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Año: 2019 Mes: ENERO-ABRIL Número: 83
Sección: INVESTIGACIÓN Apartado:
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Educación y ciudadanía: fortalecer la formación ciudadana desde la escuela.
Mendoza Hernández Oscar

Mendoza Hernández Oscar[1]

Abril de 2019

Introducción

La educación, como fenómeno social, tiende a la formación de los individuos para dotarlos de elementos de conocimientos teóricos y prácticos que favorezcan una mejor socialización “del ser humano para conformar otro nuevo, social y moral” (Magdalena, 1980) que participe activamente en los distintos ámbitos y grupos de interacción cotidiana. Esta consideración es pertinente dado que “los problemas sociales que enfrenta una sociedad de cambio de época, constituyen el escenario complejo para mediar los aprendizajes en una sociedad competitiva” (Simbaña, Jaramillo, & Vinueza, 2017); por lo tanto, la formación ciudadana debe estar acorde con las complejidades de sociedades cambiantes, pero que se siguen delimitando por valores y fines comunes establecidos en los marcos institucionales de  cada nación, los cuales favorecen la construcción de “un ethos común y compartido, en el que los individuos reconozcan y alimenten su identidad moral” (Camps, 2016)

Desde la perspectiva funcionalista, se sostiene que la educación “recupera y expresa necesidades sociales concretas, ideas y sentimientos colectivos…” (Durkheim, 1978); por lo que se hace necesario que los trayectos de los individuos dentro de una educación formal y sistematizada, mantengan la socialización como eje rector de los procesos de enseñanza y aprendizaje, al mismo tiempo que se mantengan como “soporte de la cohesión social, o en términos durkheimianos, de la solidaridad orgánica…” (Magdalena, 1980)

La realidad actual, demanda ciudadanos con libertad, pero también con responsabilidad para utilizar aquella en beneficio individual y colectivo; es decir, sujetos con una identidad social que les permita participar de forma democrática dentro de un grupo, con intersubjetividades soportadas en valores comunes, acordes a las necesidades de bienestar colectivo, tan perseguidas en estos tiempos.

Es aquí donde la educación puede jugar un rol decisivo en la conformación de sujetos con conciencia social, que aporten desde su subjetividad y su ciudadanía, a la construcción y transformación de escenarios sociales favorecedores del ejercicio de las libertades y los derechos humanos; sin embargo, la formación ciudadana al interior de las escuelas, debe configurarse desde la reflexión de los agentes educativos en su conjunto, por conformar ellos mismos un grupo social que replica en muchos casos, lo que sucede fuera del ámbito educativo como sistema en términos de interacción social. El docente, como favorecedor de ambientes y procesos de aprendizaje, es el primero que debe generar el análisis de los contextos escolares y la reflexión de sus prácticas, para determinar formas de intervención pertinentes para favorecer la formación ciudadana de los estudiantes y su propia transformación cuando así lo amerite el resultado de su proceso reflexivo.

 


La importancia de la formación ciudadana

La narrativa de la cotidianidad, expresada desde las instituciones, los medios de comunicación a través de los noticieros, pero también de las redes sociales predominantes en esta era digital, dan cuenta de un deterioro notable del tejido social, que se manifiesta en actos violentos y ruptura de la estabilidad colectiva, producto también de las transformaciones que necesariamente trae aparejado el fenómeno de la globalización, que, como establece Camps (2014) ha puesto en crisis a la sociedad contemporánea, con cambios significativos en la familia, en la escuela, en las formas de consumo y de hacer política, entre otros ámbitos que afectan la vida individual y colectiva de los seres humanos.

