela a inscribirse. A chinga, ¿qué van a la escuela?, pues si sale re caro y ¿en qué año van? Carmen la grande va en secundaria, cuando salga va a hacer su examen en la escuela para maestros, por eso me tengo que ir de madrugada, Andrecito está en la primaria en la tarde y Conchis va para tercero. ¿Para qué los mandas? Pura perdedera de tiempo y lana, al rato se casan y a la chingada todo. Que por mí no quede, dice Andrés, que tengan las oportunidades que no tuve yo, mi padre no me mandó a la escuela por eso apenas deletreo, no se leer y no quiero que ellos sean igual. Ya cabrón me vas a hacer chillar, órale, entonces voy yo pero para la otra no te escapas.
El “Matador” sale ya de noche del mercado y va calle abajo rumbo a Pugibet, han pasado dos años desde su llegada, se ha desocupado una vivienda y ellos se han mudado ahí, como vecinos del “Polar”. Concha su esposa vende tacos de cochinita pibil en la puerta de la vecindad, sus hijos le ayudan, Carmen es la que hace el guiso y las cuentas, Andrés chico despacha y Conchis ofrece aguas de horchata u hojitas, según la hora. Viejo, un taco, le ofrece a su esposo que llega, niños sírvanle a su padre, ordena como matrona la señora que desde su trono manda a su equipo de trabajo, ella resguarda el dinero que sus hijos le llevan. La costumbre de usar la fuerza de trabajo de los niños que es común en el campo es repetida en las ciudades por lo migrantes, lo que une el núcleo familiar, fortalece su economía y los hace de un oficio, eso hace apreciadas las familias grandes, a eso se sumaba el desconocimiento de los medios de planificación familiar, lo habitual era ser padre de más de cuatro.
Esa cantidad de niños en las ciudades rebasa la capacidad de atención del gobierno, por lo que muchos eran dejados fuera de las escuelas por falta de cupo. Sus padres ponían las esperanzas en la escuela para mejorar el nivel de vida de sus hijos, convirtiendo en una presión para la política de desarrollo social del Estado. Los maestros empíricos eran la mayoría en la década de los 40, 50 y 60, para elevar su nivel académico y legitimar su ejercicio se forma el instituto federal de capacitación del magisterio (IFCM) que los atiende en sus 30 años de vida. Ese control de pensamiento se complementa con el control de su gremio por parte del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), de tendencia oficialista, que desde un principio se liga a los intereses del estado dejando en otro nivel los de los docentes y más alejado aún el de la educación, su insumo de trabajo. La formación de maestros en una prioridad ante la explosión de la tasa de natalidad del país. Sin embargo son las normales de donde egresan los mentores mejor formados y con alto nivel técnico, la Nacional de Maestros en el D.F. es la joya de la corona del sistema de formación docente.
Rogando por una esperanza
¡Madre mía!, exclama doña Concha al ver el tamaño de la fila de aspirante para hacer el examen en la normal, Carmen baja del triciclo en el que el “Polar” las llevó y corre a apartar un sitio, aquí madrecita, acurrúcate aquí, le dice una señora, que junto con su hijo se cubren con un grueso cotorino de lana, son pasadito de las cuatro de la madrugada, una pertinaz llovizna hiere las mejillas de las mujeres que con su reboso se cubren lo que pueden, “ahí las dejo comadre, voy por el hielo para la venta” dice el “Polar”, no caminen pa´ enfrente, ahí está Santa Julia, puro malilla, al rato llega el compadre, dice y se aleja pedaleando. El “Matador” llega cerca de las siete, primero pasó a la carnicería a escoger la carne para corte, dejó encargado al “morrongo” los cortes gruesos y corrió a alcanzar a sus mujeres. El “moritas”, su patrón está en el rastro escogiendo carne, por lo que a él le tocó abrir. ¡En la madre!, exclama al llegar a la normal, no puede creer lo que ve, una inmensa fila donde busca a voces a sus mujeres.
Cerca de las ocho de la mañana se oyen gritos y se arma una trifulca en la puerta de la Normal, a pesar de que la entrada es inmensa, es controlada para que entren poco a poco los aspirantes, sin embargo no falta quien se quiera meter a la mala y a la mala es sacado a la cola. Carmen con sus dos trenzas alisadas pasa, pero no sus padres, quienes son dejados fuera, “écheme la bendición má”, dice antes de enfilarse siguiendo las órdenes de los guardianes al interior de la Escuela. Su larga falda le esconde la figura que poco a poco se le desarrolla, enlazando las dos manos en su pecho eleva sus plegarias al cielo, “que me quede virgencita, que me quede”.