El ámbito escolar, ha sido alcanzado por el desconcierto de hacia dónde dirigir sus esfuerzos y acciones formativas, en la llamada sociedad del conocimiento, pero que también es la sociedad de la incertidumbre, en la que “el hombre, enfrentado a las incertidumbres por todos lados, es arrastrado (constantemente) hacia una nueva aventura” (Morin, 1999); es decir, no hay un horizonte estable de socialización que de referencia a las acciones institucionales para la formación ciudadana, por el contrario, deben pensarse y construirse formas de identidad y espacios de comunidad en los que haya un entendimiento mutuo para “ajustar las pautas de vida de acuerdo con los nuevos tipos sociales y el nuevo ethos social que impuso la modernidad” (González, 2007), pero que también garanticen convivencias con valores encaminados a lograr el bienestar común y una cohesión social en concordancia con las nuevas realidades modernas.

Así, como dice Conde (2006), hay “tareas pendientes y desafíos que enfrentamos para avanzar de manera certera hacia la formación de una ciudadanía crítica, activa, comprometida, consciente y en estrecha relación con un gobierno efectivo…”; esto se evidencia en las relaciones violentas que cotidianamente presenciamos en los ámbitos público y privado de nuestra sociedad, que refleja una ruptura importante de los vínculos que habían mantenido estable la dimensión social de los individuos, pero que se ha visto alterada por la complejidad de una realidad en la que los cambios constantes obligan a las personas a adaptarse y a replantear constantemente su rol individual y sus motivaciones para interactuar con el otro, sobre todo en los espacios públicos.

La cohesión social, que permite relaciones sociales de calidad, en términos de buscar el bienestar común, desde la acción individual y colectiva, está en crisis por las transformaciones sociales que afectan todos los ámbitos de interacción de los individuos; la familia presenta diversidad en su estructura que la aleja de lo que se visualizaba como socialmente estable hace algunos años, la escuela tiene que gestionar ambientes de aprendizaje con una diversidad de estudiantes que presentan características, intereses y necesidades distintas y que cotidianamente implican un reto para los docentes; por otro lado, el campo laboral tiene ahora posibilidades de empleo en distintas formatos y modalidades, que implican interacciones profesionales diferentes y sin antecedentes respecto a su conformación. Estos ámbitos se configuran a partir de relaciones que parten de lo individual hacia lo social, pero en el camino de su organización hay ausencia de referentes estables y sólidos que dificulta el acercamiento solidario y positivamente dialéctico de las intersubjetividades para tener un andamiaje relacional sólido de las dinámicas sociales modernas.

Parece cierto que “la crisis actual, en consecuencia, es una crisis estructural, cuya principal característica radica en que las dificultades de funcionamiento se producen simultáneamente en las instituciones responsables de la cohesión social” (Tedesco, 2014); por lo tanto, es necesario fortalecer la formación ciudadana que permita avanzar en la participación democrática y en la acción social para prevenir y contener las manifestaciones de disociación colectiva que se hacen evidentes en los cotidianos. Dado que como dice Tedesco (2014), ya no es posible contar de forma estable y permanente con referentes que normen la acción individual y colectiva en las dinámicas sociales desde las instituciones tradicionales del Estado, habrá que seguir construyendo formas de convivencia sana y solidaria con los elementos de la realidad actual y en consideración a las características de los contextos que componen dicha realidad.

Dado que “la dimensión social es esencial y constitutiva del ser humano” (Di Caudo, 2007), sin una exposición de los individuos a procesos formativos de socialización, su construcción como sujetos integrantes de colectivos diversos, será limitada en su participación y aportación para establecimiento de democracias que gestionen los cambios en beneficio de sus integrantes, propiciando identidades individuales y colectivas que puedan favorecer convivencias solidarias y respetuosas.

Por otro lado, el bienestar común, en torno al que se construyen intersubjetividades y que favorece la cohesión social de un colectivo, se manifiesta de mejor forma en comunidades que tienen fines y valores consensados que norman las actuaciones cotidianas, sobre todo en los espacios de interacción correspondientes al ámbito público; el que estas normas sean percibidas por los individuos como benéficas para la comunidad, es posible si desde los espacios formativos como las escuelas se fomenta la reflexión respecto a la realidad social actual, así  como el conocimiento de hombre desde su naturaleza individual, pero como ser social. Es en estos ambientes en los que está la oportunidad de una formación ciudadana, con la organización de grupos de forma que la convivencia propicie la integración y la inclusión de la diversidad presente en las dimensiones sociales, para modelar realidades que pueden construirse más allá de estos espacios.

La comprensión de sí mismo y del otro es una acción humanizadora de los individuos, que a través del encuentro consigo mismo y con los otros se construyen saberes teóricos y prácticos, así como referentes de actuación individual y social, con distintas formas de comunicación y conversación; dado que “el encuentro no es mera proximidad, sino que supone un ir y venir entre los seres que interactúan: una interpelación” (Di Caudo, 2007), es necesario tener herramientas que permitan una interpelación dialógica y dialéctica, en la que los interactuantes aprendan de si y del otro, para lograr convivencias sanas a pesar de la diferencias evidentes y se favorezca una cohesión social en torno a fines convenientes y benéficos para la colectividad. Es la escuela un espacio fundamental para el logro de estos propósitos y que implica la construcción de una comunidad sólida que incluya e integre a todos los agentes educativos.

 

La escuela, espacios de construcción de la ciudadanía

La escuela, siendo un espacio que reúne a individuos para que transiten por un proceso formativo, conforma colectividades organizadas en grupos heterogéneos que a través de interacciones entre sí, generan dimensiones sociales con características particulares, que se convierten en comunidades llamadas de distinta forma: escolares, educativas, de aprendizaje, de práctica, etc.; estas comunidades son un tipo de organización social con cierta cohesión que debe responder a retos respecto a expectativas y necesidades de quienes las integran y del sistema social en el que están inmersas. Los conocimientos teóricos e instrumentales que se adquieren en los centros educativos son útiles si es posible aplicarlos en la cotidianidad de los estudiantes, sobre todo en la interacción con otros en distintos ámbitos fuera de la escuela; el conocimiento expresado en toma de decisiones respecto a las relaciones familiares, laborales, sentimentales, entre otras, va dando al individuo un sentido de autonomía para construir una forma propia de ser y hacer uso de sus libertades dentro de los marcos jurídicos de cada Estado, lo cual es parte de ser ciudadano.

La escuela, como uno de los espacios institucionales de formación ciudadana, deben sustentar sus acciones en “valores que gozan de amplio consenso y se han convertido en mínimos éticos que permiten imaginar y construir una sociedad en congruencia con los principios y valores de la democracia” (Conde, 2006); de ahí que el desarrollo de un pensamiento crítico en los estudiantes, es imprescindible para tener una comprensión de la realidad en toda su complejidad para relacionarse mejor con ella y al mismo tiempo conocer, comprender y aceptar al otro en sus diferencias, pero también en las posibilidades de interacción para la configuración de valores comunes y habilidades sociales que trasciendan los espacios escolares y se reflejen en la participación activa y solidaria en la dimensión social de la vida cotidiana.

Los marcos de referencia de las acciones pedagógicas de muchas escuelas, no necesariamente son reconocidos por los estudiantes, ya que ellos nacieron y han crecido en momentos de ruptura de paradigmas que se sostenían en dichos marcos referenciales, que “estaban adaptados a un tiempo y a un mundo que eran lo que ya no son” (Serres, 2013). Los jóvenes ahora construyen su identidad y su pertenencia con referentes que mayormente se encuentran fuera de las instituciones como la escuela, la familia, la iglesia, entre otras; el amplio espacio mediático propicia formas de comunicación y vinculación con características y andamiajes distintos a los del siglo pasado, y que en muchos casos son contradictorios con las formas educativas de los espacios formativos tradicionales. Esto abona a la ya mencionada crisis de la dimensión social, pues hay un alejamiento entre generaciones, determinada por distintos factores como la tecnología y su manifestación en un mundo digital que absorbe a través de las redes sociales la vida individual y colectiva de millones de niños, niñas y jóvenes. Al mismo tiempo, este mundo digital aísla a sus visitantes, de la otra realidad, la concreta, la que aún con las transformaciones, permanece y puede generar vínculos más estables y duraderos; es decir, mantener una cohesión social más sólida y estable.