En 1943 Don Jaime Torres Bodet había dado los pasos necesarios para que el proyecto educativo de la Revolución mexicana, la escuela rural, fuera dejado de lado, las normales rurales se estaban convirtiendo más en problema que solución, la escuela nacional de maestros, era la viva imagen de una política, centralista y pro urbana. Fue diseñada con una inspiración en la arquitectura nacionalista por Mario Pani quien la adorna con motivos olmecas, una gran cabeza al centro de unos frisos que recuerdan la tradición gráfica de la piedra precolombina y un inmenso mural de Orozco, “Alegoría nacional”, la hacen un estuche patrio. Tocó al presidente Miguel Alemán, de reconocida tendencia liberal – desarrollista inaugurar dichas instalaciones, haciendo eco de la demanda de formación de docentes en todo el país.
¡De píe!, retumba en el amplio salón la voz de de la maestra, quien deposita los exámenes en el escritorio, buenos días les dice y prosigue; ustedes aspiran a pertenecer a la mejor escuela, aquí se enseña a ser maestro, se les educa para que ustedes el día de mañana sirvan a su país en cualquiera de los confines a que sean enviados, ser maestros es ser un escogido que velará por la patria ya que educarán a los niños de hoy, ciudadanos del mañana que nos darán un México mejor, ustedes aspiran a ser una pieza fundamental, un soldado de la revolución que requiere sacrificio, el que no esté dispuesto al sacrificio que esto impone, ¡que se marche ahora! … la generación 57 – 60 a la que aspiran, deberá de ser la mejor, la mejor de esta escuela que ha sido cuna de insignes maestros que ustedes deberán de tomar como ejemplo y tratar de emular.
Todos, incluida Carmen bajan la mirada ante la imponente figura de la maestra y de su arenga, la cual le ha hecho que sienta la piel de gallina, nadie sale, el silencio es sepulcral, esperan con ansias reprimidas que les repartan sus exámenes. “Me bañé para el examen médico a ver si me toca hoy” piensa mientras espera sus hojas, ¡sentados!, ordena la maestra quien empieza a repartir una por una las hojas de los exámenes.
Mientras eso sucede dentro de la escuela, afuera, sus padres se calientan la panza con un atole esperándola. Ya ves Concha, dice Andrés, si nos hubiéramos quedado en el pueblo Carmen ya se estaría preparando para casar no que aquí quiere ser alguien. Si viejo, me dio harta emoción cuando me dijo, “mamita, quiero estudiar para ser maestra”, yo no le quité la ilusión pá qué, porque es muy caro, pero para eso trabajamos ¿o no? A ver si se queda, son muchos los que quieren entrar, el mismo Andrés se contesta, primero Dios ya verás que sí, es muy lista, no reprobó en la primaria ni en la secundaria vas a ver que se queda.
Los planes y programas del Proyecto de unidad son pensados para una cultura urbana, para fomentarla y crear, tal vez sin quererlo, una polarización entre el país del campo y el de la ciudad. Los planes regionales que habían tenido empuje como la escuela racionalista en el sureste, es cortada y absorbida hacia una propuesta única, que emana una sola imagen, una sola conciencia del México en vías de desarrollo, del nacionalismo encarnado en la patria y en su imagen folclórica de los altos de Jalisco. En el proyecto educativo de unidad se concentra en el poder real en la SEP, en el centro del país.
Anda niña, camina, ya deja de estar baboseando, quien así habla es Andrés, que acompaña a su hija Carmen a comprar su lista de útiles para la escuela, avanzan por la calle de 5 de mayo, es sábado y se encuentra llena de gente que al igual que ellos buscan los mejores precios para sus útiles escolares. ¡Mira papacito, que bonito manguillo! no me alcanza hija, ve otro más sencillo, mientras eso decía, entran a una papelería, donde muestran la lista de compras al dependiente, Carmen no le quita la vista a una pluma fuente, pero es cara, pide una atómica más económica. Poco a poco van apareciendo sobre el mostrador, un manguillo, lápices, sacapuntas de metal, tintero, libretas, regla, un juego de geometría, libros, todo se envuelve con cuidado y se deposita dentro de una bolsa de papel que Carmen carga con ilusión, ha sido aceptada en la normal y se encuentra comprando lo necesario para iniciar el año escolar.