La escuela actual, que debe estar al nivel de las demandas de la realidad moderna con toda su complejidad, debe abrirse al acontecer social cotidiano, complementar el desarrollo de los contenidos curriculares con la información y el conocimiento que emana de los ámbitos de interacción que se dan fuera de los espacios escolares y tender puentes accesibles de colaboración con la comunidad educativa; por lo tanto, “si la formación de la persona ha de ser el objetivo primordial de la educación, la familia y la escuela deberían ser agentes complementarios, y mostrar un complicidad que, por el contrario, brilla por sus ausencia” (Camps, 2016). La cohesión social implica la configuración de relaciones que tengan aspectos comunes de vinculación entre los distintos ámbitos en los que los individuos están inmersos en su cotidianidad, entre ellos la escuela, la familia, el entretenimiento, el trabajo, las expresiones culturales, etc.

Dentro del trayecto formativo en el sistema escolarizado, se debe fomentar el desarrollo de la conciencia social de los estudiantes; buscar en lo posible, la comprensión de su pertenencia a un colectivo en el que participa voluntaria o involuntariamente, con entornos socioculturales que le demandan generalmente una postura y una actitud ante las dinámicas sociales que se configuran y reconfiguran constantemente, y con marcos normativos que regulan el uso de las libertades inherentes y adjudicadas a cada individuo. Esta participación convierte a los individuos en ciudadanos con derechos y obligaciones que deben gestionar para asumir la construcción de su destino y al mismo tiempo aportar al fortalecimiento de una sociedad democrática que favorezca el bienestar común.

Derivado de lo anterior, la reflexión de docentes y directivos, en términos de las prácticas educativas, deben incluir la generación de estrategias de socialización, con la incorporación de conocimientos, habilidades y actitudes que permitan trazar el camino de una formación ciudadana acorde con los principios democráticos de una sociedad igualitaria, haciendo a los estudiantes sujetos activos de ella, con posibilidades de transformarse y transformar el entorno de acuerdo con los cambios propios e incesantes de la actualidad moderna. Pero si es necesario la reflexión de docentes y directivos, es también esencial el desarrollo de la capacidad autoreflexiva en los estudiantes, para comprenderse como sujetos en constante cambio, que están inmersos en distintos ámbitos de una realidad compleja que demanda su capacidad de adaptación y de interacción con el otro, para el logro del bienestar común, a través de su acción individual y social.

Como ya se ha mencionado, la ciudadanía comparte fines y valores consensados, pero para su formación, “la educación no puede contentarse con reunir a los individuos haciéndolos suscribirse a valores comunes forjados en el pasado” (Delors, 1996); esto porque las transformaciones sociales evidentes e inherentes a la modernidad y la globalización, implican el replanteamiento del sustento valoral que orienta las actuaciones ciudadanas para estar en posibilidades de configurar sociedades que favorezcan el desarrollo personal y profesional de sus integrantes. En este sentido, la construcción de ciudadanía desde los escenarios educativos requiere involucrar a los estudiantes en procesos socializadores con estrategias didácticas e intervenciones pedagógicas que favorezcan la reflexión respecto de las implicaciones de la vida social en función de la movilización de los saberes adquiridos para resolver situaciones y tomar decisiones en la cotidianidad individual y colectiva. Lo anterior favorece “procesos de educación ciudadana congruentes, sistemáticos y consistentes, basados en la reflexión crítica, en la práctica y en la transformación del entorno” (Conde S. , 2006), lo cual implica hacer al estudiante responsable de sí mismo y de los otros, dentro de los espacios de convivencia.

La formación ciudadana desde las escuelas, de acuerdo al nivel educativo, debe favorecer y/o fortalecer el aprender a participar; es decir, hacer consciente al alumno de sus posibilidades de hacerse presente y aportar al grupo en el que está inmerso, y las formas más solidarias y respetuosas de hacerlo, llevándolo de su individualismo conocido, a la aventura de la socialización de sus acciones con conciencia de sí mismo en relación con los otros, viviendo al mismo tiempo “un proceso de aprendizaje de las competencias requeridas para la participación” (Hernàndez, 2010).

Las diferentes formas de organización grupal en las aulas de las escuelas, además de favorecer la participación dentro de las interacciones que se suscitan derivadas de las actividades escolares, favorecen también el sentido de pertenencia a un colectivo, la identificación con los integrantes de este y el proceso de configuración identitaria de cada sujeto, lo que favorece el ejercicio de valores como la solidaridad y el respeto, que son básicos en la construcción de vínculos que fortalecen la acción social en torno a un fin común. Esto permite modelar actuaciones que sirvan de referente para la toma de decisiones fuera de la escuela, en los ámbitos de interacción cotidiana de los estudiantes; al mismo tiempo, se atiende el reto que implica una sociedad compleja con escenarios socioculturales cambiantes y transformados por la era de la globalización, al desarrollar “la capacidad de construir una identidad compleja, una identidad que contenga la pertenencia a múltiples ámbitos” (Tedesco, 2015), requerimiento de una ciudadanía moderna.

Las comunidades educativas son dinámicas en sus trayectos, ya que el paso a un siguiente grado o nivel escolar, genera una movilidad que permite a los estudiantes avanzar en sus procesos formativos y apropiarse de saberes cada vez más complejos, al tiempo que transita por etapas de desarrollo propias de los seres humanos; cada nuevo episodio es una oportunidad para socializar en ambientes cada vez más complejos y con tareas más elaborados que requieren la construcción de conocimiento útiles para la resolución de situaciones específicas. Lo anterior es análogo a la vida cotidiana y las travesías que cada individuo debe recorrer para lograr la movilidad social en lo personal y en lo profesional; sin embargo, tanto en la escuela como en la vida, se tendrán que respetar marcos regulatorios de la acción humana, reconociendo los referentes que permiten a los sujetos reflexionar sobre sus actos, para ponerlos en concordancia con los fines y valores sociales, comunes al grupo de pertenencia. Lo ideal es que lo anterior se logre a través de una “dinámica comunicativa, de diálogos y acuerdos como formas de práctica social” (Di Caudo), proceso que es pilar de la acción ciudadana para generar relaciones igualitarias y fortalecer la vida democrática.

Las dinámicas escolares, que involucran interacciones entre los agentes educativos, están implicadas en “una doble misión de la educación: enseñar la diversidad de la especie humana y contribuir a una toma de conciencia de las semejanzas y la interdependencia entre todos los seres humanos” (Delors, 1996); lo anterior posibilita actuaciones más razonadas de los involucrados, en términos de la construcción de espacios de convivencia orientados al logro de fines comunes y del beneficio colectivo. Estos procesos favorecen el conocimiento individual y colectivo para encontrar coincidencias que permitan anclar las intersubjetividades que se ponen en juego en las aulas.

Las escuelas cumplen su función de socialización y de vinculación con los procesos de formación ciudadana, “en la medida en que se desarrolle y practique en ellas la participación democrática y la facultad de comprender y enjuiciar a la (misma) escuela, (por lo que) probablemente constituyen el mejor lugar para formar demócratas y ciudadanos” (Wulf, 2004); por lo tanto, es necesario que los docentes generen prácticas que favorezcan el pensamiento crítico y la reflexión respecto a la dimensión individual y social en los alumnos, configurado los espacios áulicos para modelar escenarios colectivos con la posibilidad de ejercer derechos y obligaciones que se expresen en interacciones que involucren el desarrollo de competencias sociales. La competencia social “supone utilizar, para desenvolverse socialmente, el conocimiento sobre la evolución y la organización de las sociedades y sobre los rasgos del sistema democrático, así como utilizar el juicio moral para elegir y tomar decisiones, y ejercer activa y responsablemente los derechos y deberes de la ciudadanía” (Trejo, 2008); entonces estos conocimientos deben estar presentes en las actividades, vinculados a los contenidos curriculares para lograr acciones formativas integrales.