Atravesando el barrio de los estudiantes, aprovechan para compran unas planillas que sólo se encuentran en la papelería “Avante”, especialista en material didáctico. Prosiguen su camino y llegan a una avenida ancha llena de trajín y luz, es la zona de la Merced, se dirigen a una tienda en el mercado de Mixcalco, donde una dependiente les orienta en la compra de lo necesario para completar el uniforme de la Normal, todo de azul marino. Ya con el uniforme, salen a la negrura de la fresca noche, las luces del cielo parecen rivalizar con los destellos de los autos y los hirientes cortes de las lámparas que rasgan la oscuridad. Caminan hasta las calles de Izazaga, las panaderías despiden un olor a huevo y mantequilla recién horneada.
Sin darse cuenta están dentro de una pastelería, se dedican a escoger los bolillo más crujientes, unas “corbatas”, “conchas”, “piedras” y “ojos de pancha” que tanto les gustan, están maravillados con una charolas ligeras y unas pinzas de churrero con las que cogen cuidadosamente el pan, el piso con alfombra de aserrín ahoga sus pasos, salen con una gran bolsa de papel y mordisqueando un pan padre e hija. Hacen la parada a un viejo camión que los recoge y como alfombra mágica los deposita en el Salto del Agua. Atraviesan las calles rumbo a su vecindad, en el paso del mercado compran un elote que comparten, mientras regresan a casa ya entada la noche.
Mientras emocionada como niña con zapatos nuevos Carmen forras sus útiles, en la intimidad de su lecho, los esposos platican sobre su hija. Se quedó mi hijita, viejo, ya tienes quien te saque de pobre. No seas atenida vieja, la niña va a ser de otra clase, la vamos a tener muy poco, ya no va a ser como nosotros, va a ser más. Por eso viejo, nos va a ayudar aquí en la casa. ¡A que la burra!, no Concha, mi hija va a ganarse su dinerito para ella, mientras yo tenga dos manos nada nos ha de faltar, revira Andrés, anda ya duérmete que mañana tienes que llevarla a la escuela, yo te despierto, al cabo que a esa hora me voy a la chamba con el compadre “Moritas”.
Al final de los 50, al entrar en juego el plan de once años, la normal para maestros de educación primaria modifica su plan de estudios, dos veces una cada año (1959 y 1960) cambiando su duración a tres años y dando prioridad a cómo enseñar antes que el qué enseñar, se confiaba en la posible naturaleza autodidacta del maestros y sobre todo en su sistema de formación continua, el IFCM.
El frío de la mañana no parece importarle a Carmen, quien como chiquilla de quince años que es, se ve repetidamente sus zapatos nuevos, luce su uniforme impecablemente planchado, en tanto atesora contra el pecho sus útiles, el material escolar que ha de usar en su nueva escuela, Concha su madre, mueve su rechoncha humanidad para abrir camino al presentir su próximo arribo a la Normal, “bajan joven” dice tímidamente al cobrador quien echa pie al arroyo antes de detenerse el camión, le ofrece la mano a Concha y ayuda a Carmen a bajar, para repentinamente subir por el estribo a su unidad y perderse sobre las calles de Tacuba lanzando una nube de hollín.
Caminan por la avenida de los Maestros, Concha con azoro, ve la inmensa puerta de la Normal que como imponentes fauces amenazan con devorar a su tesoro, abraza a su hija, algo que no acostumbra y la persigna. Le dice como regresar a casa, le repite las instrucciones más de cinco veces, “si má, ya entendí”, dice Carmen, quien recibe para su pasaje un veinte de cobre y dos josefitas, entra al edificio dejando a su madre con un Jesús en la boca. Camina dejándose llevar por el flujo de los andantes, nota inmediatamente quienes son bisoños como ella y quienes son veteranos. Los primeros caminan inseguros, medrosos viendo hacia todos lados con la esperanza de encontrar no saben que, en tanto que los segundos camina firmes, sabedores del terreno que pisan, a su paso saludan a sus camaradas después de las vacaciones.
La normales cambian sus planes de estudios hasta la década de los sesenta, en los 50 siguen el plan por asignaturas de corte disciplinar, que tiene la idea de formar eruditos antes que maestros. Dejan atrás el plan de seis años, que aceptaba a maestros con primaria y dentro de las normales se les impartía al mismo tiempo que la secundaria la normal, ahora ya no se requiere eso, al menos en la capital de país, el plan de estudios es de 3 años tanto la modificación de facto del plan de 1945 como el de 1959, es a esos cambios a los que se ha de enfrentar Carmen, quien ilusionada atraviesa la puerta de su salón, sin imaginar cómo ese paso le habría de cambiar la vida … (continuará)
Artículo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 Ciudad de México, Centro, México. Se permite el uso citando la fuente u094.upnvirtual.edu.mx