Las relaciones dentro de las escuelas tienen necesariamente un carácter pedagógico que media en la formación de los estudiantes, lo cual “se inscribe dentro de las relaciones interhumanas y es condición indispensable para vivir y para desarrollar y perfeccionar la vida humana, dada la radical indefensión del ser humano al comenzar a existir” (Barba, 2003); el individuo en formación esta indefenso ante la realidad compleja y las demandas de actuación pertinente en la dimensión social en la que se desenvuelve, por lo que los espacios escolares son un referente de socialización y al mismo tiempo deberían serlo de seguridad para que se construya el ethos social, que permita la adaptación e inserción en las colectividades existentes más allá de los muros de las instituciones educativas.

Una consideración final es que la formación ciudadana desde las escuelas se enmarca en la manifestación de prácticas, relaciones, interacciones, creencias, actitudes, etc., vinculadas a los contextos socioculturales de cada colectivo escolar, que al mismo tiempo configura culturas escolares que se convierten en referentes para las actuaciones de los agentes educativos; sin embargo, “la cultura de la escuela no se da de la noche a la mañana, es el fruto del transcurso requerido para dar sentido a la realidad individual, grupal y social. Es un proceso histórico que requiere interpretar la realidad de una manera concreta: la forma de sentir, percibir y actuar”. (Barba, 2003). Es una tarea indispensable de docentes, directivos, estudiantes y familias, desde su ámbito de acción, conformar y transformar una cultura escolar que favorezca la generación de elementos necesarios para que además de propiciar el mayor logro en el aprendizaje de los contenidos curriculares por parte de los alumnos, se propicie la construcción de una ciudadanía acorde con las necesidades de la sociedad actual.


 

Conclusión

Ante la complejidad de la realidad actual y sus constantes transformaciones que alteran la vida cotidiana en lo familiar, educativo, político, económico, cultural, etc., propiciadas por la modernidad y la globalización que rigen las dinámicas individuales y sociales de los individuos, se hace complicado ser ciudadano y tener referentes de actuación estables y ciertos. Se hace entonces relevante reflexionar respecto a la importancia de la formación ciudadana y los retos que deben cumplir los espacios en los que se da, específicamente la escuela.

Las instituciones educativas siguen siendo un referente de formación integral de los individuos; sin embargo, hace ya tiempo que se cuestiona su capacidad para responder a los desafíos que le demanda la sociedad actual, ya que se mantiene en muchos casos una actuación aislada de los colectivos escolares, respecto a las dinámicas sociales y familiares que se han transformado y que no se desarrollan de acuerdo a marcos estables que en pasado explicaban al mundo. Esto dificulta la formación de ciudadanos con conocimientos, habilidades y actitudes que les permitan participar y aportar en la vida democrática, en torno al bienestar común.

La reflexión respecto a la actual formación ciudadana desde la escuela implica encontrar y construir mecanismos de fortalecimiento a las dinámicas escolares y a las prácticas docentes, que favorezcan la configuración de ciudadanía pertinente a los tiempos actuales, con elementos de sustento que permitan a los individuos transitar de forma dialéctica entre su identidad y la identificación con las dimensiones sociales en las que están inmersos, participando en la vida democrática, al mismo tiempo que puede adaptarse reconfigurarse como ciudadano ante las transformaciones sociales características de la modernidad y la globalización.

 


[1] Licenciado en Educación Física. Coordinador Académico del Centro de Maestros Gregorio Torres Quintero

Fuentes de consulta

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Wulf, C. (2004). Antropología de la educación. Barcelona: IDEA BOOKS S.A.


Artículo publicado en la Revista Xictli de la Unidad UPN 094 Ciudad de México, Centro, México. Se permite el uso citando la fuente u094.upnvirtual.edu.mx

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